Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

622. SACUDIENDO EL YUGO, de Insecto Palo

Hoy quiero caminar despacio, tranquilo, oyendo crujir las secas hojas caducas bajo mis escariosos zapatos. Cruzar sinuoso la senda de los inmensurables fresnos. Contemplar algodonales nubes con sus ligeros destinos, rozados con puntiaguda rama de blanco chopo; desvanecidos vuelos y voluptuosas sombras errantes por un río estático. Hoy, todo naufraga lento por la singladura del recuerdo; incluso mis espantadizos pasos dejando lejos los pueriles miedos. Mis ojos se pierden con la pureza de un ornamentado camino verde sin retorno, vivificando entre huellas otra semilla esperanzada con los deseos más abiertos. Eres, tan cierto y claro, tan recalcitrantemente mío y tan de todos, – bosque amigo -, que lloro de alegría cuando abrazo tu corazón noctámbulo de murmullos compartidos. Contigo avanzo por la vida desde tus sonoros troncos. Por ti arranqué  pétalos al pasado que entre besos a mi amada le fuiste dando. Como generatriz de un telón de colmenas y nidales, aprendí melodiosos cánticos. Porque me devuelves al lugar mágico de los sueños. Y antes de dormir la noche me acuna secretas lunas y reflejos. Sacudiendo este yunque que late acompasado de sollozos.

621. AGUAS, de Tierra 2

Cada vez que llegábamos al río, sabíamos que faltaba poco. Y ya metíamos nuestros pies en el agua helada que nos recibía con agrado. Las piedras brillantes esperaban en la orilla por nosotros. Y arriba los arboles del hermoso bosque que abrazaba manantiales. Hojas verdes que desde lo alto escupían gotas del sol que caían por entre las ramas. Y nos metíamos en el agua a oír el trinar de los pájaros que nos cantaban historias de amor entre sus aguas cristalinas.

620. EL DUENDE, de Acebo

Tenía ocho años cuando empecé a sospechar que yo no era como los demás, los otros niños le tenían miedo al bosque, yo, en cambio,  le rendía pasión, respeto y reverencia. Me gustaba adentrarme en él todas las tardes a la salida de la escuela y a medida que las hojas secas crujían bajo mis botas, mis pies se iban convirtiendo en raíces andantes, mis brazos en ramas y mi pelo en una corona de brotes verdes que se alzaban  buscando la luz.    Cuando me acercaba al arroyo mi apariencia de árbol  se iba transformando  en agua y acababa confundiéndome con su  caudal corriendo ladera abajo hasta la fuente del camino, allí volvía a adoptar mi forma a la espera de que  los últimos rayos de sol se recostaran sobre  las hojas de las hayas, entonces yo emprendía el camino a casa y salía  del bosque justo cuando en el cielo asomaban las primeras estrellas. Una vez   me sorprendió la noche dentro y desde entonces mis orejas se volvieron  puntiagudas y empecé a oler a tierra mojada. Han pasado cuarenta años y me siguen llamando “El duende”.

619. LÁGRIMAS AMARGAS, de Lechuza 2

Era el anochecer, Elisa volvía de su trabajo hacia su pequeña morada, cercana a un bosque de pinos. De pronto sintió una mano sobre su hombro, —–No digas nada y seguí caminando—– escuchó. Una punta fría rozó su costado, la llevó hasta un lugar donde la espesura del bosque era más intensa.  Sin dejar de amenazarla, la obligó a practicarle sexo oral. La desesperación producto del miedo y el asco, la llevó a apretar los dientes, clavándolos en el miembro del agresor.
Un alarido de dolor inundó sus oídos, sintió que las manos que la sostenían la liberaron.
Corrió y corrió entre las enredaderas y arbustos, tropezando, cayéndose, levantándose, lastimada y ensangrentada hasta que encontró a un guardabosque que salió a su encuentro atraído por el llanto de la joven.
En el lugar una mancha de sangre es el mudo testigo de un ultraje frustrado.
(Basado en un hecho real)

