43. El Premio (Montesinadas)
Siempre hay un momento en que todo se desmorona, la vida pierde el equilibrio y es abatida como un castillo de naipes tomado al asalto por una corriente de aire. Cuesta fingir, pero alargas una sonrisa insulsa y dejas caer los párpados a plomo para sellar la ira en tu mirada y piensas que, ojalá, cuando los vuelvas a abrir, ninguno de los dos estuviera sentado a la mesa. Deseas, con todas tus fuerzas, que el suelo de la terraza del restaurante donde se celebra el acto en el que premian tu novela, se abra, y ambos caigan al piso de abajo y de este al inferior y al siguiente hasta llegar al hall del edificio y junto a la gigantesca puerta giratoria que se abra un cráter y se los trague la tierra y que, a la vista de todos, bien escaldados, se fusionen con el rojo vivo del núcleo terrestre. Pagarías cualquier precio para no sentir cómo los comensales se rozan con los pies bajo la mesa cuando ven a tu mujer y al presidente del jurado salir juntos del baño. Entonces se escucha tu nombre, la besas, subes al estrado y vuelves a sonreír como si nada.
Bueno, por lo menos se llevó el premio. Excelente. Lo apunto entre los favoritos.
Abrazo.
Todo tiene un precio, es inevitable, como que siempre haya ganadores y perdedores; a tu protagonista le ha tocado el segundo de los grupos, pues aunque parece un gran triunfador (he ahí la inteligente paradoja y la falsa apariencia) la realidad y lo que la gente sabe, él incluido, hablan de un hombre humillado delante de todos que ha conseguido un galardón de manera indirecta y cuestionable. Lo peor debe de ser, además, no tener el recurso del desahogo, tener que guardar las formas, en el escenario de una obra forzada, pura pantomima, en la que cada cual representa un papel.
Un relato inteligente y bien contado, Manuel.
Un abrazo y suerte