83 El ágape
Por primera vez asistía a un ágape de semejantes características. Quien me iba a decir que aquella papeleta que encontré en el paseo de la playa, estaría premiada con un festín de este calibre, celebrado además junto al alcalde y los concejales del Ayuntamiento del pueblo, nada más y nada menos. Como había que ir acompañado, invité a mi amigo Rufino. Alquilamos un traje y hasta mi hija, cuando me vio, se despidió diciendo: «papá, estás hecho un pincel». Y allí que llegamos los dos, niquelados y con bastante apetito…
Nos sentaron en una mesa junto a unas señoras muy elegantes, con muy buena pinta. Había de todo: mejillones, gambas, langostinos, jamón, queso… Rufino, que era un tragón, no paraba de comer. Yo, más comedido, levanté un plato con unos langostinos. Lo ofrecí primero a las señoras, ambas cogieron uno pequeño, de manera que cuando llegué a mi amigo solo quedaba uno grande y otro diminuto. Rufino, sin dudarlo, se abalanzó sobre el grande y yo le susurré al oído: «yo hubiera cogido el más pequeño». A lo que me contestó: «ya, por eso yo he pillado el grande… Así los dos contentos».
¡Jajaja! Pues no le falta razón a Rufino, buen conocedor de su amigo además de tragón impenitente. Todos conocemos a alguien así, ¿verdad?
Un abrazo, Mª Paz.
No será muy correcto Rufino, pero sí sencillo, directo, práctico y disfrutón. Como dicen por ahí, solo se vive una vez.
Un abrazo y suerte, María Paz