76. El diario de Max
Me dijo que no recordaba la primera vez que fue deslumbrado por aquel prodigio. Tendría seis años, pero el magnetismo de aquel violín que sonaba en su casa de Ulm, se apoderó de él, desde entonces.
A tan temprana edad recibió clases de violín de su madre. A lo largo de su vida, en sus viajes en tren, siempre llevaba en su equipaje aquel violín. Le gustaba decir, como Plotino, que la belleza se encontraba sobre todo en la vista y en el oído.
Cuando ya era un adolescente descubrió otra fuente de belleza en los números. Fue un tío suyo quien le enseñaba álgebra. Aquella nueva senda se abría paso entre la ciénaga de odio en que querían sumergir a los de su origen. Abandonó su tierra que barruntaba tragedia y gracias a las alas de la música se elevó hasta la “danza de las esferas”. Tal vez, porque dicen que el eco del Big Bang sigue expandiéndose por el Universo.
El mundo agradece esa unión entre ciencia y belleza que lograste. Siempre recordaré tu frase “la masa de un cuerpo aumenta con la velocidad”, querido Albert.
Un bonito homenaje.
Suerte con tu relato. Abrazos.
Muchas gracias. Un placer saber tu opinión. Un cordial saludo, Mercedes.
Interesante visión de la historia de un genio que, con toda seguridad, ha marcado un hito en la historia de la Humanidad.
Bienvenido a esta gran familia ENTCiana y mucha suerte.
Un abrazo.
Cuánto me aporta tu comentario en unas pocas líneas, Isidro. Porque, sabes, creo que la unión de belleza y ciencia es lo que impulsa nuestra vida.
Muchas gracias y un abrazo.