52. Discrepancias
Otra vez con la misma cantinela. Que es nuestro salvador. Que si él todo lo ve y vela por nosotros… Que con él se vivía mejor, que nadie les obligó a que se marcharan fuera. Que si con él había más seguridad en las calles y no existía el paro.… Que nacieron para eso. Que son nuestra cultura. Que como tienen la piel muy dura, pues no sufren. Que si no, se extinguirían…
¡Me pone de los nervios!¡Hasta el mismísimo gorro de escuchar tantas tonterías y disparates!
¡No soporto que me hable de Dios, tampoco del tal Franco ese, mucho menos que defienda las corridas de toros!
Pero al rato se me pasa y aunque diga cosas que no comparto, ella es la persona que más admiro. Yo la he visto recoger perritos de la calle. Llevarse a casa una paloma herida y curarla hasta que salía volando. Hacerle bocadillos al mendigo que pedía en nuestra calle y regalarle caramelos a los chicos del barrio. Crió a siete hijos y cuidó de mí cuando mamá se fue. Siempre estuvo ahí, incondicionalmente: mi abuela.
Sucede con frecuencia. Todos conocemos personas con las que discrepamos de forma rotunda, que tienen, por otro lado, otras virtudes y afinidades que equilibran la balanza. Esta abuela no es un personaje plano. Con una de sus apariencias aparece como intransigente, e incluso cerril, pero con la otra se presenta como generosa y buena gente.
Un relato con dosis de sabiduría, que ofrece las pautas para una buena convivencia: hacer de tripas corazón con las «discrepancias», al tiempo que se reconocen las afinidades positivas.
Un abrazo y suerte, Rosy
Muchísimas gracias, Ángel, por tu tiempo, por esa dedicación que sabes te valoramos tanto.
Espero verte en Comillas.
Un abrazo grande.