Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

624. ENTRA LUZ, de Raiz 3

Entra luz desde arriba, me llega al instante, sé la hora del día por su intensidad, por su calidez. Me huele todo a fresco húmedo de mañana incipiente, sana en los adentros de su espesura, de curiosa hermosura. De la vivencia en este paraje, viene a mis sentidos un estremecimiento de frescor regado de verde generoso que aletea por hojas de esbeltos vegetales con distinto tamaño y grosor, concretados en árboles y especies herbáceas, clases diversas, siempre presentes en la espesura de su conjunto, en el dibujo de caminos caprichosos por los que se deslizan especies de una fauna variada enriqueciendo un entorno, espectáculo de vida en tremenda y sincera armonía, formada por una melodía simpar de hojas rozadas, pisadas de animalillos serpenteantes por el tupido manto vegetal al deslizar sus movimientos por una naturaleza de frutos caprichosos. Misteriosas leyendas de seres maravillosos y fantásticos pobladores de este singular entorno por mí querido, soñado y amado desde la más tierna infancia a la que en este momento regreso y le pongo fin a mi vida en el partir para otro mundo, sabiendo su permanencia infinita capaz de acoger el descanso al pie de un roble sereno de mi bosque terreno.

623. QUÉ FUE DE…, de Brezo

Cada día la mujer atravesaba el bosque para ir al pueblo, donde trabajaba como dependienta. Vivía junto a un claro de la arboleda, en una vieja casa de madera que había heredado de su abuela. Recorría el camino sin inquietud: ya no había alimañas por los contornos y los temibles lobos de antaño estaban ahora en una reserva acotada, casi extinguidos.
      A pesar de su madurez avanzaba con brío. Su rostro ajado se iluminaba con un brillo infantil al contemplar las florecillas del sendero; no se atrevía, sin embargo, a arrancarlas y trenzar con ellas un ramillete, como hubiera hecho en otro tiempo, pues acaso fueran una especie protegida.
      Su marido, casi siempre desempleado, la acompañaba a veces. Era leñador pero apenas encontraba más ocupación que olivar las ramas secas y más bajas de los árboles.
      Escrutó la vereda señalizada para los excursionistas que se proyectaba ante sí, y aceleró el paso. Suspiró hondo mientras se estiraba el raído abrigo de paño rojo, ya descolorido, que le quedaba estrecho. Hacía frío y se puso también la capucha; algunos rizos cenicientos pugnaron por escaparse del gorro. Un pensamiento fugaz la sorprendió: “Caramba, cómo ha cambiado el cuento”.

622. SACUDIENDO EL YUGO, de Insecto Palo

Hoy quiero caminar despacio, tranquilo, oyendo crujir las secas hojas caducas bajo mis escariosos zapatos. Cruzar sinuoso la senda de los inmensurables fresnos. Contemplar algodonales nubes con sus ligeros destinos, rozados con puntiaguda rama de blanco chopo; desvanecidos vuelos y voluptuosas sombras errantes por un río estático. Hoy, todo naufraga lento por la singladura del recuerdo; incluso mis espantadizos pasos dejando lejos los pueriles miedos. Mis ojos se pierden con la pureza de un ornamentado camino verde sin retorno, vivificando entre huellas otra semilla esperanzada con los deseos más abiertos. Eres, tan cierto y claro, tan recalcitrantemente mío y tan de todos, – bosque amigo -, que lloro de alegría cuando abrazo tu corazón noctámbulo de murmullos compartidos. Contigo avanzo por la vida desde tus sonoros troncos. Por ti arranqué  pétalos al pasado que entre besos a mi amada le fuiste dando. Como generatriz de un telón de colmenas y nidales, aprendí melodiosos cánticos. Porque me devuelves al lugar mágico de los sueños. Y antes de dormir la noche me acuna secretas lunas y reflejos. Sacudiendo este yunque que late acompasado de sollozos.

621. AGUAS, de Tierra 2

Cada vez que llegábamos al río, sabíamos que faltaba poco. Y ya metíamos nuestros pies en el agua helada que nos recibía con agrado. Las piedras brillantes esperaban en la orilla por nosotros. Y arriba los arboles del hermoso bosque que abrazaba manantiales. Hojas verdes que desde lo alto escupían gotas del sol que caían por entre las ramas. Y nos metíamos en el agua a oír el trinar de los pájaros que nos cantaban historias de amor entre sus aguas cristalinas.

