Cuando quieras, pero tú me acompañas
El día que se canceló el apocalipsis por mal tiempo yo había decidido regresar al mundo de los vivos. Me martirizaba la soledad y todos los que me rodeaban eran unos muertos de cuidado; ni siquiera me hablaban.
Mi familia rompió a llorar de alegría al verme, pero cuando anuncié que Fulanito me sustituiría en la otra vida, el llanto se contagió a los suyos, afligidos por la pena. Con tanta lágrima se anegó la comarca, se perdieron las cosechas y los lloros se extendieron por doquier, inundando todo el orbe.
La noticia llegó al paraíso y el Jefe, patidifuso, decretó el inminente Fin del Mundo, causando estupor entre los angelitos, quienes, compungidos, estallaron en un mar de lágrimas. Cayó entonces un tsunami del cielo y la humanidad se vio, ahora sí, con el agua al cuello, por lo que se suspendió el acabose; organizar un apocalipsis acorde al canon lleva tiempo y para cuando concluyesen los preparativos estaríamos todos ahogados. Después, visiblemente enojado, el Jefe nos pidió explicaciones. Los de Fulanito me señalaron sin dudarlo y su orden fue tajante: “Llevadlo al limbo, por pasarse de listo”.
“¡Váyase al infierno!”, exclamé. “Con lo ilusionado que estaba por haber resucitado”.