Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

180. HABITABA…, de Roca 2

Habitaba en un bosque un hombre sabio, anciano, un poco cascarrabias y enamorado del bosque. Un día conoció a una niña que vivía cerca del bosque, al principio el anciano sabio se sentía un poco incómodo con ella, por su juventud, por su energía… finalmente acabaron siendo muy amigos y ella le pidió que por favor le transmitiera todo su conocimiento. El anciano sabio aceptó y comenzó a entregarle sus concomimientos acerca de la filosofía, las matemáticas, la naturaleza, el amor, el ser humano… Un día le dijo a la niña, “ya te he transmitido todo mi conocimiento, ahora ve y transmítelo tú a los demás”. El anciano comprendió que ya había completado su ciclo en la tierra y se preparó para morir. “Ya sé todo lo que tenía que saber y lo he transmitido” pensó, es la hora de morir. El anciano sabio se recostó en su lecho a esperar la muerte, pero un segundo antes de morir, una pena inmensa le sobrecogió, acababa de darse cuenta de que lo sabía todo pero a la vez le quedaba todo por saber y el viejo sabio, murió.

179. EL BOSQUE DE LA VIDA, de Brisa

Mi bosque me transmite unas sensaciones únicas personales. Está lleno de luz, de vida, de energía, todo mi ser se funde con la naturaleza.
Mis sentidos se agudizan, el murmullo de la brisa, el trino de los pájaros todo en perfecta armonía, adagio de la más hermosa melodía. Las gotas del rocío y la escarcha nos hacen vislumbrar los colores del arcoíris. Puedo acariciar de forma intensa todas esas sensaciones. El olor del bosque penetra en mí y como dulce almíbar llena mis entrañas.
Crezco como esas copas de los árboles que surgen en el camino, arboles cuyas ramas  de un mismo tronco, son alimentadas con la sabia del amor, que siempre la alegre primavera brille en ellas de esplendor, en un cálido verano, acunadas por los suaves rayos de sol, que nunca el gélido y frio invierno haga daños o estragos a su vigor, ni el decrépito otoño llegue nunca a su verdor.
Quisiera arañar la tierra y sembrar sus raíces en el jardín del edén. Creciendo fuerte, verde, fogoso y feliz. Respetemos aquello que nos da vida. Nos invita a meditar, a fundirnos con el paisaje a sentirnos uno, perviviendo por siempre esa simbiosis de paz.

178. ¿QUÉ SUEÑAN LOS ÁRBOLES?, de Pinocha

¿Qué sueñan los árboles?, quiso saber el infantil pino. Movía sus ramas suavemente.
Fue la primera vez. A pocos metros, un veterano palo santo lo observaba.
Cuando el sol comenzó a desenredar su luz entre las copas, volvió a escucharse la voz del pinito: ¿Qué sueñan los árboles?
En el bosque, se hizo costumbre escuchar la pregunta, en un tono cambiante marcado por el tiempo en sus raíces.
Las aves que pasaban por el pino le han contado cosas. Cosas del viento, la luna, la lluvia. Contaron sus sueños de pájaros y también de las cosas del hombre. El pino no había visto una figura humana. Suerte que nunca se acercó un hombre, pensaba el palo santo.
Pero la pregunta del pino seguía amaneciendo todo el año. Un año tras otro, hasta que una noche el palo santo despertó al pino para preguntarle: ¿Qué sueñas tú?
Cuentan en el bosque que hasta las estrellas se inclinaron intentando oír la respuesta. Pero sólo la supo el palo santo.
Los pájaros siguen con sus cuentos y el pino dejó aquella pregunta.
El palo santo sabe que el pino es feliz y sueña. Como sueña él. Como sueñan todos los árboles.

