Espacio, tiempo, movimiento y culpa
Va cambiando a cada instante la brisa que empuja mi barca, como lo hace también el lecho de agua sobre el que se desliza. Nadie surca dos veces un mismo mar ni vuelve a mirar un mismo cielo. Ni siquiera yo me reconozco en el que soy tras cada golpe de sangre en mis sienes. Confío, si acaso, en ese remanso de la razón que me ha llevado a poner remedio a mi tormento. Hace rato que perdí de vista la orilla y empecé a tomar conciencia de mi soledad. Yacen a mis pies las palabras que he tallado para este momento, de adiós algunas de ellas, de perdón en su mayor parte. Es una cuestión de equilibrio y armonía. Las meteré en los bolsillos y dentro de la ropa, de modo que puedan ir saliendo solas durante mi descenso. Según aquella antigua paradoja, uno nunca llegaría a alcanzar el fondo; bastaría con ir dividiendo en dos cada trayecto a recorrer: siempre quedaría una mitad pendiente. Las he hecho en madera, las palabras, para que al quedar libres vayan ascendiendo, a su vez, en las frías aguas del océano; primero un tramo, luego otro…, por los siglos de los siglos.
Potente la imagen que retratas de este hombre que escoge su suicidio ahogándose en el mar.
Y esas palabras, siento curiosidad por lo que dicen ya quienes van dirigidas. Un relato tan abierto como el océano.
Muy conseguido.
Muchas gracias, Rosa.
Este personaje podría ser alguien que, de manera involuntaria, ha provocado un gran daño, y me refiero a una persona buena, porque de otro modo no sufriría ese tormento que lo lleva al suicidio. Le he imaginado un adiós íntimo en el que pida disculpas, eternamente, ¿al mundo?, ¿a la vida?
Felices Fiestas y un abrazo.
Leí tu relato sin descubrir el autor. Al acabar, pensé: “Detrás de este escrito, hay un escritor importante” Después lo he confirmado.
Muchas gracias, Edita.
Es obvio que lo de “escritor importante” está referido al ámbito de “aficionados a escribir”, y aun así es una expresión que me queda grandísima, aunque admito que me halaga mucho, más viniendo de ti, a quien tanto admiro. Por cierto que a mí también me gusta leer los relatos sin saber quién los ha escrito.
Un abrazo, y aprovecho para desearte unas Felices Fiestas.
Grave debió ser lo que remuerde a eeste hombre para quitarse la vida, a.la vez que pide perdón, aunque no se atrevió a hacerlo en persona. Para él, ese último viaje equivale a una especie de eternidad. Puede que no crea que la va a tener después, pero tampoco imagina una imagen mejor para que quede congelada, para llevársela (o no) a otra dimensión.
Un relato original a más no poder, con esas palabras que emergen y poco a poco y quedarán en la superficie, con similar vocación de permanencia que las tuyas, porque la calidad siempre queda.
Un abrazo y suerte, Enrique
Muchas gracias, Ángel. Me dejas siempre asombrado con esa capacidad que tienes para analizar la historia, por un lado, y para darle forma mediante palabras, por otro, porque yo no habría sabido expresar mejor la intención de mi propio relato.
Generoso además, como de costumbre, en tus elogios. Me ha encantado, por cierto, eso de «similar vocación de permanencia». Precioso. Te mando un abrazo y mis mejores deseos para estás fiestas. Seguimos en contacto.
Es un relato precioso. Duro y bello a la vez. El suicidio siempre lo es. Al terminar he sentido unas ganas intensas de volver a leerlo. Suerte y feliz Navidad.
Yo no te voy a desear suerte porque estoy convencida de que este micro tuyo va al libro sí o también. Has conseguido recrear de maravilla la imagen de ese cuerpo que se va hundiendo en el agua mientras sus palabras ascienden hacia la superficie en eterna romería, aunque todavía no he decidido si me gusta más esa parte final o la del principio, tan bellamente filosófica que sobrecoge, preparando al lector para lo que viene a continuación.
En cualquier caso, un relato para leerlo -y disfrutarlo- más de una vez. Enhorabuena y abrazos bien fuertotes, Enrique.