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Ramé empezaba los libros por la última página y avanzaba de manera aleatoria hasta llegar a la primera línea. Entonces reconstruía la historia a su manera, casaba a enemigos, divorciaba a fallecidos o hacía regresar a los novios del viaje de bodas antes de siquiera haberlo empezado. Así mantenían intacta la ilusión y no decaía la trama, afirmaba muy convencida.
En la vida real seguía al pie de la letra la archiconocida sentencia de Pitágoras: “el orden de los factores altera el producto”: cuando todos sus compañeros de instituto fueron a la universidad ella se marchó de cooperante al primer mundo, donde adoptó una cohorte de milmillonarios y les convenció para que cedieran sus patentes a coste cero a las potencias mundiales del tercero.
A su regreso, pronto alcanzó un grupúsculo de seguidores en las redes sociales y se la rifaron en las peores universidades para que difundiera conocimientos aún no descubiertos, demostrara la cuadratura circumpolar de la tierra y errara de manera sistemática a la hora de asesorar a los lideres mundiales para solucionar los conflictos, arrastrando consigo a la humanidad a una felicidad inmensurable, segundos antes del Big Bang, cantando todos a coro:
“What a wonderful world”.