Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

232. VIDA EN EL BOSQUE, de Encina

Un bonito dia de primavera, cogi mi libro y me fui al bosque. Alli estaba disfrutando mi lectura mientras los sonidos del ambiente me envolvian.
Al tiempo senti algo extraño, mire a mi alrrededor y vi una mariposa cuyas alas parecian tener mil colores, se alejaba y volvia como si quisiera que la siguiese, fui tras ella persiguiendola, hasta que se detuvo, mire a todos lados y alli estaba una hembra de ciervo dando a luz, pujaba y pujaba hasta que deposito en el suelo su precioso contenido, comenzo a lamerle al tiempo que con ternura le daba pequeños topetasos para que se levantara -todo el bosque pareció silenciarse, expetante, ante el maravilloso acontecimiento- paso un minuto, dos…tres el silencio era casi total, y el pequeño cervatillo, con patas  temblorosas comenzó a levantarse, se puso en pie y los primeros pasos fueron para prenderse de la tetilla de su madre para alimentarse.
Y el bosque estalló en sonidos, el agua bajaba resonando a borbotones, los pajaros trinaban a todo dar y yo…yo aun inmovil, mire el azul del cielo y pense – humano, no extermines esta belleza-

231. EL MORO, de El Lobo Feroz

Anochecía cuando llegaron a los límites del bosque. Los viajeros estaban perdiendo la esperanza de llegar con aquel tiempo a la Posada de las Merindades, sita a unos centenares de metros del final de la frondosa pineda. Jalonada esta por centenarios árboles como encinas y sabinas, la fuerte nevada estaba borrando toda huella del discurrir del camino, solo adivinado por los troncos de los árboles que, a modo de guías, lo señalaban. Los caballos inclinaban la frente intentando protegerse del azote de la ventisca que comenzaba a arreciar por momentos.
-Dios mío, ¿qué vamos a hacer?, se lamentaba la viajera. Vamos a perecer helados si nos quedamos atrapados. El Moro, de raza Mastín del Pirineo, adaptado a esas duras condiciones climáticas y buen conocedor del contorno, -antaño vivió en la venta-, intuyendo el problema avanzó unos metros y con sus ladridos, alertó de una oquedad en el terreno preservada por una frondosa sabina. Allí podrían pasar la noche protegidos, personas y animales.
Hecho esto desapareció, dejando preocupados a los pasajeros. Al cabo de dos horas, reapareció ladrando con fuerza. Tras el venían gentes de la posada en su socorro. La mujer, no pudo reprimir el llanto abrazando  al can salvador.

229. OLOR A TIERRA, de Endrina

Miré al cielo. «No, allí no está». -pensé convencida de que no la conocían. Desde pequeñas habíamos jugado en el Bosque del Búho, desde que recuerdo siempre fue así. Mi hermana me llevó mil veces de la mano por sendas sinuosas, a través de la espesura verde y dorada. Me enseñó las voces del agua que corría alegre por las venas del bosque, y el aroma perfumado del musgo bajo la hojarasca. A veces se escabullía cuando nadie la veía y volvía al atardecer, con los ojos encendidos y  oliendo a tierra mojada, contando que había visto una camada de lobos, o un cárabo en un tronco muerto, o un tritón cerca del manantial. ¿Que está en el cielo?. No lo creo. Yo sé que mi hermana se ha quitado sus zapatos y su vestido y se ha ído a jugar con las otras ninfas del Bosque. Sólo espero que su olor a tierra se quede en nuestra casa.

228. EL VIEJO Y EL BOSQUE, de Guardabosques

Creí que nada me iba a impedir sentir la libertad que soñaba en mi juventud. A lo largo de mi vida he amado muchos bosques, cada uno distinto, produciendo en mí distintos sentimientos, pero todos ellos igual de emocionantes. Primero fueron los juegos infantiles alrededor de un simple merendero, acompañado de toda la familia. Más tarde sentí la necesidad de explorar lugares nuevos, al menos para mí, sintiéndome un auténtico aventurero. Después descubrí, que más allá de aquellos bosques, se somaban altas montañas. Deseoso de llegar a tocar el cielo, conseguí coronar muchas cimas.
Sin embargo hoy me veo aquí en un día invernal, escondido en un rincón descuidado del parque de mi ciudad, retirado de la muchedumbre y de las flores ordenadas, encerrado en un cuerpo que no me permite evadirme más allá del pensamiento o los recuerdos. Como un roble viejo ya sólo espero volver a ver otra primavera.

