Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SAUDADE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta cuarta propuesta es el concepto portugués de SAUDADE. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de SEPTIEMBRE

Relatos

595. EXCURSIÓN EN EL BOSQUE, de Roble 3

Rosa: -“Me encanta ir al bosque con el colegio. Mis amigas y yo cogemos flores y jugamos  a escondernos entre los árboles mientras otra nos busca”.
Juan: -“Mis amigos y yo tiramos piedras en el río, y intentamos subirnos en los árboles aunque la última vez mi amigo Pablo se hizo daño en un pie”.
Isabel: -“Cuando entramos en el bosque todo parece distinto al colegio. Se transforma en otro mundo y me gusta buscar ángeles, duendes y ver animales”.
María (profesora): -“El momento mágico cuando voy al bosque con mis alumnos se produce cuando el ruido de los animales se funde con los juegos de los niños y producen una bella melodía”.
Luís (Conductor del autobús): -“Cuando les llevo al bosque puedo disfrutar con ellos, dejo hablar al viento, escucho las hojas y el cauce del río…. Es el paraíso.
Cristina (mamá de Lourdes): “Cuando llegan del bosque puedo ver la alegría, la diversión y el cansancio en sus ojos. Han disfrutado de las pequeñas cosas que te hacen más grande.”.
-¿Para Cuando la próxima excursión al bosque?… Yo me apunto.

594. PALABRA DE CARPINTERO, de Bosque Negro

He roto mi promesa de no volver. Los árboles me han reconocido. Eso me halaga y me intranquiliza. La luz de la luna decora con destellos de plata el bosque. A cada paso la enramada me palmea  la espalda, devuelvo el cumplido sin cortesía. Reconozco el sendero, los aromas a pino y a corteza. Me adentro en la arboleda y cuento setecientos catorce pasos. Ahí estás, dónde te dejé. Llegaste a mí por casualidad,  la peor silla que había visto en mi vida,  hecha con restos de madera, llena de astillas y con un manto de podredumbre  agarrándote con fuerza. Lo primero que hice fue extraer una a una aquellas esquirlas que parecían atormentarte. Limé, pulí y lustré la superficie. Al acabar me hablaste. Me pediste que te trajera de vuelta a casa. Siguiendo tus indicaciones, te planté junto al tejo. Nunca he sentido tanta felicidad. Juré guardar el secreto. Hoy he vuelto como furtivo, un sibilino ocultando sus intenciones. Te he arrancado una rama y he huido sin despedidas, al amparo de un jirón de nube negra. He llegado a casa estremecido, el corazón palpitando reproches me atormenta.  Te he colocado sobre la mesa de trabajo, te llamaré Pinocho.

593. SED, de Helecho 3

Bebía paseando por un extenso y montañoso bebedero repleto de robustos bebedores de hojas ocres. Sin beberme cuenta, me bebí de frente con un bebedor alto y con bigote, y una afilada bebida en la mano. Entonces, se bebió en seco y me bebió a la cara, y me bebió:
―¿¡Cómo bebas a beber en mis bebederos!?
―Lo bebo señor. Me he bebido de beber tratando de enbebar un bebedero. Estoy muerto de bebida ―le bebí.
―Lo bebo, joven. No le bebo ayudar.
Tras beber durante un tiempo sin bebida fija, creí haberme bebido de nuevo, cuando bebí a un hombre a lo lejos, y me bebí hasta él:
―Bebida ―saludé―. Estoy bebiendo un bebedero. ¿Me podría usted beber, si no es mucha bebida?
―Desde bebo. Bebe usted mi lengua ―bebió con tono amable―. Beba ese gran bebedero hacia el sur y podrás beber en el río. Yo bebo en esa dirección. Si quiere podemos beber juntos.
Cuando bebimos al río, comenzamos a beber hasta saciar la sed, cuando me bebió:
―Qué gusto beber. Se queda uno feliz, completo ¿No lo cree usted así?
―Desde bebo― le bebí.

