10. Los amantes de Teruel
La primera carta dormía traspapelada entre facturas del banco y folletos de propaganda del super. Fue al buscar con qué anotar unas señas mientras hablaba por teléfono cuando reparó en ella. Con una caligrafía exquisita, un tal Diego le pedía que le contestara. Aquella misiva iba dirigida a una tal Isabel. Comprobando que la dirección del destinatario era la correcta, dedujo que se trataba de la antigua inquilina de aquel piso de alquiler. Con el trascurrir de los días, las cartas se fueron sucediendo con un Diego cada vez más desesperado. Ya no pedía, rogaba, suplicaba e incluso imploraba la atención de Isabel. Ella las leía con creciente curiosidad hasta que recibió aquella última carta. En ésta, anunciaba su intención de quitarse la vida si no obtenía respuesta de su amada. Sintiéndose responsable, se apresuró a escribirle con el propósito de quitarle esa absurda idea. Pidiéndole al principio, rogándole, suplicándole e incluso implorándole en los días siguientes hasta que en la última misiva le hizo saber que, de no obtener contestación, también ella abrazaría la idea del suicidio.
Ya lo dice el dicho popular: «Los amantes de Teruel, tonta ella, tonto él».
A partir de la conocida leyenda creas una historia diferente, en la que el equívoco juega un papel fundamental. Sin embargo, lo que comienza con un malentendido llega muy lejos, al límite de dos personas con intención de quitarse la vida si no obtienen la atención del otro, a pesar de que no se conocían antes. El desenlace puede ser dramático, o feliz y romántico, el lector queda con ganas de saber qué sucederá finalmente, si alguna vez va a aparecer la verdadera Isabel.
Un relato que genera ganas de seguir leyendo, una sana inquietud que solo podría ser saciada con un segundo relato a modo de continuación o segunda parte, o con la imaginación de cada cual.
Un abrazo y suerte, Raúl