24. Arrendamientos
Al aprender ese día, en el colegio, lo que era un corpúsculo, ya tenía un nuevo pensamiento. Cómo ni uno solo de luz llegaba a ese espacio bajo la escalera. Por eso nadie podía vernos. Si alguien entraba o se le oía bajar, él paraba los empellones y los jadeos mientras me tapaba la boca.
Luego ascendíamos a destiempo bien separados. Él se quedaba en el primero y yo debía llegar a ese cansino sexto.
Encontré a mi madre cocinando, unas patatas rebuscadas y bledos del campo. Canturreaba contenta. De nuevo el señor Ramírez, en su santa compasión, se había apiadado de nosotras.
Necesidad, que ya es triste; sacrificio, que aún lo es más; y abuso de quien detenta poder y se aprovecha sin escrúpulo de buena gente necesitada.
Un relato que desgarra con cada dato que aporta, muy bien narrado.
Un abrazo y suerte, Javier
Gracias, como siempre, por estar ahí.
Sí, no es un relato de tema agradable, pero eso siempre ha pasado y seguro que sigue. Hay malos disfrazados.
Abrazotes