592. INSTRUCCIONES PARA VISIONAR TU MUERTE EN UN ESPEJO, de Helecho 3

Ve a un claro del bosque. Espera a la medianoche y desnúdate. Hazte con una tela hindú y extiéndela sobre la tierra, evitando mancharte. Con velas santiguadas por un cura virgen forma un círculo delante de un espejo de más de treinta años de antigüedad. Métete dentro del círculo, sobre la tela hindú, sobre la tierra, y observa la luna. Cuando un aullido o un reloj marque la medianoche, da seis vueltas sobre ti mismo, sin preocuparte de posibles mareos. En la última vuelta párate frente al espejo, Pronuncia las palabras “mortem visionarum” exactamente tres veces. Cierra los ojos y concéntrate, ya queda menos para el visionado. Coge un cuchillo de plata y clávatelo en el corazón.
Deja reposar y observa. En ese instante ya deberías de estar contemplando tu muerte. En caso de no surgir efecto inmediato comprueba si por error te has perforado simplemente un pulmón. De ser así, espera hasta las doce de la noche del día siguiente y remueve cada ocho horas.

591. EL GUARDIÁN, de Manada

Helio3 lucía en el firmamento cuando cogí la nave de exploración. Atravesé las Praderas Glaucas envuelto en vapores que levantaba el aparato. Al tiempo reconocí unas mariposas aldebaranas parecidas a pterodáctilos enanos con largas alas de mil colores. Intenté perseguirlas pero el motor se apagó y hube de planear sobre la llanura. Caí cerca de una manada de Yakos. Los alrededores estaban salpicados por grandes Rucarios, que más allá formaban las primeras espesuras del Bosque Azul. En la banda opuesta divisaba los montes copernicanos. Pasaron uno, dos, tres minutos… El silencio era completo en la nave, no podía apartar la vista del paisaje. Un Yako se acercó sin prisas, triscando el pasto azul con parsimonia. El animal se paró a escasa distancia. Alzó el cuello, me miró con sus ojos bovinos y penetró en mi mente. Los exobiólogos sospechaban su habilidad telepática, pero eso no alivió mi asombro. En mi cabeza estallaron sonidos: el agua resonante
 de las montañas, la sinfonía compleja y armoniosa de las aves, el cántico de los cuadrúpedos… Una voz imperiosa decía: “Humanos, no repitáis vuestro error”. El motor rugió de repente y escapé colmado de desazón, sabiendo lo que sabía sobre mi viejo planeta natal.

590. VOCES DEL BOSQUE, de Hoja Seca 2

     Hay noches en que el bosque parece tragarte. Tropezaba con las piedras grises. Las ramas crujían cuando me aferraba a ellas para sostenerme. Un remolino hacía girar las hojas a mi alrededor.
       Mis pies se enredaron con las raíces de un tronco enorme y caí. Permanecí inmóvil, aterido por el dolor y por la sangrante herida de mi alma. Tanto caminar sin haber llegado a ninguna parte; tanto buscar la luz para hallarme sumido en las tinieblas. Sentí lástima de mí mismo. Y lloré.
       Desbaraté algunas hojas secas entre mis dedos. Luego, encontré una hoja verde y lozana, que seguramente el viento había arrancado antes de tiempo. Sentí odio y quise destruirla, pero no pude, un murmullo me detuvo.
       Acaricié la hoja con mi mejilla y escuché más cercano el susurro. Seguí buscando la voz y lentamente me incorporé, apoyándome en el árbol. La hoja ya no me hablaba. La solté. La vi descender y luego tuve miedo del silencio y de mis manos vacías, pero sólo duró un momento. Había comprendido. Extendí los brazos y estreché al árbol hasta donde pude. Alcé mi mirada hacia su copa y entonces lo escuché todo.

589. RECUERDOS DEL VALLE, de Musgo 6

Cuentan mis mayores que el rincón donde vivo, situado en un valle rodeado de granito, fue en su tiempo una zona boscosa. Los chopos acompañando al pequeño río, salpicados con el olor del poleo y de las huertas que con ellos se entremezclaban. Los robles y los pinos salpicando la ladera de esta humilde montaña, con el veraniego amarillo del ramo, y el olor penetrante del espliego. Incluso ardillas y lechuzas dicen que por aquí habitaban. De ese paraíso serrano yo no he vivido casi nada, en mis jóvenes recuerdos si veo más verde vida el color de la dehesa, más cobre otoñal  la ladera de la montaña y más orugas adornando los pinos con sus caprichosas borlas blancas. De todo eso apenas queda nada. En mis paseos recojo las supervivientes semillas para plantarlas, esperando que los retoños crezcan robustos, haciendo pasado estas palabras y futuro el recuerdo del más anciano de este rincón encajado entre montañas.

