49. De eso no se habla (Montesinadas)
La enfermera dijo su nombre y le sonó extraño en inglés. Se levantó de la silla y recorrió tras ella un largo pasillo sin cruzar palabra. La moqueta amortiguaba el ruido de las pisadas y el silencio era el refugio de su conciencia y su pecado. Al fondo, una mujer abrió una puerta y la invitó a pasar. En la sala, una camilla y un carro con instrumental que utilizarían para hurgar en su sexo. Sólo de pensarlo casi se orina encima. Se quitó las medias y las bragas, las miró por si alguna gota de sangre pudiera suponer que había vuelto la normalidad, pero ya eran tres faltas, cuatrocientas libras y un billete de vuelta para ese mismo día. Dos horas de vuelo donde aguantó el dolor y lloró bajito. Ya era tarde para arrepentirse. De vuelta en el pueblo, ni mu, punto en boca, silencio y todos callados, como calló Pablo el día que le dijo que estaba embarazada, o las amigas, cuando les pidió dinero para ir a Londres y el cura que no le dio la absolución, ni le dijo que había una señora en el barrio que, por mucho menos, le hubiera arreglado el asunto.
El cura no lo sabría por la confesión, digo yo. Excelente, Manuel. Sigues en forma.
Un abrazo.
Hola Rafael gracias, he de hacerme con tu libro enhorabuena
Nadie habla de un suceso evidente, hay un silencio tácito en el que cada cual tiene sus razones para no mencionar el asunto que todos conocen. En la vida suceden cosas y tienen consecuencias, cosas y consecuencias forman parte de un proceso natural, pero una sociedad hipócrita no lo admite, lo importante son las apariencias y las formas, de ahí el secretismo y el silencio, pero eso no cambia los hechos, que son tozudos y no entienden de condicionamientos culturales.
Un relato en el que «lo que no se dice» está presente de principio a fin, es el centro de la trama, y, para hacer bueno el título, ni siquiera se nombra, tampoco hace falta porque queda bien claro.
A ver si te prodigas más.
Un abrazo y suerte, Manuel
gracias Ángel siempre ahi atento, también en los silencios. Un abrazo
Cuantos silencios culpables…
Es bien cierto que el
pecado de omisión no es menor que el que se comete.
Tu relato me ha recordado el libro de Ernaux (El acontecimiento) y es que si las paredes hablaran nos contarían muchas cosas como esta.
Un saludo.
Gracias Manuela por tu lectura y tu comentario. Que te haya recordado a Ernaux es muy alta comparación, gracias