85. A discreción
De pequeño, tironeaba de las trenzas a las niñas de la guardería y, desde un rincón, disfrutaba escuchando los lloros. En el colegio, escondía los bocadillos de la clase para regocijarse con las quejas de sus compañeros tapado por los abrigos. Si alguien del barrio tenía una desgracia, ahí estaba, siempre, el primero, observando el dolor en la distancia. Otros días, camuflaba la sonrisa por las lágrimas de tantos desconsuelos entre los árboles del cementerio. Y ahora, observa y babea, lo hace aún más lejos, a través de la mira telescópica.
Apuntaba maneras y nadie recondujo su actitud hacia el sufrimiento de los demás. Es una víctima de si mismo y el fracaso de la sociedad que lo rodea. El a su vez sembrará daño allí dónde esté. Suerte que hay pocos como él, o eso espero.
Una biografía bien conducida a través de sus actos.
Chulo!
El que una persona ame su trabajo es deseable y envidiable, además, suele traducirse en buenos resultados. Disfrutar al eliminar a personas que no pueden reaccionar es propio de una mente enferma, pero, curiosamente, aceptada por la sociedad, y que encaja a la peefección en la locura de una guerra.
Un relato con sorprendente desenlace. Un abrazo y suerte, Rafa
Desde luego, ya se le veía venir la vocación laboral desde pequeñito. Habemus psicópata, esta vez armado. Da yuyu.
Un abrazo y suerte.