33. Hacia el más allá
La noche había sido larga y desperté con una extraña sensación de vacío. Al levantarme, una figura que se me antojó familiar esperaba a los pies de la cama.
—Hola, Muerte, te veo cansada.
—No, quizás algo desanimada. Mi trabajo es penoso, siempre haciendo daño, y hoy te toca a ti.
—Tranquila, no lo tienes que ver así. Cuando acaba una vida empieza otra.
—Eso dicen.
—Puede que la otra sea mejor, eterna y plenamente feliz. Yo tengo esperanza.
—No sé, nunca me lo he planteado, no es parte de mi trabajo.
—Desde siempre nos han enseñado que hay otra vida ¿Cómo no vas a saberlo?
—Te digo que no sé lo que hay después, nunca he muerto y me temo que nunca moriré.
Cada cual tiene un papel en la vida, de esto no se salva nadie, ni la muerte que, como nosotros, tiene un conocimiento especializado, pero limitado al mundo que conoce. La señora de la guadaña ni confirma ni desmiente la existencia de un más allá. Su permanencia, unida a su desagradable trabajo, el de portadora de la peor noticia y ejecutora del final, hace que su proceder eterno y monótono sea un castigo para ella.
Un relato que demuestra que todo es cuestión de puntos de vista y que nadie conoce la verdad absoluta por mucho que viva, o mate.
Un abrazo y suerte, Ezequiel.
Hola Ángel. Coincido plenamente con tu planteamiento, y así lo he querido expresarlo con este diálogo imaginario que, quizás, nuestros mayores han conocido pero que nadie ha podido contarnos.
Sigamos cada uno hon nuestro papel, que ya es un regalo muy valorado.
Pues tiene toda la razón, si nunca ha muerto no puede saber qué existe tras ella pese a ser la que puede trasladarnos a esa otra vida. En cualquier caso no le importa mucho, es fría y solo tiene la intención de cunplir con su objetivo con eficacia. Suerte Ezequiel
La descripción que haces de la muerte como un ente frío solo preocupado por cumplir su objetivo, se ajusta perfectamente a la realidad y a la hitención de mi relato.
Gracias por leerme.
Es curiosa esa muerte personificada, harta ya de su trabajo rutinario, sin saber si existe algo más al otro lado.
Nos recuerda que es el destino que nos espera y que lo que único que no puede morir es la propia muerte.
Un abrazo y suerte.
La rutina nuestro destino y su presencia constante, a veces accidental, otras buscada, unas inesperada, otras anunciada, culposa o inocente, es el motor que ha movido la historia.
Un abrazo.