25. MI CUMPLE
Hoy el jardín se viste de gala. Las margaritas, cruces, amapolas, el ciprés y las marmóreas tumbas evocan la vida y la muerte como las caras de una moneda.
Las hermanas del recoleto convento vienen a felicitarme, me regalan jarrones con flores naturales, de papel o de barro. Aunque todas vestimos el hábito marrón de raída lana y toca negra en la cabeza, ya nos conocemos por nuestros movimientos que nos delatan incluso desde lejos.
Yo permanezco tumbada y veo las caras, radiantes de las novicias, adustas las veteranas y advierto las lágrimas de la madre abadesa que fuera mi amiga y confidente. Ambas sabemos que pronto nos juntaremos.
Hay dos monjas veteranas que, a menudo, oigo llorar temerosas por sus achaques de salud que grave y sin remedio les parece. Hoy no lloran.
Las dos novicias, alegres y llenas de vida, disimulan su cariño impuro que, cada día, se demuestran a escondidas entre las cruces o bajo el ciprés, juntando desazonadamente sus cuerpos para empaparse con apasionados besos.
Cae la tarde. Tras el lastimero toque de campana, el camposanto queda triste y vacío. Veo las flores a los pies de mi tumba y vuelvo a pensar en la eternidad.
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IsidroMoreno
¡Qué raro debe de resultar cumplir años eternos! La vida y la muerte, la alegría y el llanto, las flores y las tumbas… Somos puro contraste.
El amor, el odio, la pena, la alegría, la flor, la vida… eso dura lo que dura una vida, pero la muerte dura la eternidad y ¿cuánto es la eternidad?
Una vez escribí que la eternidad es lo que tardaría una hormiga en gastar, con sus pasos, una esfera de acero del tamaño de nuestro mundo.
Ya con esta referencia me hago una idea más concreta de la eternidad.
Gracias, Edita, por tu comentario.
Observar las cosas desde fuera, sin posibilidad de involucrarse, proporciona una perspectiva privilegiada de conjunto, lejos de apasionamientos y objetiva. Bajo ese prisma van desfilando los personajes de tu relato. Cualquier observador mortal solo vería a un grupo de monjas en un cementerio, pero el conocimiento, el tiempo y la paciencia de la protagonista, aportan una visión en la que se descubre que cada actor (en este caso actrices) tiene sus propias características: desde la abadesa que barrunta su final, a las novicias que viven ocultando un pecado por el que serían expulsadas. El homenaje termina, el día se marcha, las flores se marchitarán, y el espíritu de la monja que nunca cumplirá años vuelve a experimentar su largo y monótono reposo; ya lo dijo Bécquer: «Qué solos se quedan los muertos».
Un relato que recuerda a los fantasmas de «Pedro Páramo», también que los difuntos, aparte de fundirse con el entorno, pueden ser espectros apegados a un lugar, con algún tipo de vida distinta, con los sentidos despiertos para percibir el entorno, y la conciencia de que todo es efímero, menos su reposo, que es eterno.
Un abrazo grande, Isidro. Suerte
En efecto, la posibilidad de involucrarse no la tiene, pues no es fantasma -de momento- ni siquiera la ubicuidad, pues en su «recoleto» espacio dedicado a jardín y camposanto, se limita a oír, ver, callar y divagar sobre la eternidad. A veces tb hace de confesora muda de las mayores, pero parece ignorada por las «revoltosas y apasionadas» novicias.
Me parece muy gracioso el título, sobre todo cuando he llegado al final del relato. Primero porque es una monja que imagino mayor y sobre todo porque habla desde un mundo paralelo o de más allá. Pero claro, supuestamente allí carecería de edad y hasta de cuerpo, entonces todo el mundo sabe que ese día cumplía años, pero para ella eso ya no es importante porque ahora tiene una visión global de lo que un día fue su mundo. No juzga,solo observa.