620. EL DUENDE, de Acebo

Tenía ocho años cuando empecé a sospechar que yo no era como los demás, los otros niños le tenían miedo al bosque, yo, en cambio,  le rendía pasión, respeto y reverencia. Me gustaba adentrarme en él todas las tardes a la salida de la escuela y a medida que las hojas secas crujían bajo mis botas, mis pies se iban convirtiendo en raíces andantes, mis brazos en ramas y mi pelo en una corona de brotes verdes que se alzaban  buscando la luz.    Cuando me acercaba al arroyo mi apariencia de árbol  se iba transformando  en agua y acababa confundiéndome con su  caudal corriendo ladera abajo hasta la fuente del camino, allí volvía a adoptar mi forma a la espera de que  los últimos rayos de sol se recostaran sobre  las hojas de las hayas, entonces yo emprendía el camino a casa y salía  del bosque justo cuando en el cielo asomaban las primeras estrellas. Una vez   me sorprendió la noche dentro y desde entonces mis orejas se volvieron  puntiagudas y empecé a oler a tierra mojada. Han pasado cuarenta años y me siguen llamando “El duende”.

619. LÁGRIMAS AMARGAS, de Lechuza 2

Era el anochecer, Elisa volvía de su trabajo hacia su pequeña morada, cercana a un bosque de pinos. De pronto sintió una mano sobre su hombro, —–No digas nada y seguí caminando—– escuchó. Una punta fría rozó su costado, la llevó hasta un lugar donde la espesura del bosque era más intensa.  Sin dejar de amenazarla, la obligó a practicarle sexo oral. La desesperación producto del miedo y el asco, la llevó a apretar los dientes, clavándolos en el miembro del agresor.
Un alarido de dolor inundó sus oídos, sintió que las manos que la sostenían la liberaron.
Corrió y corrió entre las enredaderas y arbustos, tropezando, cayéndose, levantándose, lastimada y ensangrentada hasta que encontró a un guardabosque que salió a su encuentro atraído por el llanto de la joven.
En el lugar una mancha de sangre es el mudo testigo de un ultraje frustrado.
(Basado en un hecho real)

618. EN EL BOSQUE, de Lechuza 2

Ernesto tumbado en su cama, mientras dormitaba escuchó una débil voz que le decía —– No sufras, los recuerdos son eslabones del pasado—-.
Despierta sobresaltado preguntándose —-¿Quién me habla? , un hada, un ángel o son mis propios pensamientos, los mismos que no dejan de recordarme a esa mujer que fue el amor de mi vida.
Desorientado, tratando de eliminar ese malestar, sale a caminar, internándose en el bosque lindante a su casa.
El frescor de la noche acaricia su rostro, entre cañaverales, trepadoras, lianas y arbustos, en su andar se cruza con escurridizas ratas, con el vuelo de los murciélagos, mientras los búhos escudriñan el lugar desde las ramas de los árboles buscando su presa.
De pronto entre la arboleda aparecen algunos personajes desconocidos —– Somos los duendes del amor, sabemos que estas sufriendo —- le dijeron a modo de saludo——-¿Hay algún lugar donde van los amores perdidos?—- pregunté, —– yo perdí el mío, ¡quiero recuperarlo!.
—–Todos en algún momento perdimos un amor—– acotó otro      —–Deja  que los recuerdos cumplan su ciclo, así tu vida vibrará con un nuevo amor.
Resignado, se aleja con la esperanza de un futuro mejor.

617. CONFESIONES DE UNA ARDILLA EN EL ÁRBOL, de La Rana del Roraima

Que bonito al despertar y escuchar el cantar de las aves, a veces  no se logra distinguir el  pequeño sonido que hacen los  amigos del bosque. Así como la pequeña y  hermosa princesa  hacia los árboles se ha escapado para conocer a sus amigos, en este fruto tan divino que el creador nos ha regalado. ¿Por qué no preservar  lo grandioso que nos han dado? ¿Por qué maltratan lo que  ha estado persevero  mucho más tiempo del que nosotros hemos logrado tocar las hojas del suelo? No tenemos derecho alguno de juzgar ante la imponente tierra  bendita, los bosques que son la grandeza vibrante entre los que amamos la paz. La verdadera razón de la tranquilidad mía, es estar sin la agonía de lo que pueda pasar. Mis bosques  son la cobija, el tranquilo refugio que me cubre ante tanta maldad. Debemos darnos  cuenta de que el mismo cantar de las aves, es el mismo cantar del corazón que desea gritar para podernos unir como hermanos y discernir lo bueno de lo malo.