618. EN EL BOSQUE, de Lechuza 2

Ernesto tumbado en su cama, mientras dormitaba escuchó una débil voz que le decía —– No sufras, los recuerdos son eslabones del pasado—-.
Despierta sobresaltado preguntándose —-¿Quién me habla? , un hada, un ángel o son mis propios pensamientos, los mismos que no dejan de recordarme a esa mujer que fue el amor de mi vida.
Desorientado, tratando de eliminar ese malestar, sale a caminar, internándose en el bosque lindante a su casa.
El frescor de la noche acaricia su rostro, entre cañaverales, trepadoras, lianas y arbustos, en su andar se cruza con escurridizas ratas, con el vuelo de los murciélagos, mientras los búhos escudriñan el lugar desde las ramas de los árboles buscando su presa.
De pronto entre la arboleda aparecen algunos personajes desconocidos —– Somos los duendes del amor, sabemos que estas sufriendo —- le dijeron a modo de saludo——-¿Hay algún lugar donde van los amores perdidos?—- pregunté, —– yo perdí el mío, ¡quiero recuperarlo!.
—–Todos en algún momento perdimos un amor—– acotó otro      —–Deja  que los recuerdos cumplan su ciclo, así tu vida vibrará con un nuevo amor.
Resignado, se aleja con la esperanza de un futuro mejor.

617. CONFESIONES DE UNA ARDILLA EN EL ÁRBOL, de La Rana del Roraima

Que bonito al despertar y escuchar el cantar de las aves, a veces  no se logra distinguir el  pequeño sonido que hacen los  amigos del bosque. Así como la pequeña y  hermosa princesa  hacia los árboles se ha escapado para conocer a sus amigos, en este fruto tan divino que el creador nos ha regalado. ¿Por qué no preservar  lo grandioso que nos han dado? ¿Por qué maltratan lo que  ha estado persevero  mucho más tiempo del que nosotros hemos logrado tocar las hojas del suelo? No tenemos derecho alguno de juzgar ante la imponente tierra  bendita, los bosques que son la grandeza vibrante entre los que amamos la paz. La verdadera razón de la tranquilidad mía, es estar sin la agonía de lo que pueda pasar. Mis bosques  son la cobija, el tranquilo refugio que me cubre ante tanta maldad. Debemos darnos  cuenta de que el mismo cantar de las aves, es el mismo cantar del corazón que desea gritar para podernos unir como hermanos y discernir lo bueno de lo malo.

616. CRUZANDO LA PUERTA, de Junco 2

Eran las cuatro de la mañana. Una fría brisa corrió por el fino cuello de Ágata, que de repente se levantó a causa de ella. A pesar de todo, sus párpados no se abrieron del todo pues la pesadez de la noche lograba que así no fuese. La pequeña tuvo ganas de ir al lavabo y se dirigió en un estado semi drogado hacia la puerta. Lo que no esperaba es que al traspasarla se encontraría en un insólito bosque que lo abarcaba todo. Ágata anduvo torpemente mirando hacia un lado y otro, observando  como los conejos salían de sus madrigueras, atendiendo al calmoso sonido del río…Pero, poco a poco, mientras se iba adentrando más y más, notó en falta a la gente, en especial a sus padres. Con un sentimiento de congoja, corrió por el brumoso bosque hasta que al final se encontró con una hermosa ninfa de pelo rubio. Esta última le dijo suavemente “¿Qué haces aquí, Ágata? ¡Despierta…! ”
Al final Ágata fue al lavabo sin problemas con ayuda de su madre, que estaba allí para guiarla. Instantes después  ya se había dormido, olvidando por completo aquel lugar.

615. LOS OTROS SENDEROS, de Acentor

De niña, el bosque me daba miedo. Procuraba evitarlo, y cuando no me era posible recorría el sendero deprisa, con la vista clavada en el suelo, ajena a cualquier sonido que no fuera el de mi propia respiración. Al fin y al cabo, eso era lo que se esperaba de mí. “No te pares, no te distraigas, no hables con extraños”, me decían. La vida parecía llena de peligros, y el bosque una representación de todos ellos.
Pero todo cambió aquel día en que alcé la mirada, sorprendida por el canto de un pájaro desconocido. Descubrí entonces que el crujido de una rama podía anunciar la presencia de una ardilla, y no una amenaza. Que era el viento el que hacía temblar las hojas en las copas de los árboles, y no el temor. Que la llegada de las nubes no tenía más consecuencia que la lluvia, y que esta no iba a dañarme, sino a llenar de vida cuanto me rodeaba. Que, al explorar otros nuevos, estaba trazando mi propio sendero. Todo lo que soy, todo lo que he sido se lo debo a ese día. El día en que olvidé ponerme aquella estúpida caperuza roja.