177. LA HOJARASCA DEL BOSQUE, de Arrendajo

Mónica, cariacontecida, entregó en casa una nota de la profesora con el anuncio del precio de una excursión campestre de dos días.
Su madre le adujo cuestiones económicas y Mónica, quien solo conocía el bosque por relatos de una amiga de clase, se resignó.
Esa noche, esfumada su gran oportunidad, buscó en su diario las palabras con que le describió el bosque. La voz de su amiga leyó el texto. Apagó la luz y la penumbra llenó la habitación con mariposas de alas multicolores.
La ensoñación le duró hasta llegar al colegio. Saludó a la profesora al paso y ocupó su pupitre. Ella percibió el gesto triste de su alumna predilecta y, antes de abrir los libros, le susurró algo trascendental que alegró su expresión… a sus doce años, la mullida cubierta de hojarasca del bosque relegaría al asfalto de su suburbio.
       Mónica exteriorizaba su alegría con sonrisas, mientras las ramas de frondosos robles crujían sacudidas por el viento y las hojas regalaban un tembloroso verdor al paisaje. Aspiraba el aire sin humos y observaba atenta la sinfonía colorista de las flores, los murmullos, el canto melodioso de los pájaros… Se frotó los ojos, aquello era solo el comienzo.

176. FAMILIA, de Láudano

Cuando estaba haciendo el equipaje para este fin de semana en la casa rural en el bosque, nunca sospeché estar escribiendo esto en una leñera.
Recuerdo que cuando metí la cometa de Ifema de hace tres años en su plástico todavía, me dio un pálpito en el corazón, pues la echaríamos a volar mi hijo de 8 años y yo.
Cuando metí el body de mi mujer sin estrenar desde hace 4 años, me dio otro pálpito, un poco más abajo.
Al querer salir de Madrid el viernes por la tarde con todos los demás, se organizó un pollo que te cagas. A las dos horas y mientras pasábamos al lado del Bernabeu, se oyó  -¿Falta mucho? – Tengo pis – Tengo hambre -.
Puse música de los pitufos, pensé en el body y tuve otro pálpito.
En Burgos paramos en una gasolinera a cenar y a la media hora dos de mis hijos empezaron a vomitar y uno de ellos con diarrea.
Paramos en otra y entre pitos y flautas llegamos de noche a la casa. Estaba cerrada y conseguimos abrir la leñera y nos acomodamos lo mejor que pudimos.
Tengo el pálpito que no estrenamos hoy el body.

175. INOCENCIA, de Termita

Siempre recordaré aquella tarde de noviembre junto a la chimenea cuando cumplí seis años. El abuelo azuzaba la lumbre y las ascuas resplandecían en la oscuridad como luciérnagas. En la calle hacía un frío del demonio y yo daba buena cuenta de un trozo de cebolla y una hogaza de pan duro. Entonces llamaron a la puerta. Eran tres hombres. Preguntaban por mi padre. No pude escuchar muy bien, pero mi abuelo les dijo que no, que se confundían. Luego, mi padre me acarició el pelo, me dio un beso muy fuerte y se marchó.
-¿Adónde lo llevan, abuelo?
-Al bosque –dijo el yayo entre lágrimas- a dar el paseo.
-Pero eso es bueno, ¿no?
                         ****
Hoy tres décadas después he tenido el valor de ir a al bosque. Ha sido fácil encontrarte, reencarnado en ese roble tan alto cuyas ramas surcan los cielos y por las noches se funden con las estrellas.