227. MI BOSQUE, de Fagus

La luz se hizo dueña de la situación como acostumbraba y los fotones de su alma cuántica y célere empaparon de un verde vivo cada milímetro cuadrado de aquella extensión que mucho tiempo después me acostumbraría a llamar mi bosque. Había llegado la primavera y en las desnudas ramas de cada paciente árbol fueron apareciendo pequeñas protuberancias que brotaban deseosas de luz y de aire como minúsculos fetos de cien mil colores surgiendo de infinitos partos más propios de mamíferos que de seres vivos sujetos a la inherencia de la luz y el efecto fotoeléctrico. De entre las varias especies de árboles presentes en aquel bosque elegí un ejemplar de haya que, con seguridad era la especie más numerosa, para acurrucarme bajo sus ramas, en posición fetal, ya que quería evadirme del presente espacio-tiempo a través de prescindir completamente de la luz, vehículo de vida y desesperación. Tenía oído y leído que las hojas de un haya se disponen de tal manera en su espacio disponible que son capaces de recoger cada rayo de luz que invade al árbol para aprovechar al máximo la insolación. El haya se iluminó y yo me apagué, desapareciendo eternamente.

226. XISCU, de El Lobo Feroz

Había en el bosque una enorme carrasca en cuya cúpula un par de cigüeñas tenían su hogar. Año tras año, allí criaban a sus hijos. Xiscu era un niño de unos ocho años, que se encontraba solo y en silencio, pedía un/a hermanito/a para jugar.
Un día, su amigo Colás, estaba eufórico: ¡la cigüeña me ha traído un hermanito! Xiscu no salía de su asombro ¿cómo podía ser eso? Él llevaba mucho tiempo formulando ese deseo sin obtener resultados. Entonces recordó como en el bosque, en lo más alto de la gran carrasca, estaba el nido de las cigüeñas. En su imaginación comenzó a tomar fuerza una idea. Iría hasta allí, al pie del gran tronco, a rogar a las cigüeñas la entrega de un hermanito. Y no pensaba regresar sin una promesa en ese sentido. Dada la voz de alarma por la desaparición del niño, organizaron batidas para buscarlo. Recorrieron lo más intrincado del bosque sin éxito y cuando al amanecer unos batidores regresaban por el camino que cruza bajo la encina, hallaron al niño acurrucado y dormido al pie de esta.
-¿Qué haces aquí? Le preguntaron estupefactos.
-Quiero pedirles a las cigüeñas un hermanito, fue su respuesta.

225. ADELANTE, de Encina 2

Adelante. Siempre adelante.
El sendero parecía un túnel, las ramas de los árboles formaban un arco casi perfecto con los colores dorados,  anaranjados y marrones del otoño.
Ya dentro de la senda, y casi desde el principio, el viajero se sintió trasladado a un lugar mágico; casi podía oír el silencio, los árboles centenarios le susurraban bellos fragmentos de su historia,  pizcas de  sabiduría. El sentimiento de paz, de sosiego era inigualable.
Todo invitaba a quedarse.
 De vez en cuando detenía su marcha. Entonces oía… escuchaba;  cada vez se sentía más parte del bosque, cada segundo que pasaba se convertía en un segundo más de felicidad.
A su pesar, siguió andando. Justo donde empezaba el camino de piedras y acababa la vereda, el viajero se paró. Miró hacia atrás;  por un momento sintió la tentación de volver sobre sus pasos y quedarse allí. Pero al igual que Ulises en su viaje de regreso a Ítaca aguantó los melodiosos e irresistibles cánticos de las sirenas que llevan a los hombres a su perdición; el viajero también resistió y reanudó su camino. Adelante, siempre adelante… pero incrustado en su alma llevaba,  para siempre,  el deseo inquebrantable de VOLVER.

224. CELESTINA LUNA, de Lagestroemia

Sería culpa de la luna llena, pero el caso es que por la savia de su albura, le subía un calor desconocido, tierno y arrebatador. Aquel cosquilleo, posiblemente fuese lo que llaman amor, sentimiento que nunca había experimentado. 

            Llevaba viéndolo treinta años y jamás le había parecido tan guapo. Quizá fuesen los plateados rayos lunares que brillaban en el borde de sus hojas, quizá el rítmico balanceo de sus ramas mecidas por el viento, quizá… No lo sabía con certeza, pero el caso es que aquel roble, tan alto y tan buen mozo, le había robado el corazón.
            El haya, coqueta, aprovechando un breve soplo de aire, le lanzó por entre sus ramillas un silbido admirativo, recabando su atención. Respondió él agitando sus ramas con toda la fuerza de su poderío, mientras sus hojas —algunas ya resecas—, entrechocaban con la alegría de la castañuela y el júbilo de la pandereta.
            Se amaron.
            Para consumar ese amor, ella dejó caer su más hermoso hayuco que fue a caer junto a su amado y él, conmovido, depositó su bellota más lustro-sa junto al preciado regalo.
Hoy, a la vera del cortafuegos, crece un esplendoroso híbrido fruto de una pasión vegetal. 

