35. AÍN Y CABEL (Belén Sáenz)
De muchas maneras se envidiaban la labriega villa de Aín y su municipio gemelo, Cabel, de linaje ganadero. Sus muros, escindidos de un mismo cigoto, con la rivalidad impresa en los genes, comenzaron a alzarse de espaldas a una carretera de la que se resistían a desligarse como si se tratase de un cordón umbilical maldito. En la desventura o en la bonanza, los campos de Aín jamás cedieron una brizna de forraje a los pastores cabelenses porque estos no permitían que sus bestezuelas los abonaran con estiércol. Pasaron decenios sin que se cruzasen las miradas de sus gentes. ¿Acaso soy yo el custodio de mi hermano?, gritaban a sus dioses encogiéndose de hombros. Descendiendo del risco hasta el valle, los celos devinieron en un odio que infectó los manantiales y heló el mismísimo aire que expelían los pulmones de unos y otros. No tardó en proclamarse la contienda fratricida, que arrastró los confines de la comarca entera más allá del este del Edén. Allí malviven sus pobladores, creyéndose afortunados en su charca de lodo, sin querer ni poder borrarse de la frente el indeleble quiste de la división.
Qué maravilla. Dioses indiferentes, terquedad, empecinamiento… Todo plasmado con tu magistral estilo.
En papel lucirá aún más.
Un relato muy logrado y con mensaje. La desunión y el odio no pueden más que devenir en catástrofe. Mucha suerte.