Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

F12. EL PODER DE UNA MARIPOSA, de Margarita

Cuando nació no lloró… simplemente me miró asustado, lo malo fue que pasaron los años y siguió igual.
Algo en su cerebro nació quebrado y le condenó al ostracismo. Los que le amábamos sufríamos viéndole crecer en soledad.
Un amigo me aconsejó que fuéramos al campo y lo hice como hacen las cosas los padres, aunque sea sin fe, aunque sea sin esperanza.
Miró el bosque, los árboles y el río con indiferencia absoluta haciéndome notar su malestar con un rictus de enfado.
De pronto se levantó como una exhalación y echó a correr, naturalmente le seguí y oí por primera vez el sonido maravilloso de su risa. Perseguía a una hermosa mariposa que despreocupada iba parándose de flor en flor, libando, volando, posándose.
Durante un momento nos aproximamos tanto que mi pequeño acercó su dedito tembloroso hacia ella… naturalmente salió volando hacia el cielo.
El niño rompió a llorar con desconsuelo, hasta que se me ocurrió enseñarle fotos de la mariposa; ante mi estupor sonrió y me dio un abrazo.
Terminó el día y terminó el sueño, él volvió a su autismo y yo a mis intentos desesperados por alcanzarle, pero aquel momento aún calienta mi corazón.

F13. EL REENCUENTRO, de Ruiseñor

Camina despacio para no llegar. Sabe que allá lejos, donde el sendero se diluye en la niebla, comienza el bosque de las ánimas. Y tiene miedo. Aun así continúa. Algo sobrehumano le empuja a andar en esa dirección, una fuerza descomunal —y a la vez tan sutil— como la tierna voz de su madre llamándolo al oído. Un rechinar de dientes marca su paso mientras imagina, expectante, lo que le espera. Sin embargo, ese reencuentro fantasmal, amparado por el abrazo verdinegro de los árboles, no sucederá esa noche. Se quedará acurrucado en la hierba, indefenso, aguardando el milagro. Las ramas silbarán para él y acunarán su miedo. Las fierecillas salvajes merodearán a su lado demostrándole quién manda. En la tenebrosa oscuridad de la floresta, Kimbu no podrá cerrar los ojos.

Será al despuntar el sol —mientras inicie, cabizbajo, el camino de regreso— cuando al fin se le presente su madre, y le diga que ha superado la prueba, que es un joven valiente, y que ya no la necesita.

F14. EL VIEJO CAMPANO, de Árgoma

Otra tarde que la niebla sube por el valle cubriéndolo todo, llegara a los puertos antes de que el sol se esconda tras las peñas. Camina Toño por el bosque, pensativo, sube a ver las yeguas, como siempre quiere echarlas mas arriba, donde los pastos están sin tocar aun. Ha pasado por los mismos lugares una, dos, tres, mil veces, la roca enorme y solitaria, el árbol partido por un rayo, el claro donde alguna vez vio al lobo… Siempre es igual. Pero esta vez ve algo entre unas matas que le llama la atención, se acerca y recoge un campano, sorprendido se da cuenta que es de «la vieja«, una vaca tudanca de Fermín, un vecino. Mejor dicho era, porque la vaca murió va para 10 años. Lo guarda y cuando baja al pueblo rodea por el callejo que va a casa de Fermín. Le encuentra de espaldas en el patio reparando unas hoyas, no le ha oído, así que despacio saca el campano del morral y lo menea, Fermín deja lo que esta haciendo y sin girarse dice: el campano de «la vieja».

Toño lo posa en la tapia de piedra y sigue para su casa.

F15. FUMAR MATA, de Coto de Caza

La estampida de las fieras al crepitar las ramas, la confusión de aleteos y plumas en el aire… Nada de eso llega a tus oídos. Apenas percibes un remoto olor a madera y follaje quemados. Si mirases por el retrovisor, divisarías a lo lejos una nube de humo y cenizas —te recordaría a esa niebla que arruina tus batidas de caza— que envuelve el tapiz de ocres y naranjas hasta cubrirlo por completo.

Indiferente, sigues con tu rutina. Elevas el volumen de la música, pisas a fondo el acelerador y enciendes otro cigarrillo.