222. EL BOSQUE ENCANTADO, de Brisa

Los aldeanos que vivían en sus alrededores  por este nombre lo conocían. Era su joya más sublime, su perla más hermosa, nada podía compararse con la grandeza de su bosque, era un regalo de Dios y como tal lo respetaban y lo mimaban, su bien más preciado. Tanto les daba; les ofrecía relax y armonía para sus sentidos, bienestar para su cuerpo, paz para su espíritu… Tenían conciencia de que era el pulmón que oxigenaba todo lo que había en su entorno, en él todo era una maravilla, desde el ser más pequeño que allí habitaba, hasta el árbol más centenario, estaban unidos como eslabones en la cadena de la vida. Cuándo el viento hacia vibrar las copas de los árboles, se oían en él  las  más bellas melodías, unidas al susurro de las aguas cristalinas que corrían por sus arroyos. Todo lo que allí acontecía era de gran magnitud y grandiosidad. Lo querían  como su tesoro más preciado. Él compensaba con creces todos sus esfuerzos, todos estaban  unidos gracias a esa dedicación de amor que hacia él tenían. Por esto sin lugar a dudas era para  ellos su bosque encantado. Válganos esto de ejemplo.

221. AL BORDE DEL CAMINO, de El Lobo Feroz

Navegando por procelosos e ignotos mares arribó al sitio. Al borde del camino, en la maraña de aquella tupida red, no percibió que quizá el sendero ocultara alguna trampa o tal vez le introduciría a un bosque encantado. Era necesario penetrar a fondo aquel frondoso y lujurioso follaje para vivirlo y escucharlo; para disfrutar de la armonía más maravillosa. El trino de los mirlos, de los ruiseñores más exquisitos a dúo con las oropéndolas, los grillos más incansables con su cric-cric monocorde, la fragancia de sus sotos y sobre todo ella, el Hada Blanca de los sueños inacabados. Siempre rodeada de un halo que la ocultaba y precedida por una corte de ninfas y elfos saltarines. Sería llamado a ser el roble bajo cuya copa la magia buscaría refugio. Cautivo de aquel hechizo, creyóse de verdad sus sueños, hasta que un día la dama blanca despreció su cobijo y desapareció; el bosque se marchitó y las ramas y hojas del viejo roble, se consumieron. Cuando pasado un tiempo al Hada llegaron los atribulados ruegos del lobo, quiso regar las raíces del árbol con sus lágrimas y devolverle la vida. Solo percibió el triste lamento de los moradores del atribulado bosque.

220. EL BOSQUE Y MI ESTRELLA, de Raiz 2

Todos marcharon, yo decidí quedarme al lado de tía Engracia y de sus caldos caseros que alimentaban hasta a los muertos. Restauré la casa junto al bosque y permanecí allí junto a mi soledad observando como el pueblo iba quedándose apagado.
Decidí alojar a los senderistas que se aventuraban por los caminos umbríos del bosque y los alimentaba con los caldos y recetas de mi tía Engracia.
Poco a poco la fama de mi buena comida casera y de mi familiaridad con los turistas se fue extendiendo por el mundo.
Hoy, desde mi ventana, observo el bosque, agradecido. Escucho el griterío de los niños en el estanque, asustando a los patos y recuerdo la soledad de años atrás.
El pueblo ha vuelto a renacer; somos más de cuarenta vecinos y otros, como yo, se aventuraron a reconstruir las casas de sus abuelos para albergar turistas.
Sonrío ofreciéndole al bosque mi estrella Michelín. Él, desde su silencio amigable, me ayudó y me enseñó a vivir entre árboles. Sin el bosque este sueño nunca se hubiera cumplido.

219. LOS ÚLTIMOS ÁRBOLES, de Paisaje

Donde habitaban verdes bosques, donde nacía el oxígeno que daba la vida, hoy mueren los últimos árboles. Sus hojas serán las últimas en caer y sus esqueléticos troncos dibujarán el nuevo paisaje.
Nadie hizo caso del calentamiento global que padecía La Tierra. Se avisó, sí, pero se atribuyó a algo natural y cíclico o a obsesión de ecologistas.
La realidad fue más cruel de lo que casi nadie imaginó. Sólo un escritor de relatos explicó algo parecido en su obra “los últimos árboles”. Visionario o víctima de una terrible casualidad, la cuestión fue que plasmó que la atmósfera del planeta había quedado infectada con la reentrada del Apolo 11 en 1969. Y así fue.  Por entonces no se detectó, no había tecnología para ello. Sin embargo, cincuenta años después se detectaron restos de extraños microorganismos impregnados en el fuselaje de lo que quedaba de nave. Microorganismos que pasaron a formar parte de la atmósfera del planeta desde entonces, mutando y reproduciéndose sin control mientras iban alterándola lentamente y produciendo el cambio que finalmente convertirá al planeta Tierra en cementerio Tierra.
“Un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la Humanidad… hacia atrás”, debió concluir aquel astronauta.

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