44. Made in Japan
Preferí guardar las apariencias. Como las otras veces. Aunque en esta ocasión no necesité inventar viajes de negocio. Una empresa puntera en su rama le proporcionó un doble. Hablaba con su misma voz de tuba. La piel también olía a musgo. Y los lunares parecían trazados con papel de calco. Era tal la exactitud que ninguno de sus empleados advirtió el cambio. Solo yo me di cuenta de algunas diferencias. Su impostor, por ejemplo, era incapaz de lastimar.
Anoche regresó después de cinco meses fuera. Sobraba uno. Antes de que los operarios vinieran a retirarlo, ya lo habíamos metido en su cápsula hermética. De casa fue directo al incinerador. Usar y quemar, así son las normas. Si dijera que sentí remordimientos, mentiría. Nadie es culpable de enamorarse. Y eso es lo que todos verán: mi amor por mi marido. Lo de las tres palabras talladas en su nuca será nuestro secreto.
A esta mujer le ha gustado más la copia de su marido que el original, el que sea «incapaz de lastimar» dice mucho a favor del sosías y nada bueno respecto al titular.
Ha cometido un asesinato de la forma más limpia posible y sin remordimientos, aún así nos cae bien, como si el incinerado lo mereciese. Esas ausencias eran sospechosas. Cada cual busca su manera de ser feliz.
Original, sorprendente y bien contado.
Un abrazo y suerte, María
Enhorabuena María, por ese relato en el que dices sin decir y en el que tan sólo con insinuaciones queda todo perfectamente claro.
La mujer ha tenido suerte, el marido no tanta pero al parecer la justicia divina sí existe.
Suerte con el micro y un besazo.
Cierto, Ángel, cuando se ha probado la felicidad es muy difícil dejarla marchar. Cualquier cosa con tal de seguir teníendola. Quizá por eso esta mujer cae bien.
Gracias por comentar. Solo tú eres capaz de sacar tiempo para todos. Chapó.
Un abrazo también para tí.
Un besazo también para tí, Ana. Y te agradezco muuuucho tu comentario.
Un micro redondo, María. Iba a preguntar cuáles eran esas tres palabras grabadas en su nuca, si se trataba de la marca, cuando he vuelto a leer el título. Es perfecto. Ya te digo, redondo del todo.
Un abrazo y suerte.
Nada como un cálido y robótico clon para sanar del frio cónyuge, aunque, al final, el que termina siendo más más cálido, ardiendo, es el marido. Un micro genial, María. Suerte y abrazos.
Rosalía y Rafael, muchas gracias a los dos por leer el relato y por comentarlo con tanta benevolencia.
Abrazoooos.