Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

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16. El ángel caído

Escuché un crujido seco, como de un tronco contra el suelo. Pero en mi patio no hay árboles sino roedores a los que intento aniquilar. Salí y lo encontré inconsciente. Tan bello. Utilicé la carretilla para instalarlo en mi habitación, mientras Olivia seguía en la ducha ajena al episodio. Con la emoción de su viaje, lo olvidé hasta que regresé del aeropuerto —mi niña de camino a Londres, a las pruebas de acceso en el Royal Ballet—. Antes de entrar en el dormitorio, observé mis manos deformadas por tantas horas de limpieza en casas ajenas ¿Y qué importaba si ella estaba a punto de alcanzar su sueño?

Cuando abrí la puerta, ya había despertado. “Me llamo Gabriel —me dijo—. Debo hablar con tu hija de parte de Dios”. Y mi piel, que yo creía impermeable, se estremeció de repente —recordé que tenía la misma edad de Olivia cuando me quedé embarazada—. Después intentó levantarse, pero tropezó con el ala rota. Sonreí. Obligué a mis labios a que lo hicieran y le ofrecí un vaso de leche reconfortante. Entré en la cocina y con pulso firme disolví en la bebida caliente toda la caja de matarratas.

7 Responses

  1. Ángel Saiz Mora

    Que la divinidad se fije en un mortal para que se cumpla un designio puede ser considerado un honor, pero tal vez también un fastidio, porque condiciona toda una existencia, sin lugar para el libre albedrío. Esta madre, tras tanto sacrificio, no quiere permitir que su hija vea truncada su carrera por un inoportuno embarazo, no buscado ni deseado, lo diga quien lo diga.
    Un relato redondo, con planteamiento y desarrollo impecables.
    Un abrazo y suerte, María

  2. Rosalía Guerrero

    Yo, como madre, hubiera hecho lo mismo. Mejor que se le rompan las alas a Gabriel que a Olivia.
    Enhorabuena y suerte!

  3. María Gil

    Ángel, que no podamos decidir nuestro propio destino es imperdonable. Aunque sea un designio divino.
    Como siempre, da gusto leer tus análisis. Además, siempre nos dejas una coletilla final tan positiva que dan ganas de seguir escribiendo.

    Muchas gracias y un abrazo grande.

  4. A las deidades no les gusta dar la cara. Siempre envían a pobres mensajeros alados que reciben, igual que aquí, un buen merecido. Como padre, también empatizo con esa madre corajuda y cansada de deslomarse. Vete, embajador emplumado, que quien se ha partido la espalda para que la hija llegue hasta dónde ha llegado es ella. Ninguna deidad la ha ayudado.
    Un texto genial con un maravilloso tono. Me encanta como está construido, María. Suerte y abrazos.

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