44. La guerra después de la guerra (Antonio Bolant)
A veces se sorprendía esbozando sonrisas con la misma amargura que usa la madrugada para juguetear con los recuerdos. Durante algún tiempo, esa sensación de agria dulzura le mantuvo confundido hasta que entendió que la vergüenza más cruda se viste de nostalgia cuando intenta ocultar, entre la suavidad del tiempo transcurrido, aquello que nunca debió permitir, o, en su caso, obedecer.
Pero el pasado es obstinado y, finalmente, consiguió rasgarle las vestiduras para exigir respuestas a aquel joven miembro del partido que aceptó germinar en una tierra abonada de pavesas humanas. Ahora, completamente desnudo, su insomnio sólo quiere abandonar el sórdido lecho de los pretextos, y tratar de encontrar un lugar donde las horas no muerdan, donde el silencio no sea tan denso que haga impronunciable el perdón.
En las guerras se rompen todos los límites. Durante ese estado de locura colectiva todo parece justificable en pos de una supuesta victoria engañosa, porque nadie gana y nadie sale indemne de algo así. Seres humanos conminados a convertirse en ejecutores, a defenderse masacrando a otros que intentan exterminarles a su vez.
Dicen que el ser humano es capaz de adaptarse a todo, hasta al infierno de una contienda, el mas intolerable, un juego del que no es posible zafarse una vez que comienza. Sin embargo, merced al tiempo, que acaba por poner las cosas en su sitio, la confusión momentánea se disipa y aflora con claridad la vergüenza de actos que nunca debieron cometerse. El insomnio de tu protagonista es la prueba de que lo que hizo siempre le perseguirá, que las acciones contra otros nunca están justificadas, por mucho que se intenten maquillar con discursos y medallas. No hay armisticio posible para su «guerra después de la guerra».
Un relato que transmite la angustia inconsolable del personaje, al tiempo que es un aldabonazo en la conciencia, escrito con la clase que te caracteriza.
Un abrazo y suerte, Antonio
Qué bien has diseccionado la historia y qué gran frase para terminar la que me regalas jugando con el título del relato.
Muchas gracias, Ángel por tus observaciones que aportan tanto, como sueles hacer.
Un fuerte abrazo
Hola, Antonio, siempre me he preguntado cuántos de los que tienen puestos de responsabilidad en las guerras, conscientes de que de sus decisiones dependen tantas vidas humanas, así como de aquellos que obedeciendo órdenes sin cuestionar su papel de máquinas de matar, son luego capaces de vivir en paz. Porque no es lo mismo matar en defensa propia, que en otras circunstancias mucho más perversas, donde el supuesto enemigo es pillado por sorpresa, etc. Al protagonista de tu relato le corroe la vergüenza. Cómo iba a pensar que su propia conciencia, a pesar del tiempo transcurrido, se iba a convertir en su peor enemigo en esa «guerra después de la guerra». Creo, no obstante, que todo aquel que siente un sincero arrepentimiento, es merecedor del perdón. Supongo que cuando te toca del lado de las víctimas no es fácil concederlo. Es humano sentir así.
En fin, la guerra es una de las mayores vergüenzas de la humanidad, pero los intereses son mayores que el sonrojo. Buena propuesta. Suerte y un abrazo.