06. Extravío
Zarco es una villa rodeada por una alta muralla azul con una única puerta. Antes entrar, Luerio, nuestro guía, nos subió a una torre desde la que vimos la ciudad. Todo era celeste, del mismo color que el cercado que, tan alto como era, impedía que los rayos de sol y sus sombras perfilaran las siluetas de edificios y personas. Nos llevó por el adarve a una sala donde nos facilitó ropa azul y nos dio unos aerosoles del mismo tono, para cubrir nuestra ropa, pelo y piel, condición indispensable para acceder al interior. Ya dentro, nos movimos a tientas.
Me era imposible distinguir paredes, escalones, personas y a mis amigos, aunque sus voces me orientaban. Luerio, con la habilidad propia del que conoce el terreno, me asistía y enseñaba orgulloso lo que ninguno podíamos ver. No era capaz de ver mis manos, que se movían ansiosas palpándome la cara, el tronco o los pies, buscando muros y puertas.
En un momento de silencio, sentí una tremenda soledad, como si fuera parte de la nada. La angustia y el vacío que me invadieron entonces no se vieron reflejados en mi mirada garza hasta que, exhausto, me sacaron al exterior.
La vista es un sentido fundamental, aunque quizá demasiado preponderante, nos lo pone todo demasiado fácil, hace que solo nos fijemos en lo evidente, cuando lo esencial, como bien sabe y dijo el principito, es invisible a los ojos. Su ausencia hace que se aviven otras sensaciones que conducen a la sabiduría, de ahí ese sentimiento de soledad del protagonista, al comprender en toda su extensión lo insignificante y efímero que es.
Un relato lleno de simbolismo, sobre un viaje y un extravío que, en realidad, ponen en evidencia al verdadero camino.
Un abrazo y suerte, Ezequiel
Gracía Ánngel.
Tu lectura y comentarios,con frecuencia,valen más que los propios relatos.