F16. INFORMACIÓN BÁSICA PARA HUÉSPEDES, de Duende Zahorí

Querido visitante:  Es nuestra obligación revelarte algunas historias sobre el bosque; indicarte que tal vez auscultes ecos melodiosos; incluso es posible que te susurren las margaritas.  Escucharás cuentos fantásticos, leyendas sobre apariciones. Otearás nubes de unicornios alados que sobrevuelan fantasías. Algunas noches  se percibe el canto de una sirena. Nada debe preocuparte. Podrás engalanarte con el traje nuevo del Emperador; conversar con Caperucita cogiendo moras en un recodo del camino. Dicen que por ahí vaga el espectro de la bruja y el alma de Campanilla. Algunas tardes Hansel y Gretel regalan golosinas al final del sendero. En otoño llueven palomitas y pompas de jabón. Los más afortunados cuentan exaltados que reconocieron a Alicia corriendo detrás del conejo, y a la cigarra, amenizando una procesión de hormigas. Explican que la liebre venció a la tortuga y que la Bella durmiente sigue adormecida bajo la espesura. Si interrogas a un roble, te expresará que Pulgarcito abandonó a sus hermanos, que el lobo se merendó a las siete cabritillas,  y que los enanitos delataron a Blancanieves. Piérdete por el bosque como lo hacen los sueños en primavera. No preguntes. Aquí las cosas siempre pueden ser diferentes, de otra manera.

F17. INOCENCIA, de Termita

Siempre recordaré aquella tarde de noviembre junto a la chimenea cuando cumplí seis años. El abuelo azuzaba la lumbre y las ascuas resplandecían en la oscuridad como luciérnagas. En la calle hacía un frío del demonio y yo daba buena cuenta de un trozo de cebolla y una hogaza de pan duro. Entonces llamaron a la puerta. Eran tres hombres. Preguntaban por mi padre. No pude escuchar muy bien, pero mi abuelo les dijo que no, que se confundían. Luego, mi padre me acarició el pelo, me dio un beso muy fuerte y se marchó.

-¿Adónde lo llevan, abuelo?
-Al bosque –dijo el yayo entre lágrimas- a dar el paseo.
-Pero eso es bueno, ¿no?
 ****
Hoy tres décadas después he tenido el valor de ir a al bosque. Ha sido fácil encontrarte, reencarnado en ese roble tan alto cuyas ramas surcan los cielos y por las noches se funden con las estrellas.

F18. INSTRUCCIONES PARA VISIONAR TU MUERTE EN UN ESPEJO, de Helecho 3

Ve a un claro del bosque. Espera a la medianoche y desnúdate. Hazte con una tela hindú y extiéndela sobre la tierra, evitando mancharte. Con velas santiguadas por un cura virgen forma un círculo delante de un espejo de más de treinta años de antigüedad. Métete dentro del círculo, sobre la tela hindú, sobre la tierra, y observa la luna. Cuando un aullido o un reloj marque la medianoche, da seis vueltas sobre ti mismo, sin preocuparte de posibles mareos. En la última vuelta párate frente al espejo, Pronuncia las palabras “mortem visionarum” exactamente tres veces. Cierra los ojos y concéntrate, ya queda menos para el visionado. Coge un cuchillo de plata y clávatelo en el corazón.

Deja reposar y observa. En ese instante ya deberías de estar contemplando tu muerte. En caso de no surgir efecto inmediato comprueba si por error te has perforado simplemente un pulmón. De ser así, espera hasta las doce de la noche del día siguiente y remueve cada ocho horas.

F19. LA ANJANA, de Haya

El abuelo Juan nos contaba muchas historias, pero nuestra favorita era, sin duda, la historia de la Anjana.

«Un día, cuando era joven, el abuelo se perdió en el bosque. Anduvo varias horas sin encontrar el camino de regreso y decidió sentarse a descansar a la orilla de un riachuelo. Estaba inclinado tratando de beber, cuando vio, reflejado en las aguas, un rostro de mujer. Rápidamente giró la cabeza para encontrar a una joven bellísima con el cabello del color de las hojas en otoño y los ojos verdes como el bosque en primavera.
-¿Quién eres?-preguntó
-Soy una anjana del bosque y voy a conducirte a tu hogar-contestó, y su voz recordaba el susurro del viento.
El abuelo tomó la mano que la anjana le tendía y caminó a su lado hasta que divisaron las luces del pueblo. Tras recorrer el camino, los dos supieron que no podrían separarse sin ser desdichados para siempre.
Sin embargo, las anjanas deben pagar un caro tributo por abandonar el bosque: perder la inmortalidad y dejar allí su voz.”
En ese momento del relato, todos mirábamos a la abuela, que sonreía muda, contemplándonos con sus ojos verdes como el bosque en primavera.

