Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SAUDADE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta cuarta propuesta es el concepto portugués de SAUDADE. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de SEPTIEMBRE

Relatos

484. BOSQUES SECRETOS, de Cala

Doy romeros salseros, agapantos y rosas. Ofrezco periplos, frescor, texturas y fragancias naturales; perfumo diariamente.
En otoño, y primavera… suelo ser bosque de hiedra, acero y madera. Atraigo al  placer de mis paseos.  Destilo olor de hojas trepadoras; soy plasticidad, formas, color,  agua y cauce.
Ofrezco lo sencillo, lo fascinante lo espectacular. Soy Bosque Secreto. Mis caminos, en su entorno ambiental; observan la red de otros senderos. Sus veredas, brindan bancos cuadrados, cielo azul, nubes ovales, de blanco  algodón deshilachado.
Siendo yo,  naturaleza inquieta, siento inclinación hacia las elegantes formas del Árbol de Júpiter. Soy testigo de conversaciones,  maneras de disfrutar el mundo, del torrente de unos  ojos, de la  boca que sabe contar  lo que se necesita oír, de secretos, piropos… Atraigo y me atraen.
Sois dichosos, más bellos; bajo la sombra de mi floresta. La soledad que airea mis jardines no es soledad retenida, abre puertas y ventanas. Os  proporciona sensaciones y espiritualidad; serenidad a los sentidos. Convivencia, luz, color, silencio, atmósfera… Deseos de  sentir lo  radiante,  junto a la calidez del sol.
Relaja mi mirador, provoca silenciosos besos sobre la piel  amada, alegres abrazos en su cuerpo, y leves roces en su mano templada…

483. LA PASAJERA DEL BOSQUE, de Quiróptero en la Noche

Había pernoctado helada de frío sobre la copa de un gigantesco draco milenario, acurrucada en ese curioso moño de hojas verde canoso que se desmelena con tirabuzones de flores blancas o frutos rojos.
La vi desperezarse, caldeándose lentamente con los primeros rayos de sol que iluminaban la isla, y también dejarse caer de rama en rama, descolgándose con la habilidad del mono.
Luego, alcanzadas las desnudas cepas retorcidas del tronco, se deslizó por una de sus múltiples hendiduras hasta que atajó el descenso salvando el último tramo con un salto digno de ardilla voladora.
¡Por fin se sentía libre para recorrer el mundo! ¡Libre del maldito bucle esquizofrénico de humedad y calor de aquella selva africana donde estuvo atrapada!
Sin pensárselo, serpenteó entre el enramado de hojarasca hasta alcanzar una escorrentía, se dejó llevar por el agua de un regato que tornó en afluente de río y finalmente desembocó en el mar.
Ahora Rocío flota en el océano, dormitando, empapándose del calor que le hará volar con la levedad del vapor, anhelando subirse a una nube para emprender singladura hacia un nuevo destino.
Debería hablarle de los bosques de Cantabria… Puede que le apetezca dejarse caer por allí una madrugada.

482. LA NATURALEZA DEL AMOR, de Brezo en Roca

Ese día, un día húmedo y maravillosamente perfumado, a causa de la brisa y proximidad del mar, amanecieron corriendo uno detrás del otro.
Por la enorme carretera gris que magullaba poco a poco sus desnudos pies, parecían cantos planos saltando en un río, tras haber sido lanzados hábilmente por un niño.
 La noche anterior la pasaron salivando, jadeando a escasos veinte metros el uno del otro, acurrucados entre la espesura de los bosques del norte, a la espera de un encuentro fortuito, que les arrastrarse a la más noble de las persecuciones, y a su correspondida evasión.
-Es maravilloso ser amado, pero saber que he sido amado por ti, dios de los vulpinos, me hace sentir el ser más afortunado de toda la tierra.
Dijo tristemente la liebre, mientras miraba en la carretera el cuerpo recién atropellado del zorro.
-Ahora, las primeras luces del alba sólo traerán mi sombra.

481. EL PARAISO… ¿EXISTE?, de Amanita 2

Azul y Paz se conocían desde muchas décadas atrás, recorrían juntos los diversos y distintos ambientes de la Tierra, tratando de encontrar ese espacio ideal donde poder quedarse y establecer su residencia, cansados ya de la vida nómada que venían arrastrando.
       Aquel llamativo bosque les atrajo intensamente, la frondosidad de su arbolado y vegetación, la riqueza y musicalidad del conjunto de variados sonidos que en su interior se escuchaban,  la contagiosa tranquilidad que envolvía pausadamente a todos y cada uno de los seres que en el vivían o se encontraban…, no lo pensaron mas.
       Pronto hicieron gran amistad con plantas, árboles, animales y, debido a su carácter errante, ocupaban indistintamente los mas diversos lugares de tan celestial escenario; Un día dormitaban al si de un centenario roble, como el siguiente compartían el nido de las golondrinas, pasando luego a establecerse unas horas con los exaltados renacuajos en las mansas aguas del nítido arroyo;  También disfrutaron intensamente los largos y organizados pasadizos con las hormigas y gozaron de arriesgados equilibrios sobre perfectas telas de trabajadoras arañas.
Y así siguieron todo el tiempo del mundo pues al poco, hicieron una nueva amistad y los tres… Azul, Paz y Felicidad…, viven allí juntos.