Muy original y transcendente tu relato. Por ponerle un pero, quitaría el «las» de la frase:Hay dos monjas veteranas, que a menudo las oigo llorar…
Feliz noche y buena suerte Isidro.
No sé si será un mundo paralelo o del más allá. Creo que es más sencillo que eso. Todos hemos visto o incluso protagonizado conversaciones ante una lápida, generalmente de un ser querido. Muchos incluso con lágrimas o risas. Debe ser intensa la sensación.
Aquí yo me he puesto al otro lado, en primera persona y sólo percibiendo el entorno que proporciona el mantenerse tumbado, inmóvil e invisible pero sobre la lápida. (Por eso ve las flores a sus pies, a las veteranas que les hablan y las lágrimas de la abadesa).
Muchas gracias por tu comentario y por tu sugerencia que acepto y ya corregí.
Un abrazo.
Gracias a ti. Feliz noche.
Original visión de esa monja difunta a la que no se le escapa nada de lo que fue su entorno vital. El cierre me parece excelente.
Suerte, ahijado.
Ya con la suerte de tenerte como padrino y amigo, no necesito más para este noble arte del microrrelato.
Muchas gracias por tu ayuda y deseos.
Un abrazaco.
Una historia narrada por el espíritu fantasmagórico de una monja, que hace las veces de narrador omnisciente o al que no se le escapa nada de cuánto sucede a su alrededor, así con esta extraordinaria ventaja al tratarse de «otro ojo que todo lo ve», puede diseccionar cada detalle de lo que realmente sucede dentro y fuera del convento.
Interesante, curioso, ameno y con pinceladas de ironía llena de humor.
Saludos, Isidro y suerte. 🙂
Ve y oye cuanto pasa a su alrededor, pero la difunta «pasa» de opinar, quizás sea por algún extraño sentimiento que imprime la eternidad y que, estando a este lado, todavía desconocemos y generalmente no tenemos prisa por descubrir. Jeje!
Mil gracias por leer y comentar.
Un abrazo.
En muerte, contempla la vida en las emociones y sentimientos de sus hermanas. Un crepúsculo de tiempo en la eternidad de sus pensamientos. Muy bueno, Isidro. En esta convocatoria hemos coincidido en atorgar a la eternidad el protagonismo en nuestros relatos. Un abrazo y suerte.
Es que la eternidad es muy amplia y ahí cabe todo, todo, todo. Por eso es fácil coincidir y por suerte o por desgracia, allí coincidiremos, todos, todos, todos.
Mi eterno agradecimiento por leer y comentar, amigo Salvador.
Un fuerte abrazo
Buen relato que intriga, el título y el final son muy acertados. Gran trabajo. Saludos
Muchas gracias, Pablo, por leer y comentar.
Un abrazo fuerte.
La paciencia de la eternidad dota a esta monja «eterna» de un espíritu crítico pero sereno, diferente al habitual.
La idea de una hormiga gastando con sus pisadas un planeta de metal da para varias generaciones, y sí, se acerca un poquito a la noción de eternidad. Pero ya sabes que la dimensión del tiempo no es para todos igual, a este respecto, a mí me gusta recordar lo que el conejo dice a la Alicia de Lewis Carroll cuándo esta pregunta «¿Cuánto dura lo eterno?»: «A veces solo un segundo», y es que lo eterno es así.
Un placer leer tu texto, Isidro.
Muy buena reflexión la de Alicia. Efectivamente el tiempo es relativo, ya lo decía Einstein y otros. Reconozco que pensar en el tiempo como algo más que lo que me está midiendo mi reloj, a veces me produce vértigo.
Muchas gracias, Manoli, por leer y comentar.
Un abrazo.
Muy original tu propuesta Isidro, sin duda es de aquellos relatos que vuelves a leer y saboreas. El título lo complementa a la perfección. Un abrazo fuerte y te deseo mucha suerte. Bea.
Muchas gracias, Bea, por leer y comentar. Me alegra que te haya gustado.
Un abrazo.