21. Recuerdos de mi primer reloj (Rosy Val)
Con chaqueta y falda azul, calcetines blancos y zapatos marrones, caminaba por el aeropuerto custodiada como una presa. Cuando la azafata cogió mi mano las monjas se alejaron con sus tocas impávidas y serias. Durante el viaje obedecí las máximas que me habían aconsejado; vacié la comida de mi bandeja y al llegar a mi destino me senté quietecita a esperar. Mi reloj marcaba las once menos cinco. Al cuarto de hora asomaba mi impaciencia.
—¡Se ha olvidado de mí!
La azafata, en un perfecto y académico español, intentó tranquilizarme. Mi reloj aguantaba impasible un nuevo acoso…
—¡Las once y veinticinco!
Me pregunté si un accidente de coche sería el culpable.
—¡Las doce menos veinte!
Mi desesperanza se disparaba.
—¡Menos cinco!
De repente le vi venir por aquel interminable pasillo y me lancé sollozante a sus brazos.
—¡Papá, pensé que no venías!
—Pero cariño, ¿por qué dices eso?
—Llevo una hora esperándote.
—¡Pero si habíamos quedado a las once!
—Y son las doce. Le aclaré mientras le mostraba mi reloj.
—No, son las once. Me decía mientras enjugaba mis lágrimas y me enseñaba el suyo.
Entonces papá cayó en la cuenta de la diferencia horaria entre los dos países.
Una de las mayores virtudes del ser humano es la paciencia, sin duda, tanto más valiosa como escasa resulta, pues suele brillar por su ausencia. Es comprensible la inquietud de esta muchacha a cada minuto transcurrido. Procedente de un colegio, un internado religioso, seguramente, en otro país, se sentía desamparada, en literal orfandad. Al final el malentendido queda resuelto y seguro que no olvidará nunca lo de las diferencias horarias. Así es como aprendemos, equivocándonos, un poco a trompicones.
De cualquier episodio vital se puede extraer una historia interesante, que mantenga la atención, cuando se sabe contar.
Un abrazo y suerte, Rosy
Qué bonito tu relato Rosy, y que final más bueno!! Has logrado que se meta en el cuerpo, el desamparo de la chica. Me ha gustado mucho. Suerte y felicidades.
Besicos muchos.
Aunque fuera solo por evitar la angustia de esa pobre criatura, habría que sincronizar todos los relojes del mundo.
Reflejas perfectamente la angustia de una niña, al verse sola en un desconocido aeropuerto y todas las situaciones que pasan por su cabeza.
Me he puesto en su lugar y he sentido escalofríos hasta el final satisfactorio.
Suerte y un besito virtual, Rosy.
Hola, Ángel, Nani, Edita, María Jesús, muchas gracias por dedicarme vuestros amables comentarios.
Un abrazo grande y suerte también para vosotros.