614. EL BORRICO, de Caucho Tequendama

Sentados alrededor de la fogata, los exploradores escuchábamos las narraciones de Taita Tamalameque acerca del bosque de El Borrico, en cuyas estribaciones acampábamos aquella jornada mágica de nuestro debut montañista…
«Cuenta la leyenda que, antes de retornar al fondo de la laguna de la cual emergió para poblar la tierra, nuestra madre Bachué encargó a su borrico preferido la tarea de proteger, conservar y multiplicar el bosque de alrededor para beneficio de las generaciones por venir».
Todos los congregados, adoctrinados desde la cuna para venerar a los grandes: tigres, osos, águilas, dragones, no comprendíamos cómo Bachué pudo delegarle una misión tan trascendental a semejante animalejo, a menos que el susodicho fuera un borrico con poderes sobrenaturales, pero, salvo por el hecho de ser invisible y de llevar muchísimos siglos atendiendo su misión con modestia, es un jumento ordinario, ante lo cual concluimos que la suya era patraña, una leyenda irreal.
Entonces Tamalameque nos pidió que, simplemente, oteáramos el panorama. Fue así como pudimos constatar que no hay en nuestro país un bosque nativo como el de El Borrico, tan exuberante y lleno de vida.
En sabiéndolo, para ser grandes también, allí mismo nos convertimos en borricos simbólicos.

613. RELATO CORTO EN EL BOSQUE, de 75 Robles

Una lluvia de hojas amarillas y anaranjadas bailaban lentamente, en armonía, en descenso hacia el mullido mar que cubría el suelo del bosque.
   La agradable visión otoñal rodeaba un rostro amoratado. Dos iris azules encastrados en unos ojos enrojecidos, demasiado saltones, como si trataran escaparse de sus órbitas. Unos labios rodeaban la boca abierta, una palpitante lengua y una garganta que no emitía sonido.
   De la boca escapó un hilo de saliva, escabulléndose por la barbilla hasta aquellas manos que aferraban su cuello, que lo apretaban con fiereza. Ella no gritaba. Solo boqueaba y arañaba con desesperación los brazos de su asesino.
   Tras unos segundos que duraron toda una eternidad, los arañazos cesaron, y los hermosos  iris azules se escondieron tras los párpados.
   Marcus despertó de un salto, con la respiración agitada. Las sábanas se le pegaban por el sudor que lo bañaba. Su respiración era rápida, fuerte, dolorosa. Se quedó un instante mirando el techo. Se encontraba en una habitación en penumbra… su habitación. Había sido una horrible pesadilla. Trató de recuperar la calma. Y entonces notó el escozor. Encendió la luz y descubrió sus brazos. Los restos de tierra. La sangre seca. Los arañazos.

612. HOMO CRISALIDA, de Oruguita

Mis centenarios árboles hablan de tu crueldad. Mis cristalinos ríos se enturbian con tu suciedad. Polución, tala, incendios… ¿hasta dónde llega tu locura? Dime hombre, dime, ¿Por qué quieres matarme? ¿Qué te hicieron todas mis criaturas que las cazas y enjaulas? ¿Y tú eres el rey de la creación? ¿Es que no sabes que atacarme a mí es atacarte a ti mismo? ¿Qué harás cuando me seque, cuando ya no puedas respirar? Dime, ¿Tu tecnología te permitirá producir agua, oxígeno? ¿Podrás hacer magia como mis duendes?
Te lo advierto hombre, te queda poco tiempo. Aprende de mí, del constante fluir del rio, de la fortaleza de mis árboles, de la previsora ardilla, de la comunidad de hormigas… tienes tanto que aprender… eres una oruga, no te quedes en capullo, yo que se que puedes ser una bella mariposa. Sal de la crisálida…

611. Y UNA FONTA FLUÍA DENTRO DE MI CORAZÓN, de Jacinto

La puerta de la Sala de Espera se abrió. “Álvarez” y un anciano con paso cansino se dirigió donde estaba la enfermera.
       La Sala de Espera estaba repleta de personas de edad muy avanzada, salvo un joven bien vestido que destacaba en aquel lugar. La señora de su lado le preguntó directamente qué le pasaba. Era vieja y no tenía tiempo ni vergüenza que perder. El joven respondió que era Visitador Médico. La señora sin contemplaciones murmuró, otro vendedor de matarratas y siguió con sus quejas y dolores.
       El joven se puso en pie y con una voz suave que hacía que todos se callasen para escucharle, les habló:
       Vengo de un bosque de hadas en el que hay una fontana llena de vida y esperanza. Quería ofrecérsela al doctor pero pienso que ustedes la necesitan más que él. No tienen obligación de tomarla. Si quieren acérquense y beban. Y uno a uno se iban acercando en silencio e iban saliendo más erguidos, más rectos, menos encorvados, con una sonrisa de felicidad, tirando en la puerta antes de irse las muletas, bastones y sillas de ruedas. Cruzaron la puerta y corrieron con todas las fuerzas de sus veinte años…

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