174. UN AMIGO LLAMADO ÁRBOL, de Claro

Recuerdo aquel invierno cuando le encontré casi sin vida. No era más que una pequeña  rama que brotaba desde el suelo. Marchito y con una esperanza de vida bastante improbable en aquel inmenso bosque lleno de robustos árboles; no era más que una indefensa criatura en un mar de fieras. Sin embargo con él compartí mis escapadas al bosque de mi libertad, respiré las cuatro primaveras y le vi crecer como lo hice yo. Aún recuerdo que aquel proyecto de árbol desarrolló un tronco fuerte en el que apoyé mi cuerpo y me dediqué a observar con mis sentidos el paraíso. Nuestros caminos se separaron cuando me abandonó mi infancia y perdí de vista aquel bosque. Fue una mañana cuando con mi hijo me perdí en la inmensidad del bosque en su busca. Aterrado pude contemplar como aquel tronco había sido desgarrado junto con muchos otros y fue cuando perdí en el horizonte mis ojos brillantes alejándome de mi hijo. Desperté de mi paseo hipnótico cuando mi hijo descubrió con sus manos una pequeña flor en su tronco, un hijo como el mío. Desde entonces en un rincón de mi jardín vive parte del bosque, parte de aquel amigo.

PARA AQUELL@S QUE PASEAN POR ESTE BOSQUE

Antes de recurrir a otras soluciones, nos gustaría recordar que la libertad de expresión pierde toda legitimidad cuando su objetivo es la ofensa arbitraria y fuera de lugar. Consideramos oportuno que tomemos consciencia de dónde estamos en cada momento; unas cuantas pistas para este caso concreto: no encontraréis ningún sello editorial como patrocinador, ningún escritor de éxito apadrinando el proyecto, ningún emblema de alguna facultad universitaria, ni ninguna referencia a espacios intelectuales digitales… Somos dos pequeños alojamientos rurales publicando, tal y como llegaron, los relatos enviados de aficionados y amigos, unos mejor trabajados y otros como verdaderos experimentos, alguno de ellos tal vez inacabados, de estilos y planteamientos muy variados, algunos con faltas de ortografía, con términos extraños de dialectos lejanos o con errores gramaticales, algunas historias que no terminan de funcionar o que visitan territorios que no son de nuestro interés… pero todos con el propósito y la ilusión de compartir, de forma lúdica y amable, ese maravilloso mundo que nunca existió, el de la ficción literaria.
Os ruego, por tanto, que seáis comedidos y amables en vuestros comentarios, con la tranquilidad de que habrá un jurado que terminará valorando las circunstancias de cada relato. No vamos a permitir que este espacio, que se ha planteado como un lugar de encuentro, se convierta en un foro de discusión, porque ese es un escenario que los convocantes de esta iniciativa rechazamos. Gracias.

173. CIERRA LOS OJOS, de Murciélago

Estaba corriendo, una vez más. Escapando de él. Otra vez el mismo sueño. Sentía un nudo en mi garganta. ¿Estaba triste?  Me costaba correr, sentía el corazón pesado y tenía ganas de rendirme y tirarme a un lado, esperando a que me mate. Una lágrima resbaló por mi mejilla, cosa que me enfureció. No iba a derramar ni una más, no por eso. Seguí corriendo, mientras sentía los árboles observándome. El bosque estaba oscuro. Tenía bien claro que él podía alcanzarme en menos de dos segundos, ¿Estaba jugando con migo? Me detuve de golpe y comencé a mirar los alrededores buscándolo, firme. Como esperaba una silueta se apareció, era él. Mi corazón comenzó a latir de un modo extraño. Lo conocía, sabía quién era, pero el sueño se negaba a dejar pasar la realidad. El comenzó a acercarse, y un par de lágrimas brotaron de mis ojos.
_ ¿Por qué?_ le pregunté. Inclinó la cabeza a un lado, sin responder. Su mirada era fría y parecía cansado.
_Cierra los ojos_ dijo, mirando a un lado por un momento. Volvió a dirigirme la mirada_ no te va a doler.
Tan pronto como dijo eso, lo vi abalanzarse sobre mí, demasiado rápido.

