64. La culpa
Desde que su mujer desapareció, él se movía por el pueblo acarreando una escalera. Siempre la misma rutina. Salía de casa, temprano, la mirada baja, silencioso. Al llegar al bar, dejaba la escalera junto a la puerta y pedía chatos y chatos de vino; cada día, uno más. Ya de noche, cuando era la hora de cerrar, volvía a casa tambaleándose. Sólo se paraba bajo el árbol de la plaza, con la escalera apoyada en el tronco y su inmenso pañuelo en mano, a mirar hacia arriba y a descansar.
Algunos vecinos aseguraban, entre carcajadas, que siendo un tipo violento era para estampársela en la cabeza de quien le había robado a su Antonia; otros juraban que le habían visto subir a fisgar a través de las ventanas de las casas del pueblo por si ella estaba amancebada en alguna; también que la llevaba con la intención de encaramarse a cualquier tejado de la calle Mayor y acechar por si ella pasaba… Todos los chismorreos parecían posibles hasta hoy al amanecer, cuando el alguacil ha descubierto la escalera junto al tronco del árbol y su cuerpo balanceándose entre las ramas.
Como tantos objetos que nos rodean, una escalera de mano puede tener diferentes usos, tantos, que son susceptibles de dar pie a muchas hipótesis. Tu protagonista, sin embargo, lo tenía claro desde el principio, ya consumido del todo por la amargura, o lo bastante deshinibido por lo alcohol.
Un abrazo y suerte, Rafa
Uf, qué fuerte ese final, tanto que ha tenido que acumular todos esos chatos de vino para atreverse a dar el paso definitivo. Me encanta la imaginación popular y todas las opciones que se le ocurre a la gente para el uso de esa escalera, aunque a ninguno se le haya pasado por la cabeza la buena.
Un besazo, Rafa.
Rafa, me gusta mucho ese ambiente costumbrista, con la rutina del protagonista y los chismorreos del vecindario.
Ya das una pista cuando dices que es un hombre violento, pero el micro se cierra, como debe ser, con un título que nos indica lo que ha ocurrido.
La verdad, podía haberse colgado antes, pero bueno, ese sería otro micro.
Un abrazo y suerte.
Con lo que piensan los vecinos nos llevas a imaginar que la mujer se fue con otro… pero no. «La culpa» del título no es de ella. Así que pienso como Rosalía: que tendría que haberse colgado antes que de el título tuviera el sentido que tiene. Mala gente!
Muy bien llevado el relato.
Un beso.
Carme.
Pues si, la culpa mata también. Se arrastra como la escalera y pesa, y pesa.
Hay alguna incógnita, pero apunta a que la mujer ya no está entre los vivos.
Un final contundente.
Coincido en eso de que lo mejor que pueden hacer estos tipos es empezar por el final.
Gracias por pasaros a comentar. Abrazos a capazos.