56 Impedimentos
Imaginar realidades en las que su amigo Luis no estuviera. Eso sí que lo había hecho Nicanor infinidad de veces. Mundos en los que no existiesen impedimentos entre él y Azucena. Algo muy distinto era desear que desapareciera. Ni siquiera le gusta pensar en ello ahora, con él de cuerpo presente. Aunque no por eso deja de mirar a su viuda —con ese discreto jersey de pico y esa falda por las rodillas que no consiguen disimular la hermosura que esconden—, de despojar con los ojos sus deseadas carnes de ese luto que tan bien les sienta. Se ha puesto de pie al verlo acercarse y lo ha abrazado con ternura. Está deshecha de dolor, y al escuchar sus palabras de pésame, rompe a llorar desconsoladamente, gimiendo de pena, expulsando el aliento en su oreja y chorreándole lágrimas y hasta alguna moquita por el cuello, balbuceando entre sollozos los detalles de la prematura muerte. Y Nicanor le mantiene el prolongado abrazo aparentando escucharla, aunque en realidad está repasando la lista de los reyes godos, las paradas de la línea siete del Metro, la biodiversidad de una charca de agua dulce, la inmensa gama de esencias florales usadas en perfumería.
Solemos estar bien entrenados para actuar en cada momento social como se espera de.nosotros, de la manera orrecta, más aún en los tristes y solemnes. Otra cosa es que esa fachada de cara a la galería se corresponda con los verdaderos anhelos, deseos e intereses, e incluso también algún que otro desinterés, como el que muestra tu protagonista hacia las sentidas palabras de la viuda, mientras deja pasear la mente por cualquier vericueto, bien graciosos, por cierto.
Un relato muy bien penaado, acorde con el tema propuesto, escrito con maestría, con un personaje divertido y sincero, con el que cualquiera podría identificarse, en todo o en parte, y si no, que tire la primera piedra.
Un abrazo y suerte, Enrique