171. EL BOSQUE DE LA FELICIDAD, de La Secuoya Roja

La luz cegadora por fin se había disipado. Estaba en un bosque lleno de árboles de todo tipo y tamaño, había árboles gigantescos: secuoyas rojas, gomeros gigantes, abetos; árboles frutales (manzanos, naranjos, cerezos, mangos…), pero lo más impresionante eran las flores, entre ellas amapolas, margaritas, rosas, orquídeas, gardenias… de todos los colores.
 Había gente vestida de blanco, y contemplé una secuoya roja a poca distancia de ciento cincuenta metros de altura y cuarenta de perímetro. Pero lo increíble fue observar bajo el gigantesco árbol muchísimos niños jugando con leones, tigres, lobos, ovejas, gatos, perros y un montón de otras distintas especies.
       El día era inmejorable…, el sol luminoso…, todo era perfecto como un mundo ideal. De repente un hombre con la barba encanecida se acercó a mí. “Bienvenido, estás en el mundo real”, me dijo con una voz agradable.
       ¿Cómo se llama este paraíso…? —inquirí.
       “Se llama el Bosque de la Felicidad”, sonrió. Luego me tocó en la frente…
       —¡Ya ha vuelto! —escuché. Era un doctor—. Las descargas eléctricas al fin han conseguido que lata su corazón. Has tenido un accidente muy gordo —me dijo.
       —Pero yo no quería volver —lamenté—. ¡Quiero volver al Bosque de la Felicidad!

170. LAS OREJAS MÁS GRANDES DEL MUNDO, de Moral

Tenía las orejas más grandes que había visto en toda mi vida.
—¿Me estás mirando las orejas? —me preguntó sonriendo.
—¡No!… Si.
—Llaman la atención, ya lo sé. No me molesta que las miren.
—Perdone, pero son…
—¿Quieres tocarlas? A veces me lo piden. Puedes tocarlas si quieres.
—No… gracias. Me conformo con mirar.
—Lo digo porque mañana será tarde: me voy, vuelvo al bosque y no volveré hasta finales de otoño.
—Ya…
—Soy el escuchabosques. Solo paso el invierno en el pueblo.
—El escuchabosques… el escucha-bosques, el escuchador de bosques, el que escucha los…
—No sabes quién soy, ¿verdad?
—Pues claro… ¡No!
—Para que lo entiendas: soy como el forestal del sonido. Catalogo, clasifico y cuido los sonidos del bosque. Que todos se oigan, que no falte ninguno: el murmullo del agua, el canturreo y gorjeo de los pájaros, el aullido del lobo o el zorro, el gruñido del oso, el ulular del búho o el mochuelo, el chasquido de las hojas, el croar de las ranas, el berreo, los bramidos, relinchos, zumbidos, chirríos, graznidos, silbidos, mugidos,… Que todo se oiga donde, cuando y como tiene que oírse.
—Y ¿eso importa?
No me contestó, solo me miró con pena.

169. EL HOMBRECITO DEL BOSQUE, de Fantasma del Río

Hay quienes al ver su madriguera en mi jardín, dicen que parece el hoyo de un conejo, pero no es así: allí vivió hace un tiempo, el hombrecito que vino del bosque. Lo sé porque yo lo conocí, soñé con él una vez, y se enamoró de mí.
 Una noche de luna golpeó mi ventana, y le di paso al reconocer su sonrisa.
 Compartimos largas pláticas; él deseaba mudarme al bosque y que me integre a su familia. Contaba que allí cada fogón era un hogar, que el cielo daba de comer planetas, que aún había lobos con quien hablar, y, que con paciencia, me volvería como él.
 Yo, que no soporto el barro, asentía con la cabeza, pero dilataba mi decisión.
 Una noche de septiembre, hizo que los árboles ladearan sus copas para que la luna iluminara la ría.
—Volveré al bosque —dijo señalándolo—, y allí te esperaré.
 Zarpó sonriendo, acoplado al tallo de una rosa. Lo sé, porque lo vi a través de la cruz de mi ventana, desapareciendo entre los reflejos de una luna redonda, brillante, y libre, como ésta.
 Desde entonces, al pasar por cualquier bosque, se me humedecen los ojos.

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