80. Todo el mar
Ahora incluso me hace gracia, pero cuando Juanito me dijo que el ratón Pérez no existía muchas cosas perdieron sentido para mí. Fue como retirar un naipe del castillo de la fantasía, uno equiparable a una viga de carga, para acto seguido verlo desmoronarse entero arrastrando en su caída asuntos como la magia, el misterio, la aventura y todos los personajes de cuento y los mundos extraordinarios en los que sus historias tenían lugar. Me lo dijo al salir de la escuela, y la imagen de su sonrisa mellada y triste me acompañó durante el camino a casa como preludio del desencanto que habría de encontrar al llegar. Nada más entrar en mi cuarto, en efecto, comprobé que la gamuza de la realidad lo había dejado impoluto de polvo de hadas. Estuve mirando compungido aquellas figuras absurdas que llenaban los pósteres de las paredes. Y rebusqué luego con desgana en el baúl de los juguetes. Ogros, magos, duendes, ninfas, brujos, dragones… A veces detenía la atención en alguno de ellos, hacía unos cuantos pucheros y lo lanzaba luego por encima del hombro. Tal vez por costumbre, aunque sin esperanza alguna, me llevé al oído mi vieja caracola.
Maravilloso pellizquito en el corazón con ese asombro infantil que se desvanece para siempre. Gracias por compartirlo, escritorazo. Lo veremos en el libro, seguro.
Muchas gracias, Belén. Me alegra que te haya gustado. Hay dramas infantiles que convierten en banalidades historias como esta (se puede perder la inocencia de tantos modos peores), pero pienso que todo puede tener su lugar y su momento. Un beso. (Lo del libro lo descarto siempre de antemano).
Enrique, es posible que ese sea de los temas que más me tocan la fibra… el de la perdida de la inocencia y la transición a la edad adulta, junto a todas las cosas que se quedan por el camino…
Gran micro. Abrazo fuerte y suerte!
Muchas gracias, Salva. La inocencia es casi patrimonio de la infancia, aunque siempre deberíamos saber encontrar motivos en la vida para asombrarnos, positivamente quiero decir, porque los otros aparecen sin buscarlos y a diario.
Un abrazo, amigo.
Cuando más felices hemos sido es cuando no éramos conscientes de ello. No sabemos lo que tuvimos hasta que lo perdemos. El paso de la dulce inocencia, del reino de la fantasía, a la cruda realidad de los adultos, es tan inevitable como necesario y produce un asombro negativo, aunque también resignado. Quién no recuerda sus primeras sospechas, seguidas de certezas, acerca de quienes eran los Reyes Magos.
Un relato con el que es difícil no sentirse identificado, en especial, a todos los que nos encantan las historias: leerlas, verlas o escribirlas, porque nos evaden durante un rato al menos de esa realidad que siempre es más sórdida de lo que nos gustaría, porque podemos imaginar otros mundo posibles, porque nos recargan las pilas y nos dan ilusión, nos transportan a esa infancia despreocupada y feliz. Estoy convencido de que tu protagonista, a las puertas ya de otra etapa, seguirá escuchando «todo el mar» en su caracola, Estoy seguro también de que le encantarán las historias bien contadas, como ésta, tenga la edad que tenga.
Un abrazo y suerte con este relatazo, Enrique
Muchas gracias, Ángel. Da mucha satisfacción ver cómo has conectado por completo no solo con la intención del relato, sino también con los pensamientos que me han llevado a escribirlo, incluida esa idea final de la caracola. Porque siempre se abre una etapa nueva cuando se cierra la anterior, y en cada una de ellas la vida ofrece motivos para sorprenderte, pese a que también haya gente desencantada de todo, algo muy triste y de lo que uno no suele tener culpa. En sintonía con lo que dices de la escritura, es una afición que recomendaría a cualquiera por todos esos beneficios que tan bien describes.
Gracias de nuevo por tu generosidad y un abrazo, amigo.