54. El flechazo
Tito el Pelirrojo sorbió los mocos sin achicarse y el ruido pareció el gruñido de una bestia en la plaza tomada por Keko el Bicho y su banda de macarras. El grupo lo tenía rodeado y estudiaba si partirle la cara o dejarle hacer. Aunque optaron por reírse de él. Lo conocían bien. El Pelirrojo era el blandengue de los Pozones y no había logrado nunca un buen escupitajo. Además, sabían que su líder era el único capaz de darles.
En aquel lugar, el que hacía blanco se quedaba con el sitio si los otros no querían llevarlas.
Tito disimulaba el temblor de piernas cubriéndose con la chupa tres tallas más (que ya se había quitado en previsión de llegar a las manos) y rezaba para que sus colegas llegaran por fin mientras seguía acumulando flemas en la garganta.
El tiempo se detuvo como en un duelo de una de vaqueros.
De pronto el Pelirrojo escupió y dio de lleno en la mejilla del Bicho.
Nadie se movió, sólo hubo un cruce de miradas. Después todos se retiraron. Pero Keko pateaba a Tito, presa de una furia incontenible tras sentir algo raro en el estómago por primera vez.
Un momento que recordarán todas sus vidas los dos personajes. Uno, por haber reunido valor para enfrentarse a una banda de matones en flagrante desventaja. El otro, por ser el blanco de un ataque en legítima defensa que no esperaba, por la vergüenza pública, y, por esa percepción rara en el estómago por primera vez, una reacción interna, o más bien habría que decir un sentimiento nuevo, que tiene algo de humillación, pero puede que algo más, respeto y admiración ante el contrario, y puede que, incluso, algo más aún, algún tipo de atracción, enlazada con el título, pero eso queda para la imaginación de cada lector, con un final abierto, de los buenos y sorprendentes, porque también parece un principio, sobre todo para el matón.
Un abrazo y suerte, Nuria.
Ese flechazo puede ser tantas cosas: escupitajo máximo, rabia, vergüenza, odio, miedo, justicia divina, sorpresa, admiración, maripositas…