08. Lo sacábamos de quicio (Jesús Alfonso Redondo Lavín)
Nuestro compañero de tercero de bachiller, el hiperactivo Jaime, desquiciaba al director del colegio. Este, ya mayor, de bautismo frailuno hermano Nicolás y de mote “Cartucho”, daba clases de francés, mejor sea dicho, las vigilaba. Su tensión arterial estaba descontrolada. Solía tener frecuentes manchas rojas en los ojos.
La clase consistía en repasar en voz alta un cuaderno de color fucsia de ediciones Bruño que dedicaba cada una de sus páginas a las palabras en francés y su traducción al castellano de un tema: la vendimia, la caza, la pesca etc…
Era un guirigay de voces que sacaban de quicio al vigilante, que como un poseso explotaba, se dirigía al sitio de Jaime, el más voceador de los alumnos y ciego de ira le caneaba el cogote a mano abierta y hasta le golpeaba la cabeza con la tapa del pupitre.
Esto nos ponía eléctricos a los compañeros que lejos de defenderlo, jaleábamos al fraile gritando ¡dele!, ¡dele!, ¡dele! El cura cesaba su tortura y tornaba su cara inquisitoria 225 grados como buscando otra víctima y callábamos. Terminada la ejecución reanudábamos con medida sordina a recitar: el conejo: le lapin; el álamo: le peuplier; y gritando fuerte, el cartucho: la cartouche…
Un ejemplo de cuánto ha cambiado la educación, con prácticas de dudosa pedagogía, acordes con eso de «la letra con sangre entra». El caso es que el orden en la clase se restablecía, y hasta una cierta eficiencia, pero la violencia y el miedo nunca deben de ser un acicate.
Si mal estaba ese no saber contenerse del profesor, peor aún era que siempre lo pagase con el mismo alumno, cuando, como el título indica, le sacaban de quicio por igual todos y cada uno de ellos.
Otra escena extraída de tu experiencia y memoria y que que merece ser relatada y compartida, que se recuerde, que nunca se pierda, para que no olvidemos ese pasado reciente, comprendiendo así, también mejor, los usos y costumbres actuales.
Un abrazo y suerte, Jesús
Muchas gracias de nuevo,Ángel, por pararte a leer y comentar mis relatos.
Una buena narración de un pasado que muchos experimentamos o, al menos, miramos muy de cerca. Algunos docentes eran un ejemplo claro de personas que demostraban enfado y hasta ira en los salones de clase. A veces eran famosos en toda la institución por sus arrebatos de ira. Muy apropiada obra para la ocasión, Jesús Alfonso, te felicito.
Gacias por comentar Oscar. No lo podemos juzgar con los hojos de hoy. Aprendimos a vivir peligrosamente. Je Je.
En mis tiempos, ese señor era el Hermano Pablo, alias «Copito de nieve». También era el de francés. Qué tiempos aquellos en los que importante era sobrevivir cada día sin coscorrones ni golpes de borrador lanzados con la maestría que daban los años de práctica. También aprendimos a esquivar. A lo que voy: bien narrado porque has soliviantado a mi memoria y has echo aflorar muchos recuerdos. Muy buen ritmo, buenas imágenes. Abrazos y suerte, Jesús.
Gracias Rafael por tu comentario. Añado que no podías chivarte del maltrato en casa porque ponías a tus padres en un brete en unos casos o bien porque en aquellos años no funcionaba la presunción de inocencia y te daban otro tortazo.
• Como testigo privilegiado de aquel episodio, he vuelto a revivir aquel momento otra vez como niño, pegando golpes en el pupitre, gritando como un descosido y comprobando que el pobre hermano Nicolás ponía cara de asesino. Porque ¡cómo son las cosas! cuántas veces nos hemos reído de aquella escena reconociéndonos trastos y morbosos y admitiendo que el que peor lo pasó fue aquel fraile al que usaban como comodín y que utilizaban para aguantar a unos pobres cabestros que era en lo que nos habíamos convertido. Si existe la ternura, ahora que lo veo como persona normal (antes era, por llevar faldas, un término medio entre hombre y mujer) la emplearía en darle un enorme abrazo porque, !! qué mérito tenía y nosotros sin saberlo !!
Tienes razón, el hermano Nicolás era un bendito tocado de «Ira bendita». Los había peores, «Catilina», el hermano Valentín, que daba tortazos profesionales, quiero decir que los daba sin mostrar emociones tal cual verdugo ejecutando sentencias; El hermano Efrén, no recuerdo si tenía mote, que tenía predilección por levantarte del suelo cogiéndote de las patillas mientras hacía una mueca sádica que parecía una sonrisa y «Picha Palo», Don Emeterio, que no era fraile, experto en lanzamiento de borrador y el colmo era el hermano «Estufa», Fraile del que no recuerdo su nombre, pero con mote muy revelador, cuyos tortazos dejaban la impronta de sus dedos en tu cara durante una semana. Y junto a ellos otros muchos frailes y profesores que sabían controlarse y no utilizaban estos métodos.