10. El apagón
Todas las miradas puestas en él. Ni las jóvenes zancudas que desfilaban sobre la pasarela eran capaces de restarle protagonismo. Mañana saldría en toda la prensa. En las páginas de Sociedad. La Semana de la Moda de Nueva York rendida ante el diseñador consagrado. Intentó ponerse en pie, pero sus huesos se lo impidieron. Desde su asiento en primera fila, movió levemente la mano como agradecimiento. Guantes de piel para ocultar los estragos de la artritis. Demasiados años sobre sus hombros. Deseó morir en ese instante y cerró los ojos. Alguien se los abrió a la fuerza: “Sigue vivo. La descarga solo ha durado cinco segundos”. Otra vez le empaparon con agua salina la cabeza afeitada. Otra vez le ajustaron el casco. Al otro lado del cristal, todas las miradas puestas en él. Extraños olisqueando la carroña. Entre ellos, los familiares de sus dos víctimas. Apretó los párpados con un pensamiento: “El viejo, el viejo… Quiero regresar al viejo”. Pero sus manos robustas seguían luchando contra las ásperas correas que le ataban a la silla. Cubrieron su rostro. Como si una capucha negra fuera capaz de restarle protagonismo. Mañana saldría en toda la prensa. En las páginas de Sucesos.
Dicen que todo el mundo tiene alguna vez, a lo largo de su existencia, su minuto de gloria. A veces ese deseo legítimo de sentirse querido y admirado puede degenerar en actitudes enfermas, en un egoísmo que impida ver el daño que, a cambio, se genera en otros, porque no todo vale.
Este condenado a la silla eléctrica aparecerá al día siguiente en los diarios sin que se le vea el rostro, apenas una noticia más, entre muchas, un poco más extensa por el apagón que no terminó con él a la primera. De poco va a servirle ser una pequeña y efímera celebridad, porque no podrá disfrutar de ello. Solo ha logrado que esa sociedad por la que pretendía ser reconocido y admirado lo ejecute para que no vuelva a hacer daño.
Un relato muy intenso, que nos introduce en los laberintos mentales que hacen que alguien traspase la barrera de lo impensable: terminar con otros.
Un abrazo y suerte, María
Gracias, Ángel. No se me ocurre mejor Enteciano de Honor. Me encanta cómo nos cuidas a todos con tus comentarios. Me siento una privilegiada.
Yo creo que este hombre, el de mi historia, hubiese preferido las páginas de Sociedad en lugar de las de Sucesos, pero la vida es así. Y a cada uno (no siempre por desgracia) le corresponde lo que se merece.
Un abrazo.
En esta ocasión, las telas nos han traído una condena. Bueno, de todo ha de haber en la viña del señor. Por desgracia,hoy también, las noticias se centran en lo cruel, en lo morboso. Se recrean en el horror y en la pena. La emoción del miedo es la que vale sobre todas las cosas. Solo hay que encender el televisor… mejor con un capuchón negro, como tu protagonista, tapado y enterrado.
Suerte María, tu micro es muy original. Un abrazo.
Pues sí, de todo hay en estos mundos: el ficticio y el real.
Gracias por pasarte a comentar.
Un abrazo Mercedes.
Todo un ejercicio narrativo de primera calidad, tanto por la creatividad, sello propio y una gran habilidad para exponer con cierta ironía, ese submundo del glamour del que se «nutren» auténticos depravados, como este condenado a muerte, que en tu escalofriante escena demuestra con ese gesto de soberbia, al estilo de los emperadores romanos, que aún los presentes le deben veneración.
Alabo tu destreza para saber mostrarnos esos complejos entresijos de una mente pervertida.
Un abrazo y suerte, María.
Milagros, tus comentarios siempre están llenos de ánimo. Muchas gracias. Así dan ganas de seguir escribiendo.
Un abrazo muy grande.