616. CRUZANDO LA PUERTA, de Junco 2

Eran las cuatro de la mañana. Una fría brisa corrió por el fino cuello de Ágata, que de repente se levantó a causa de ella. A pesar de todo, sus párpados no se abrieron del todo pues la pesadez de la noche lograba que así no fuese. La pequeña tuvo ganas de ir al lavabo y se dirigió en un estado semi drogado hacia la puerta. Lo que no esperaba es que al traspasarla se encontraría en un insólito bosque que lo abarcaba todo. Ágata anduvo torpemente mirando hacia un lado y otro, observando  como los conejos salían de sus madrigueras, atendiendo al calmoso sonido del río…Pero, poco a poco, mientras se iba adentrando más y más, notó en falta a la gente, en especial a sus padres. Con un sentimiento de congoja, corrió por el brumoso bosque hasta que al final se encontró con una hermosa ninfa de pelo rubio. Esta última le dijo suavemente “¿Qué haces aquí, Ágata? ¡Despierta…! ”
Al final Ágata fue al lavabo sin problemas con ayuda de su madre, que estaba allí para guiarla. Instantes después  ya se había dormido, olvidando por completo aquel lugar.

615. LOS OTROS SENDEROS, de Acentor

De niña, el bosque me daba miedo. Procuraba evitarlo, y cuando no me era posible recorría el sendero deprisa, con la vista clavada en el suelo, ajena a cualquier sonido que no fuera el de mi propia respiración. Al fin y al cabo, eso era lo que se esperaba de mí. “No te pares, no te distraigas, no hables con extraños”, me decían. La vida parecía llena de peligros, y el bosque una representación de todos ellos.
Pero todo cambió aquel día en que alcé la mirada, sorprendida por el canto de un pájaro desconocido. Descubrí entonces que el crujido de una rama podía anunciar la presencia de una ardilla, y no una amenaza. Que era el viento el que hacía temblar las hojas en las copas de los árboles, y no el temor. Que la llegada de las nubes no tenía más consecuencia que la lluvia, y que esta no iba a dañarme, sino a llenar de vida cuanto me rodeaba. Que, al explorar otros nuevos, estaba trazando mi propio sendero. Todo lo que soy, todo lo que he sido se lo debo a ese día. El día en que olvidé ponerme aquella estúpida caperuza roja.

614. EL BORRICO, de Caucho Tequendama

Sentados alrededor de la fogata, los exploradores escuchábamos las narraciones de Taita Tamalameque acerca del bosque de El Borrico, en cuyas estribaciones acampábamos aquella jornada mágica de nuestro debut montañista…
«Cuenta la leyenda que, antes de retornar al fondo de la laguna de la cual emergió para poblar la tierra, nuestra madre Bachué encargó a su borrico preferido la tarea de proteger, conservar y multiplicar el bosque de alrededor para beneficio de las generaciones por venir».
Todos los congregados, adoctrinados desde la cuna para venerar a los grandes: tigres, osos, águilas, dragones, no comprendíamos cómo Bachué pudo delegarle una misión tan trascendental a semejante animalejo, a menos que el susodicho fuera un borrico con poderes sobrenaturales, pero, salvo por el hecho de ser invisible y de llevar muchísimos siglos atendiendo su misión con modestia, es un jumento ordinario, ante lo cual concluimos que la suya era patraña, una leyenda irreal.
Entonces Tamalameque nos pidió que, simplemente, oteáramos el panorama. Fue así como pudimos constatar que no hay en nuestro país un bosque nativo como el de El Borrico, tan exuberante y lleno de vida.
En sabiéndolo, para ser grandes también, allí mismo nos convertimos en borricos simbólicos.

613. RELATO CORTO EN EL BOSQUE, de 75 Robles

Una lluvia de hojas amarillas y anaranjadas bailaban lentamente, en armonía, en descenso hacia el mullido mar que cubría el suelo del bosque.
   La agradable visión otoñal rodeaba un rostro amoratado. Dos iris azules encastrados en unos ojos enrojecidos, demasiado saltones, como si trataran escaparse de sus órbitas. Unos labios rodeaban la boca abierta, una palpitante lengua y una garganta que no emitía sonido.
   De la boca escapó un hilo de saliva, escabulléndose por la barbilla hasta aquellas manos que aferraban su cuello, que lo apretaban con fiereza. Ella no gritaba. Solo boqueaba y arañaba con desesperación los brazos de su asesino.
   Tras unos segundos que duraron toda una eternidad, los arañazos cesaron, y los hermosos  iris azules se escondieron tras los párpados.
   Marcus despertó de un salto, con la respiración agitada. Las sábanas se le pegaban por el sudor que lo bañaba. Su respiración era rápida, fuerte, dolorosa. Se quedó un instante mirando el techo. Se encontraba en una habitación en penumbra… su habitación. Había sido una horrible pesadilla. Trató de recuperar la calma. Y entonces notó el escozor. Encendió la luz y descubrió sus brazos. Los restos de tierra. La sangre seca. Los arañazos.

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