588. SI YO FUERA AGUA, de Lluvia

Si yo fuera agua sería lago. No sería río que fluye rápido, ni mar inmenso y poderoso. Tampoco sería pozo servicial y oscuro, ni sería represa contenida. Sería lago, verde y llano, espejo del mundo afuera. Todo aquel que a mí se acercara, vería su imagen nítida al verme y así llegaría a mis entrañas llenas de algas, piedras y peces.

587. ASTRONOMÍA, de Lluvia

Se encontraron en un bar del centro. Olía a churro quemado y a cine independiente.
Él llevaba una rosa roja. Ella un mapa de las estrellas del día en que  él le enseñó las constelaciones antes de hacer el amor bajo el cielo nocturno, entre los árboles del bosque, sobre el pasto húmedo.
-Usted es una mujer para el amor, pero  tiene el corazón roto y está metida en muchos líos, y yo estoy jodido- Le dijo mirándola con ojos de almendra.
Años después ella se enteró que él se casaba. Se apagaron todas las luces en ese cielo estrellado de hace tiempo.

586. HELECHO, de Lluvia

Amo los helechos, desde pequeña siempre me han fascinado. Nunca he sabido bien por qué, después de todo son plantas más bien sosas, sin flores, que extienden sus hojas uniformemente verdes para bañarse de sol. Ordinarias, claramente. Sin embargo, verlas desenrollarse lentamente desde el churrusquito anudado que son al principio, hasta su extensión completa que pelea contra la sombra, me hace siempre sonreír de ternura. Me maravillo frente a su forma fractal que parece contener las fórmulas del universo y toda su composición.
Supongo que estas cosas ocurren con cualquier elemento del mundo, con todos los frutos de esta tierra vibrante. Es una lástima que yo sólo pueda apreciar tanta magnificencia en la contemplación de un helecho.

585. LA ESCAPADA, de Ardilla Voladora

Tras seguir las vías del tren tropecientas millas, nos adentramos en los bosques y decidimos acampar allí. Pasamos la noche junto a una hoguera contando inquietantes historias, cazando estrellas fugaces. Un par de cigarrillos rulaban de mano en mano, tosíamos sin parar. Después nos venció el sueño, aunque el ruido de voces en la espesura nos obligó a establecer un turno de heroicas guardias.
Al rallar el alba reemprendimos la marcha siguiendo la senda del agua. Atravesamos pozas sin fondo, cascadas y remolinos; charcas infestadas de sanguijuelas. El mundo era hiperbólico, con una vivacidad de matices y misterios que nunca volvió a tener.
Regresamos asilvestrados, los pantalones raídos, con arañazos por todas partes. La reprimenda que nos cayó nos traía al fresco, adolescentes inmortales como éramos. Tan solo habían pasado un par de días y sin embargo, al regresar de aquella escapada, el pueblo se había vuelto más pequeño a nuestros ojos.

584. EL POZO, de Ardilla Voladora

–¡No intentes escabullirte, no te servirá de nada!– escuchó Froilán, poco antes de conciliar el sueño.
A aquel inquietante aullido le siguieron otros cientos, haciendo vibrar las paredes del caserón. Cuando compró el terreno, nadie le advirtió de esos gritos que, pasadas la medianoche, irrumpían espectrales en los alrededores. ¿De dónde provendrían? ¿Acaso de un aquelarre en el bosque? Antes de enloquecer, salió de su alcoba resuelto a averiguarlo. Las voces lo condujeron hasta un claro en mitad de la espesura, donde halló un pozo herrumbroso. Todo ocurrió muy rápido. Froilán levantó la cubierta y se asomó al vacío. De repente, una fuerza indefinible lo succionó sin piedad. A continuación engulló los tilos y castaños más cercanos, las madrigueras de topos, el jardín de la mansión, la piscina, el edificio al completo.
Un cartel de “Se vende” luce de nuevo en el descampado, junto a los lindes de la foresta. Oculto entre la maleza, el pozo acecha a su siguiente víctima.

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