76. AMBICIÓN
Los intensos rumores de cese se hicieron realidad a eso del mediodía. Me acerqué a despedirme a su despacho. La puerta estaba entreabierta y él estaba solo, recogiendo. Antes de entrar me detuve un segundo a mirarle: no quedaba mucho rastro del hombre feliz, con éxito y seguro de sí mismo que era ayer. Toqué con los nudillos en la puerta y, al verme, su cara se iluminó por un momento. Lo siento, le dije, con una palmada en la espalda. Apenas balbuceó un “gracias” y un “no entiendo nada”. Intercambiamos cuatro palabras preñadas de lugares comunes sobre lo injusta que era la política y el poder de la prensa y me fui. Era la hora de comer. Pasé por mi despacho para acabar un par de cosas: primero, cogí los papeles del sobre marrón y los metí en la destructora de papel. Después, borré el correo que había enviado la noche anterior a mi contacto en El Faro de la Verdad. Cerré la puerta al salir; no iba a volver por la tarde porque tenía despacho con el presidente. La luz me pareció especialmente alegre a esa hora y sonreí. Su silla ya era mía.