89. El calor de un hogar
Mamá me da las buenas noches con un beso en la mejilla, como a sus otros hijos, los de verdad. Al rato aparece en mi cuarto, coloca una silla al borde de la cama y me pregunta si me gusta mi nueva casa, si estoy cómodo en mi cuarto o si el colchón es lo suficientemente blandito. Me acaricia los rizos para espantar miedos y dolores, dice. Continúa por los hombros, desliza sus dedos expertos por mis pectorales, juguetea con los incipientes pelillos que han empezado a cubrir mi abdomen. Entreabre la boca y humedece sus labios con la lengua mientras se abre de piernas. Observo palpitar su sexo sin bragas. Me revuelvo, le doy las gracias y confieso lo agotado que estoy. Me susurra que no sea tonto, que nadie mejor que una madre sabe lo que un hijo necesita.
Pocas actitudes debe de haber más incorrectas que la de esta madre, por fortuna, una excepción que confirma que la inmensa mayoría, por naturaleza y propio convencimiento, son correctas en su proceder.
Un abrazo y suerte, Elena