Doña Berta
El día que faltó un calcetín de los tendederos le echaron la culpa a Manolín. Encarna no tuvo dudas de que la travesura era obra de aquel gamberro que tenía por hijo. Don Anselmo, dueño del calcetín perdido, le quitó hierro al asunto cuando el chaval, aturdido por la bronca de los vecinos y los gritos de su madre dirigiendo la orquesta, se acurrucó en el hueco de la escalera y comenzó a llorar.
Al día siguiente fueron las bragas de la señora Felisa. Manolín ya estaba castigado y solo salía para ir a la escuela vigilado por su hermana mayor, cuando desapareció la camisa de los domingos de Federico, alias el Pisaverde. La escalera se llenó de juramentos e insultos; alguien vio brotar espuma por la boca del Pisaverde y también algún sapo y varias culebras. Encarna no pudo resistir más y la emprendió a golpes con aquel que había llamado a su niño hijo de la gran… Bretaña.
Con el acaloramiento que dan las trifulcas nadie escuchó una risita ni sintió el frío que bajaba por la escalera cuando el fantasma de doña Berta se dirigía al cuarto de las calderas para consumar su plan macabro y perfecto.
Un relato divertido con un broche macabro y perfecto… que nos deja con ganas de saber cuál será ese plan del fantasma de doña Berta. ¿Estás preparando ya la segunda parte, Almudena, quizás para la próxima convocatoria? Espero que sí.
Un abrazo.
Algo tan inocente en apariencia como un calcetín perdido puede ser el comienzo de un plan maléfico, ideado por un espíritu gamberro, pero sobre todo, malévolo, consistente en sembrar cizaña, distracción y confusión, para ir in crescendo hacia algo mucho peor. El cuarto de las calderas en manos del espectro no presagia nada bueno para ese vecindario.
Un abrazo y suerte, Almudena