F20. LA CESTUCA, de Musgo 8

Algunas noches, merodeaba por las aldeas cercanas. Vestida de negro, con una cestuca bajo un brazo y sin los zancos de madera, la vieja caminaba silenciosa, tambaleándose en la oscuridad, hasta que entraba sigilosa en una casa. Al poco tiempo salía con el mismo andar oscilante y mudo, y era entonces cuando se dirigía hacia el bosque. Se adentraba lenta, y lo atravesaba con monotonía fría, hasta que finalmente se detenía ante la caverna y depositaba en el suelo la cesta. Se oía entonces un gemido hueco de dentro del agujero. Poco a poco, un hedor de animales muertos y madera podrida iba inundando cada rincón. La criatura asomaba aquella cabeza deforme entre las sombras de las ramas. Se acercaba arrastrando un cuerpo enorme, peludo, con multitud de dedos inacabados en las extremidades, y una respiración profunda de caballo exhausto. Se arrodillaba ante la vieja y le abrazaba los pies. La vieja acariciaba la cabeza, y la criatura desde abajo no se atrevía a mirarla con su único ojo. Los paisanos lo llamaban Ojáncano. La vieja, hijo. Después, la criatura cogía la cestuca y volvía a la caverna, mientras un llanto de recién nacido brotaba de la oscuridad.

F21. LA LLAVE, de Zarzal

He cerrado la puerta con llave para que mi padre no pueda salir. La puerta de casa de mi padre. Ayer, en un descuido, apareció en el bosque, apoyado en un pino, perdido. Un vecino nos avisó, podía haberse caído, y fracturarse la otra cadera… Al verme, me miró como un chiquillo que, aprendiendo a caminar, ha visto alterada su valentía ante un percance y se alivia al regresar a la seguridad de papá. Pero el papá es él, no yo, y él no aprenderá a valerse por sí mismo con la progresión natural de un bebé; al contrario: la decadencia será irremisiblemente progresiva, se sentirá indefenso en el pinar que tanto disfrutaba.

Se había hecho una pequeña herida en la mano, y temía que le regañara. De vuelta, no paró de tocarme la mano derecha, en el dorso, disculpándose con frases inconexas. Me mostré duro amonestándolo, para que no repitiera estas excursiones.
Cuando cerraba la puerta con llave he visto mi vieja cicatriz, casi imperceptible, donde señalaba mi padre, y he rememorado uno de mis primeros recuerdos infantiles: un niño jugando feliz, choca inadvertidamente con un zarzal, y se provoca unas aparatosas heridas. Ya no me acordaba de aquella cicatriz.

F22. LAS OREJAS MÁS GRANDES DEL MUNDO, de Moral

Tenía las orejas más grandes que había visto en toda mi vida.
—¿Me estás mirando las orejas? —me preguntó sonriendo.
—¡No!… Si.
—Llaman la atención, ya lo sé. No me molesta que las miren.
—Perdone, pero son…
—¿Quieres tocarlas? A veces me lo piden. Puedes tocarlas si quieres.
—No… gracias. Me conformo con mirar.
—Lo digo porque mañana será tarde: me voy, vuelvo al bosque y no regresaré hasta finales de otoño.
—Ya…
—Soy el escuchabosques. Solo paso el invierno en el pueblo.
—El escuchabosques… el escucha-bosques, el escuchador de bosques, el que escucha los…
—No sabes quién soy, ¿verdad?
—Pues claro… ¡No!
—Para que lo entiendas: soy como el forestal del sonido. Catalogo, clasifico y cuido los sonidos del bosque. Que todos se oigan, que no falte ninguno: el murmullo del agua, el canturreo y gorjeo de los pájaros, el aullido del lobo o el zorro, el gruñido del oso, el ulular del búho o el mochuelo, el chasquido de las hojas, el croar de las ranas, el berreo, los bramidos, relinchos, zumbidos, chirríos, graznidos, silbidos, mugidos,… Que todo se oiga donde, cuando y como tiene que oírse.
—Y ¿eso importa?
No me contestó, solo me miró con pena.

F23. LAS SÁBANAS DE HILO, de Castaño 2

Había estado planchando las sábanas de hilo, aquéllas que habían sido bordadas con el objetivo de que sirvieran de acogida en una noche de bodas que nunca llegó. Las lágrimas humedecían aún más la tela rociada para su planchado. El día de la última Nochevieja  había cobijado, un año más, la angustia de la soledad y la tristeza. Era una patética y ficticia parodia de la vida que siempre anheló pero que nunca llegó.
Se bajó del coche y comenzó a caminar entre los lánguidos castaños. Había estado lloviendo y el aire era tan límpido que estuvo a punto de echarse atrás. Sin embargo, pasada esta primera vacilación, continuó su paseo. Llevaba una bolsa de vivos colores en donde había metido el juego de sábanas. Comenzaba a anochecer por lo que eligió el castaño más grande y más retorcido que encontró; sacó las sábanas y las colocó dulcemente sobre los helechos que poblaban la umbría del árbol. De un bolsillo de su abrigo, sacó un frasquito azulado y una botella de agua. Una a una fue ingiriendo las pastillas, se reclinó sobre las sábanas y esperó, mirando cómo la luna escalaba la grada del cielo. Después todo se fue oscureciendo.

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