480. A LA DERIVA, de Asturcón Salvaje

Tiempo atrás tuve un amigo tan sabio que deseaba encontrarme con él para quedar embelesado, atrapado entre sus palabras. Siempre me comentaba que desaparecería de la civilización creada a partir del hormigón y la herrumbre, donde los corazones de las personas tornáronse ásperos como las aceras y su comunicación quedaría relegada a una tecnología fría y distante. Me confesó, una de esas mañanas filosóficas, mientras el humo del café recién hecho inundaba el bohemio salón de su casa, que la despedida sería inminente, pues deseaba consumir los años que le quedaban de vida en comunión con el mundo. Y llegó ese día en que me dio un abrazo, siempre con su sonrisa arrugada, despidiéndose de mí y del mundo terminal al que estábamos navegando sin vuelta atrás; con la naturaleza como destino, con el bosque como hogar, y como única compañía la soledad de la que su ser disfrutaría en consonancia con las verdaderas raíces de la humanidad.
Tiempo atrás tuve un amigo que un buen día penetró por este sendero que fluye sinuoso hacia las alturas, y se mimetizó con las raíces de la verdadera vida.
Si lo veis, decidle que tenía razón, y que continuamos viajando sin rumbo.

479. MI ÚLTIMO AMOR, de Seta 3

Tatiana, mi último amor, era urbanita.  ¿Cómo era posible que habiéndole dicho que iríamos a buscar Tricholoma georgii entre espinos y madroños llegara tan sensual y excitante? Sus medias de seda me pusieron cachondo y, preso de un ataque de ardor, la eché sobre aquella pradera de hierba fresca y deslicé sus medias con el impulso del deseo. Una carrera corrió por su entrepierna en el momento en que yo…. Se puso echa un basilisco: no precisamente como el reptil saurio con espina dorsal sino de muy mala leche. Luego, le enseñé los corros de brujas en los que salían abundantes setas que había jurado a mi padre no mostrar a nadie.
Nuestra relación se acabó por culpa de las malditas medias. Pero, por desgracia, no puedo olvidarla porque todas las primaveras, para San Jorge, regresa a los corros de brujas y con la cesta llena se marcha contenta aun con las medias hechas girones.

478. EL SAUCE LLORÓN, de Viento del Norte

Majestuosa barriga de madera, brazos fuertes y pelo encrespado.
¿Por que lloras sin consuelo? Le pregunto.
Lloro porque me perdí.
¿De donde vienes? De Saucellaron.
Una lágrima gigante cae muy cerca de mí formando un pequeño lago de color dorado.
¿Por que dices que te has perdido? Insisto.
No reconozco nada de mi entorno, no se quien es aquella dama de sombrero blanco, ni las luces escondidas del sendero. No identifico el trinar de aquel plumaje, no se quien es nadie. Hasta los algodones voladores son ahora de otro color y de mas espesura, también ellos lloran muy a menudo. Aquí todos están tristes.
¿Y como llegaste hasta aquí? Doy un enorme salto para no ser hundido por la masa de agua que se avecina directa a mí.
Me trajo el viento del norte, la lluvia me dio de beber y la tierra roja me amamanto hasta que pude crecer y sentir; sentir que estoy lejos de todo lo conocido y triste, tan triste como un sauce llorón.

477. EN UN RECODO DEL CAMINO, de Tasugo

El plan no me gustaba. Fin de semana con mis padres y sus amigos en una casa rural. Íbamos a la Reserva de Caza del Saja.
 El domingo nos levantamos temprano. Paramos a desayunar. Los cazadores de agruparon en dos coches y no esperaron. Yo me quedé con las mujeres. Como no me había traído nada para leer, no les pareció mal que me fuera sola a dar un paseo.
 Las casas se fueron distanciando hasta desaparecer. El asfalto se convirtió en camino de tierra. Al poco dejó de haber sitio para los prados. El bosque se espesaba. Era de hayas, acebos y abedules. Al salir de una curva quedé inmóvil. A pocos metros había un cervatillo, también quieto, que me miraba con ojos brillantes como caramelos de café con leche. Cuando se dio la vuelta yo también lo hice. No podía esperar un premio mejor.
 Regresaron tarde a comer. No habían cobrado ninguna pieza. Yo me alegré. A nadie quise contar lo que había vivido. Era mi venganza.
 Antes de acostar -como en el soneto de Lope- conté las palabras escritas, mientras imaginaba la voz del profesor: \»Itziar, sal a leer tu relato\».

