40. Cuando subió la marea
Con el arrojo del inexperto me introduje en la desconocida cueva que sentí húmeda y cálida a la vez. Sin miedo me adentré en su oscuridad, tanteando para no perderme, con la ilusión de encontrar la recompensa de la que tanto me habían hablado.
Una y mil veces me sumergí en sus dulces aguas. Tú me ibas indicando la ruta a seguir en ese mapa tan personal en el que, como un explorador novato, siempre me perdía; entonces te reías de mi ignorancia a la vez que me cubrías de besos y caricias para excusar mi torpeza.
Aquella búsqueda, que nos dio los mejores momentos, llegó a ser toda una excitante aventura. Ya no importaba el objetivo, el placer era el camino.
Fue tu extrema excitación el aviso de que había llegado al punto, a ese famoso punto en donde la razón se pierde y se llega al éxtasis.
En ese momento, mojado en ti, pude notar como de repente había subido la marea.

