45. Match Point
Cuando acordasteis vivir en común él te puso una condición: cada uno se responsabilizaría de la educación de su propio hijo, sin inmiscuirse en lo que el otro hiciera con el suyo. Su hija, una adolescente preciosa, amanecía siempre con los ojos llorosos y se acurrucaba en silencio en una butaca, alejada del sillón de su padre. El tuyo, que dormía pared con pared, te decía que por las noches escuchaba ruidos y golpes, que hicieras algo, pero tu insistías en que lo más correcto era no entrometerse, respetar lo pactado en su día. Una noche le sorprendiste forzando a la chiquilla en la cocina, acorralada en la encimera. Tú te interpusiste entre ambos, pero él se revolvió, te empujó contra la alacena de las sartenes e intentó asfixiarte con ambas manos. Tú te viste contra las cuerdas, como cuando tenías la edad de su hija y estabas a punto de perder aquel partido tan importante. Entonces, lanzaste un revés imposible y la bola se estampó en el vértice del campo, dejando a tu rival, que se creía ya vencedora, totalmente noqueada. El lance se saldó con victoria a tu favor, cal para borrar la huella y una sartén nueva.
Los pactos y las reglas están hechos para cumplirse, pero también para quebrarse cuando se juega con unas reglas que no estaban escritas, que son dañinas y sobrepasan toda lógica. Muy correcto y bien dirigido ese revés, lo incorrecto habría sido dejarlo estar, mirar para otro lado y no defenderse. La violencia no es deseable, pero en este caso fue medida y suficiente, con tintes deportivos. Donde hubo (en este caso maestría tenística) siempre queda.
Un abrazo y suerte, Javier