76. La belleza del caos
Las piezas de Lego por el piso. Una magdalena mordiqueada sobre la mesa. La voz melodiosa de la sirenita que sale del televisor se confunde con las carcajadas de los dos mayores, que dan volteretas en el sofá. Por el balcón entra un solazo de media mañana. Charo sigue en pijama, la cara pintada de paz y el pequeño colgado del pecho. Un timbrazo se filtra a través del estrépito. ¿Quién vendrá a interrumpirlos?
¡Ringgg! ¡Ringgg!
Charo retira la colcha inmaculada. Amanece. Una música anodina se cuela a través de los altavoces. Tres fotos de marcos idénticos brindan desde la pared una helada compañía. En la mesilla impoluta, lamparita y vaso de agua. Unos libros, pocos, estrictamente alineados en la estantería.
¡Zas! ¡Zas!
Vuelca el vaso de un manotazo, abre los libros al azar, arroja los retratos sobre la cama y los revuelve entre las sábanas, como si hubiesen establecido entre ellos una batalla de risas y almohadas. Su voz cascada compite con la música ambiental desentonando a gritos una vieja canción de su infancia.
¡Toc! ¡Toc!
«Abra, por Dios, doña Charo. Le prometo que no vamos a ordenarle la habitación. Hoy se la dejamos como a usted le gusta».
A cada uno le gusta lo suyo, ordenado o no. Y todo el mundo necesita su espacio. El mérito de esta madre es haber conseguido un dormitorio ordenado en medio de ese caos infantil, pero ese es su secreto, que nadie se entere, no sea que se lo estropeen.
Un relato nuy divertido, con juego de apariencias.
Un abrazo y suerte, Elisa
Uf, no me debo haber esxpresado bien, no pretendía hacer un relato divertido y los tiros iban por otro lado, pero gracias como siempre, Ángel, por tu comentario.