76. Imposible habitarla (María Rojas)
La casa tenía unos alegres balcones primorosamente tallados en madera. Tiempo atrás fue habitada por mercaderes normandos curtidos en azúcar y endulzados en vino. Unas mujeres fabuladas en traslúcidos encajes de Brujas, les pisaban las sombras de los talones.
¿Recuerdas de qué color eran los postigos de las ventanas y las puertas?
Eran vedes, como las esperanzas que trepaban por el patio.
Sí, ahora recuerdo, aquellas que se enredaban en el pelo de la muchacha de piel pálida remojada en mar, a la que su madre frotaba para quitarle el frío con paños estampados en leones de feroces garras.
¿Y recuerdas quien velaba el encantamiento del pozo en las horas de silencio?
Sí, el velador era un drago idéntico al que pintó el Bosco en el Jardín de las Delicias.
Siglos después, debido al cambio climático, en la aridez de sus patios, se formaron círculos de hadas y dicen que a su alrededor se bailan silabeos y remembranzas y risas y broncas.
La casa se volvió arisca, no quiere ser habitada, perdió las coordenadas que la ataban a la tierra.
A nosotros solo nos quedó decirle adiós para siempre.
Esta casa ha tenido una vida tan intensa y màgica que, una vez perdida su increíble actividad, no es posible que se rebaje a menos con otro uso más prosaico.
Un abrazo, suerte y feliz año, María.
Muchas gracias, Ángel por tus comentarios y por dejarnos ese maravilloso libro de breves.
Felicidades.
Gracias a ti, María, por acoger a mis «seres» en tu casa, donde seguro que están divinamente.
Esa casa ha tenido una vida intensa, es normal que se volviera arisca y volara. Me ha parecido muy poético.
Un abrazo y suerte.
Gracias y felicidades, Rosalía.