24. Arrendamientos
Al aprender ese día, en el colegio, lo que era un corpúsculo, ya tenía un nuevo pensamiento. Cómo ni uno solo de luz llegaba a ese espacio bajo la escalera. Por eso nadie podía vernos. Si alguien entraba o se le oía bajar, él paraba los empellones y los jadeos mientras me tapaba la boca.
Luego ascendíamos a destiempo bien separados. Él se quedaba en el primero y yo debía llegar a ese cansino sexto.
Encontré a mi madre cocinando, unas patatas rebuscadas y bledos del campo. Canturreaba contenta. De nuevo el señor Ramírez, en su santa compasión, se había apiadado de nosotras.