40. Cavernícolas (Juana María Igarreta)
Cuando después de horas trabajando el sílex vio cómo este se resquebrajaba perdiendo irremisiblemente su ansiado filo cortante, aquel Homo sapiens sufrió una repentina regresión. Haciendo alarde de una fuerza inconmensurable lanzó por los aires su malograda herramienta, mientras enriquecía generosamente tanto en lo sonoro como en lo gestual el lenguaje de los exabruptos hasta entonces conocido. Tal era su estado que, de verlo, hubiera hecho temblar al mismísimo Homo antecessor.
Hoy Matías no ha pegado ojo. Las fuertes discusiones mantenidas con su vecino respecto a la linde de la parcela lo tienen envenenado. Antes de que el sol logre zafarse de las nubes, ya ha roturado casi la totalidad del recién adquirido terreno. Lástima que un golpe seco haya detenido bruscamente su brillante monocultor.
Al agacharse, descubre entre las cuchillas de la máquina un hermoso trozo de pedernal que no duda en arrojar con ímpetu de jubilado saludable a la huerta aledaña. Entretanto, un rosario de elaborados improperios va brotando de su boca, que enmudece súbitamente al sentirse observado desde uno de los surcos por la mirada vacía de una blanca calavera.
Se supone que a lo largo de los milenios hemos evolucionado, pero hay aspectos, la ira entre ellos, que están con nosotros desde el principio de los tiempos para quedarse. El hallazgo del protagonista le pone frente a frente con un antecesor que tuvo en común con él algo que debería aprender a dominar, ya que erradicar el enfado que tantos disgustos puede producir parece tarea imposible.
Los teléfonos móviles, el mundo digital, la carrera del espacio, todo está muy bien, pero existen otros retos pendientes. No somos tan distintos de un irascible cavernícola.
Un relato tan original como intemporal.
Un abrazo y suerte, Juana
Hola, Ángel, así es. Como dices, en el control de algunas emociones no hemos adelantado demasiado. A menudo nos sorprenden noticias tremendas de cómo individuos llevados por el enfado, la ira y otros sentimientos desenfrenados, son capaces de actos terribles. Muchas gracias por tus siempre atinadas palabras. Otro abrazo de vuelta.
La mirada de esa blanca calavera viene a recordarnos que no hemos cambiado nada. No sabemos canalizar nuestra ira. ¡Cuánta energía perdida!
Te deseo mucha suerte con esta propuesta tan original como realista. Un abrazo, Juana Maria.
Hola, María José, de momento la calavera ha conseguido callar al encendido Matías. Ojalá le haga reflexionar un poco. Claro, no conocemos el talante del vecino de parcela. Como decimos aquí, cuando ninguna de las partes en disputa está dispuesta a ceder, «Si tú eres de Cascante, yo de más adelante». Y así nos va. Muchas gracias por tu comentario y buenos deseos. Otro abrazo para ti.
Impacta el remate de tu relato, Juana. por lo inesperado y original.
Mucha suerte y un besito virtual.
Hola, María Jesús, me alegra haber conseguido ese impacto del que me hablas, al margen de los dos narrados, derivados del lanzamiento del mismo pedernal. Mil gracias por tu visita y palabras. Otro beso para ti.
Muy original tu propuesta, querida Juana. Espero que ese hallazgo inesperada sepa mitigar ese staque de ira que nos une con nuestros ancestros. Enhorabuena por este singular relato.Un abrazo
Hola, Gloria, me da que el silencio provocado por la aparición inesperada de la calavera solo durará hasta que aparezca el vecino de huerto y se enzarcen nuevamente en la pelea. Genio y figura…
Agradezco muchísimo que califiques de singular el relato. Gracias por pasarte y comentar. Otro abrazo para ti.
Me ha encantado el salto temporal entre los dos seres para hacernos ver que, en lo básico, no hemos cambiado apenas. Y es que las emociones y sus efectos siguen ahí, igual que hace miles de años de la misma forma que en los primates actuales. Hasta los vulcanianos tienen sus momentos malos, que lo he visto. 😉
Original e impactante, Juana. Suerte y abrazos.
Hola, Rafael, me ilusiona que te haya encantado la idea del salto temporal entre los protagonistas del micro. Como dices, en esencia, seguimos siendo los mismos.
Me has pillado con lo de los vulcanianos, y he tenido que recordar en Internet que se llaman así los humanoides, habitantes de Vulcano, de la famosa serie Star Trek. Así he entendido tu comentario «hasta los vulcanianos tienen sus momentos malos», ya que estos se basan en la razón y la lógica. Muchas gracias por tus interesantes palabras. Abrazos también para ti.
Esa blanca calavera que lo mira desde sus cuencas vacías es, a todas luces, la del homo sapiens que allá por la prehistoria había perdido el preciado filo de su sílex, y los improperios de uno y otro, por primitivos o elaborados que sean, no son, en el fondo, tan diferentes… Pavada de parcela la de Matías, y no precisamente por el famoso linde…
Muy bueno,Juana, me encantó…
Cariños,
Mariángeles
Hola, Mariángeles, pues fíjate que en mi imaginación la calavera pertenece a otro Homo sapiens diferente, que tuvo el infortunio de recibir en su cabeza el impacto del sílex lanzado por el primero. Parece que al arrojar Matías la misma piedra a la parcela de su «querido» vecino, no ha tenido fatales consecuencias. Eso sí, la mala leche, al natural o pasteurizada, sigue siendo la misma. Mil gracias por leer y comentar tan amablemente. Cariños también de vuelta para ti.
Dos momentos de la historia que demuestran que la evolución no ha servido para mitigar el exabrupto primitivo de la ira. Original y gran relato, Juana. Un abrazo y suerte.
Hola, Salvador, así es, hay momentos en que la ira nos domina y somos incapaces de controlarla, dando rienda suelta a nuestros peores instintos. Mucgas gracias por pasarte y valorar generosamente el micro. Otro abrazo para ti.