476. AÑORANZA, de Jara Sarmiento

Hoy amaneció despejado. Decidí ir al Centro de Datos. Me puse la máscara y cogí el primer transportador de la mañana. Dentro, busqué con la mirada aquellos pasquines pegados al metal con palabras y dibujos. Nada. Ya no había tiempo, enseguida llegabas a cualquier sitio. Cuando salí, estaban fumigando la vía. Me dieron el traje y avancé, algo pesado, hasta mi destino. En el Centro, el androide me dio la tarjeta sin que yo se la pidiera. Guardaba en su memoria mis anteriores visitas. Entré en la cabina. Al momento se llenó del sonido de la alondra, del petirrojo, del crujido de las hojas  bajo el paso de las jinetas, las ardillas, el gato montés, la liebre… Y entró, como empujado por la brisa primaveral, el olor de la resina, de las setas, de las jaras… Mientras perdía la mirada en las copas de los pinos, de los sauces y de los olmos, el manantial dejó escapar su hilo de agua. Saqué la lengua, pero no sacié mi sed. Sed de bosque perdido, sed de otro mundo que ya nunca será. Me limpié las lágrimas antes de salir. Prohibido llorar.

475. UN VERDE PAISAJE, de Pineda

Los árboles, la hierba, la tierra y hasta el cielo son de color verde, con matices diferentes. Por entre las montañas de un verde negruzco un riachuelo de un verde manzana culebrea con reflejos plateados. El cielo es de color turquesa, y los árboles lucen todos los verdes posibles.
   Algo se mueve entre la fronda, pero con tanto follaje no distingo bien si se trata de un animal o simplemente es la brisa que hace mover la hierba de un rabioso verde esmeralda. De pronto, y ante la sospecha de encontrarme con un gigantesco lagarto verde, un dragón de Comodo o algún otro monstruo, un escalofrío me recorre la espalda. siento frío en mi piel pegajosa por el miedo. Unos rayos entre amarillo limón y verde desvaído se abren entre los celajes de unas nubes. Mi terror también es verde y viscoso, como un sapo.
    Y allí está. El Hombre Verde, el gigante verde y terrorífico. Se acerca, se acerca. Sus pasos hacen temblar la jungla y yo, dando un respingo, me despierto sobre la mesa del ordenador.
    Sobre la pantalla, se extiende un paisaje verde. Sobre la mesa una lata de guisantes que espera ser abierta.

474. NADIE RESPONDÍA, de Pineda

Estoy acostumbrada a la soledad. Por eso vivo en  el bosque. Ella es mi amiga, confidente, hermana y maestra, aunque algunas veces se convierta en la peor madrastra, como aquel día en que se puso tan pesada que necesitaba quitármela de encima aunque fuera por unas horas. Así que descolgué el teléfono y empecé a llamar a mis amigos.
    ¿Dónde estaba todo el mundo? ¿Era quizás una conspiración de silencio contra mí?
     Cuando llegó la noche  a la soledad la acompañó el silencio y al silencio la oscuridad. Se fue la luz y un compañero más apareció en escena: el terror.
    Allí, en aquella cabaña del bosque rodeada de pinos donde sólo llegaban los pájaros, nada se oía, sólo un silencio oneroso, ni siquiera el rumor del viento.
     Poco a poco empecé a oír como una música muy tenue, como un canto que paulatinamente iba subiendo de volumen .Un coro de voces en la noche, maravilloso, sí, pero al mismo tiempo terrorífico. Salí de la cabaña dispuesta a enfrentarme con lo que fuera y me quedé estupefacta: un grupo de unas cien personas cantaba una bellísima canción…y entonces comprendí por qué no me habían contestado mis amigos.
    Eran ellos. Todos.

473. FUEGO EN EL BOSQUE, de Pineda

  El cielo se va tornando azul oscuro, verde, violeta y, cuando está a punto de volverse negro, comienza a volverse anaranjado. El bosque crepita. Ahora son más perros los que ladran. El ganado muge. Algo ocurre en el pueblo. El hombre acelera el paso. Huele a humo. Ahora lo ve !El poblado arde! Corre, corre con desesperación !Su familia!
     La aldea es una bola de fuego. Gente y animales que huyen. Gritos de terror. El rojo de las llamas resalta sobre el cielo del anochecer. Su casa carbonizada. Su familia ¿Dónde está su familia?  De las entrañas del hombre sale un grito que hace temblar el bosque, el grito de un león herido.
     Las piñas, pequeñas granadas de mano salen despedidas y hacen extender el fuego más allá de los límites del bosque. La gente corre por entre las rocas que conducen al río, el río que los salva de las mordeduras del fuego. Están vivos, sumergidos en el agua casi helada, tiritando de frío, pero dando gracias a los dioses de las aguas.
     Se ha perdido todo: cosechas, viviendas, algunos animales, no todos, pues ellos también chapotean en el río.
     Pero la vida renace gracias al río benefactor.

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