35. Ni un pelo de tonto
Como todas las mañanas el semáforo, que hay justo al salir del garaje de su casa, está en rojo. Mientras espera a que se ponga verde, acostumbra a observar la enorme valla publicitaria que preside la plaza, pero hoy ha habido cambios. No se trata de una atractiva chica anunciando lencería, ni de la conocida bebida refrescante con chispa, tampoco del tentador destino turístico rodeado de palmeras; ese que le hacía soñar antes de empezar la dura jornada en el bufete de abogados en donde trabaja.
Esta mañana un atractivo hombre maduro de abundante pelo gris y tez bronceada le sonríe de una forma que a Daniel le parece ofensivo. Anuncia una loción crecepelo muy conocida. Él mismo es uno de sus mejores clientes. De hecho acumula frascos y frascos vacíos de esa misma loción en el trastero.
Y ahora, mientras acaricia su despejado, suave y redondo cuero cabelludo, unas ganas de venganza sin límites se adueñan de él.
Con el semáforo ya en verde y con la prueba del delito en su trastero, acelera con más ímpetu de lo habitual.
En las campañas publicitarias se ofrece una realidad distorsionada, con estudiados mensajes en varios frentes que muchas veces rozan el embuste, cuando no se introducen en el engaño total, como ha sufrido tu protagonista, inteligente sin duda, según indica el título, pero nadie está libre de caer en falsedades cuando se juega con factores sensibles, como la caída capilar.
Un relato que pone el acento en la manipulación de nuestros puntos débiles a veces sin que nos demos cuenta hasta que tiene consecuencias.
Un abrazo y suerte, Pilar
Gracias Ángel por comentar. La verdad es que el tema de la «no verdad» o mentira (dependiendo de la intensidad de la misma) en el campo de la publicidad, da para mucho. Incluso he llegado a pensar que nos dejamos engañar a sabiendas (me incluyo porque nadie está libre…).
¿Tal vez para soñar un poco?
En fin, que ahí lo dejo.
Los engaños anteriores, ( la chica en lencería, los viajes, etc), no le afectaban, pero cuando le tocan a su cabellera perdida, entonces si, quería venganza, y tenía la capacidad para ello.
Somos penosos, este es un buen ejemplo.
Bien planteado.
Pues desde el punto de vista masculino tienes razón, Rosa, pero también podría haber sido una mujer que se deja engañar por una crema adelgazante, por ejemplo. Lo que tú dices: el ser humano puede llegar a ser penoso.
Muchas gracias por tu tiempo
Ni de tonto ni de listo el pobre, que se deja engañar y además guarda el cuerpo del delito, que no creo que le sirva más que para torturarse. Con la venganza del final igual se alivia algo. La publicidad, esa mentira hecha a la vista de todos y que aceptamos como si nada.
Así es Edita lo resumes muy bien. Agradezco tu comentario
Me paso por los vuestros