65. Depredando (Alberto BF)
Miguel era el chiquillo más introvertido de la clase. Desde el primer día observé que apenas se atrevía a mirar a sus compañeros, y mucho menos a mí, como figura de autoridad que era. Intentaba ser simpático con él, pero su acusada timidez le impulsaba a rehuírme en cada intento de acercamiento.
Pronto me di cuenta que en su casa las cosas no andaban muy bien. Solía llegar a clase hambriento, casi siempre mal vestido y a medio asear.
Poco a poco me fui ganando su confianza, ofreciéndole generosas raciones del rico bizcocho que Sor Virtudes nos preparaba a los profesores cada mañana. Jamás vi engullir un alimento tan deprisa, sin rastro alguno de retraimiento. Barrera desbloqueada.
Camelar a sus padres fue más sencillo, y pronto Miguel pasaba más horas conmigo que en su casa. Las clases de refuerzo individuales nos permitían disfrutar de mucho tiempo a solas y, aunque a alguno de los profesores le parecía extraño tanto apoyo, miraban para otro lado, como siempre vimos hacer en estos casos. Fueron meses muy felices.
Cuando la congregación me informó de mi urgente traslado, me derrumbé. Pero tengo fe en que Miguel, hecho ya un hombretón, vendrá triunfal a rescatarme.
Ay, Alberto, que desde que le ofrece el bizcocho he empezado a sospechar el desenlace. Una incorrección de las peores, por desgracia demasiado habitual.
Un abrazo y suerte.
Algunas actitudes son tan graves que cualquier castigo sería pequeño, pero si además parte del agravante de provenir de alguien dedicado a ayudar a los demás, que proclama la rectitud y lo correcto, la indignación asciende, si cabe, varios grados más.
Un relato que consigue incomodar sobre una situación de abuso de poder extremo, e hipocresía, que nunca debiera darse.
Un abrazo y suerte, Alberto (disfrutando tu libro estoy).