31. La coleccionista
En cuanto me dieron el alta, comencé con mis visitas diarias al parque. Lo otro vino después de nuestro divorcio. Imposible resistirme a coleccionar algo tan hermoso y colmado de ruido. De vida. Por eso me he provisto de una red de tul como la de los entomólogos. Y en el bolso guardo tarros pequeños de cristal. Siempre al acecho, escuchando. Después de las capturas, pongo etiquetas adhesivas y los coloco en los estantes del que seguirá siendo su cuarto, aunque Javier se empeñara en transformarlo en un despacho. Mis preferidos son los que acompañan a las rabietas, agudos como el violín que busca protagonismo en una partitura. Los provocados por caídas de toboganes o peleas suelen tener menor intensidad. Aunque sus ecos titilan en mis oídos una vez extinguidos. A veces me siento satisfecha de mi amplio muestrario. Otras caigo en el abismo de la nada; la peor de todas las caídas porque no tiene fondo. Porque me falta la pieza más valiosa de mi colección. Porque no oír el llanto de un hijo en el paritorio es, sin duda, el silencio más atroz.
Una coleccionista de sonidos infantiles que trata de conservar en frascos, en una habitación que tendría que haber estado llena de ellos, de los de un bebé deseado y malogrado que no llegó a ver la luz. Es una lucha contra el silencio, identificado como la nada absoluta, la frustración total, por la desilusión de no obtener lo que tanto se quería, buscaba y esperaba
Vas desgranando poco a poco, con muy buen oficio de narradora, el comportamiento extraño de tu protagonista, que no parece recibir demasiada comprensión por parte de su compañero, hasta que al final todo queda bien hilado y cerrado y comprendemos sus sentimientos y su manera de proceder.
Un relato que incita a la relectura y a paladear sus detalles, lo que dice mucho de él y de su autora.
Un abrazo y suerte, María
¿Podrá cejar en su afán coleccionista esta «entomóloga» en busca de la pieza más valiosa, la que más desea, esa «mariposa» tan suya, que tan rápido se voló? Coincido con la narradora: el silencio de un hijo mortinato es, debe ser, el silencio más atroz…
Un micro leve en su belleza y desgarrador en su dolor, que maravilla y conmueve a partes iguales…
Un gusto leerte, María.
Besotes 😘😘😇😇
Madre mía, María, qué pedazo de relato has escrito. Ese final, del que doy fe de lo arroz que es porque mi segundo hijo no arrancó a llorar hasta la intervención de los neonatólogos, me ha conmovido un montón. Enhorabuena, y mucha suerte.
Excelente relato Maria. Me ha encantado.
Por supuesto que sí, ese silencio es el más atroz. Maravillosamente contado.
Nos leemos
Ángel, Mariángeles,Paloma,Fernando,Isabel Cristina muchas gracias a todos por vuestros comentarios. Qué palabras tan bonitas y qué gustazo leerlas.
Un beso grande, compañeros.