35. La primera vez
En cuanto oyó el portazo de cada mañana se dirigió al vestidor de su madre. La casa vacía, la habitación llena de sol. Le temblaban los dedos. Buscó en el cajón de la lencería un corpiño. Se puso un vestido entallado de terciopelo. Con el carmín rojo púrpura dibujó el contorno de los labios. Los aplastó contra el espejo. En la superficie de la luna del armario quedó marcado un corazón. Dio un paso hacia atrás y se puso a girar como una peonza. Que la puerta se abriera de improvisto y que en el umbral apareciera mamá perpleja, los ojos inundados de mar, con eso no contó. La mujer se adentró en el cuarto. La voz baja y quebrada. Acertó apenas a preguntarle: —Pero hijo ¿qué haces? Él no contestó, ni ella dijo nada más. Lo estrechó con todas sus fuerzas y lo llevó con dulzura a su regazo. Supieron entonces que les quedaba un largo camino por andar.
Gran sorpresa la de esta mujer, en tanto se encontró con un hecho inesperado. Gran capacidad de comprensión también, por no hacer una escena, por tratar de asimilar, por estar siempre del lado de su hijo, por prepararse para un «largo camino por andar» distinto al que, posiblemente, había imaginado.
El hecho de que se trate de un niño y de una niña, algo en el fondo, tan natural, sorprende a la madre y al lector.
Un abrazo y suerte, Mei