74. ESCALERA AL CIELO
Regresar. Como si quedara un lugar para eso… Cargó a su padre en el viejo Skoda con dos colchones y unas bolsas de ropa y pensó en bajar hasta Sufa con la ilusión de que su tío hubiera tenido más fortuna. No existían carreteras, ni calles siquiera, solo esqueletos y despojos de edificios sobre los que vagaba gente buscando una mínima esperanza entre los cascotes. Y ese olor hiriente a fulminación.
Le costó situarse en ese escenario unificado por la demolición, pero sus recuerdos del edificio eran nítidos. Abajo el taller de bicicletas y, subiendo aquella escalera, la casa de Jamil «el cerrajero». La escalera era una demostración magnífica de su oficio: barandas torneadas de forja, escalones de baldosas y un pasamanos de acacia suave por lo gastado. Era única, y reconocible en cualquier lugar. Y no le costó distinguirla, cubierta de esquirlas, sobresalía del suelo, elevándose hacia… donde no quedaba… nada. El último de sus peldaños era un trampolín a un inmenso mar de escombros. Pero se mantenía en pie, intacta, desafiante, como aquel monolito cinematográfico de Kubrick, pero esta vez clavada en los vestigios de una necia civilización, como símbolo de un nuevo tiempo, de un nuevo holocausto.
Lo bien hecho, permanece, hasta en un mundo demolido por la locura de los hombres. Has recreado una escalera que es un símbolo equiparable al del árbol de Gernika, superviviente pese a todo, una chispa de esperanza de que algo puede quedar a pesar de la barbarie de que a veces, lo bien hecho, permanece, como las buenas letras.
No sé qué me gusta más, si este buen relato, o el que vaya firmado por ti, que ya nos tenías preocupados, que lo sepas.
Un abrazo grande, Jams