Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

84. FUSIÓN, de Lombriz

Aquel amante de la Naturaleza, de los bosques milenarios y de las montañas, se instaló con poco bagaje en el fondo de un bosque tupido y virgen. Enfermaba cada día de belleza, inmerso en el follaje, respirando el aire que se colaba entre las ramas y elevando su cara al sol recibiendo vida y calor.
Un día se retiró a un claro del bosque y desnudo se acostó sobre las hojas caídas de los árboles, mirando al cielo y cegándose con el caliente sol. Al poco, su cuerpo se fue hundiendo en el húmedo colchón de musgo y líquenes; lombrices, caracoles, babosas y serpientes se acercaron, subiendo por su cuerpo, los pájaros se posaron sobre el pecho, las enredaderas lo envolvieron con un traje de clorofila y cuando cerró los ojos, toda esa naturaleza viva comenzó su sinfonía: las lombrices penetraron por sus orificios, las babosas se colaron por la boca, las serpientes se tragaron sus dedos, los pájaros le sacaron sus ojos y las raíces lo penetraron a través de sus poros. Se fue fundiendo con el suelo hasta desaparecer y quedar convertido en el suelo mismo del bosque, como en un hermoso y fantástico abrazo de absorción vital.

83. EL PINO, de Tierra

Este árbol inmenso, allí, apostado en el camino, guarda secretos inalcanzables para nuestra razón. Sus raíces, apoyadas en la tierra, y como símbolo perfecto de pertenencia, asombran por sus formas extrañas y la fuerza que mágicamente emana este fruto de la vida.
Desde su tronco, brotan de este cuerpo unas especies de deformaciones, como tumores, que el propio elemental fue desarrollando para defenderse de las agresiones en su larga existencia.
Mas allá, una rama totalmente seca, muerta, recuerdo de una noche de tormenta y un rayo que fue a parar justo allí, en ese espacio aparentemente sin vida, pero que es ahora la morada feliz de aquel pájaro carpintero.
En un rincón, en medio de su gran cuerpo, hay como una herida nueva, falta parte de corteza y desde una gota casi ínfima de su savia pegajosa y amarilla, el pino derrama una lágrima de dolor.
Cuanta vida ha pasado aquí!
Solo me atrevo a abrazarlo en silencio, con el alma quieta y ansiando oír alguna vez, aunque sea en sueños, la arritmia de sus hojas penetrando en mi ser.

82. LA DECISIÓN, de Nemeton

Es tan pequeño. Los medicamentos no parecen mejorar esa extraña fiebre y la inquietud de su respiración. Ya hace tres días que le encontramos en medio del bosque, con el pulso a punto de apagarse por la sangría que le produjo esa dentellada junto al cuello. Todos dicen que fue Birko, porque iba con él y no ha aparecido. Pero esa no era la dentellada de un samoyedo.
Sé perfectamente que es su padre. Viene a por él. La semana próxima se cumplirán dos años de su propia desaparición. Se fue una mañana a hacer un poco de leña y jamás volvió: un rastro de sangre que se perdía en el monte, ese fue su único rastro. Pero estas tres noches he oído sus aullidos. No sé si es una llamada para nuestro hijo o una advertencia para mí. Sabe que conozco la leyenda del Bosque Negro y lo que debo hacer para poder salvarle; pero sólo hay un crío en el pueblo que pueda ser sacrificado antes de que haya cumplido 7 lunas llenas… nuestro hijo más pequeño. Maldigo sus entrañas negras.

81. EL ALMENDRO, de Camino

Todas las mañanas ando y desando treinta y cinco veces el camino que va de la casa al almendro. Y por las tardes, otras treinta y cinco en verano, y quince menos en invierno.
Al principio la gente del pueblo me saludaba amablemente – ¿dando su paseo, Agustín?, es bueno hacer ejercicio- me decían. Cuando llegaron las primeras lluvias, las mujeres me reñían preocupadas desde las ventanas. Más tarde, pasaron a ignorarme y a murmurar a mi paso, como lo hacíamos nosotros cuando veíamos al niño tonto de Mercedes hablando solo en la plaza.
Pero continué con mis paseos, y aunque había días en los que me desalentaba, ¿recuerdas como desaparecen las lindes del camino bajo las nieves de diciembre? Yo ya había memorizado tus huellas cuando llegó el temporal.
Amor mío, ahora tengo que dejarte, temo que alguna bicicleta madrugadora borre mis pisadas de ayer y no pueda volver a poner mis pies sobre los tuyos antes de que volvamos a vernos.

80. EL ZUMBIDO, de Suelo

Soy el mayor. A mi alrededor los jóvenes se alzan, en busca de la luz. Sin embargo, soy yo el mayor. Disfruto del rumor del agua, que filtra la tierra a mis pies. Disfruto del viento, que mece mis brazos. Disfruto de la luz, de la luna incluso. De los pequeños voladores que hurgan curiosos mis oquedades. Hasta la llegada del zumbido. El zumbido se acerca, más cada día. Lo noto en el suelo. Mis hermanos caen, por cientos. Ha llegado el momento, el zumbido está aquí. Me desarraigan. No se porqué.

79. DETALLES INTERIORES, de Musgo

Sí, el bosque está lleno de magia y si abrazas ese árbol que te gusta, te entregará sabiduría, estabilidad y firmeza; su visión desde lo alto del Monte Saria, recovecos de los ríos y los claros, donde soles otoñales son las luces vaporosas, celestiales, descubriendo mil sorpresas.
Mariposas danzarinas y microclimas, sobrevuelan los silvestres azafranes de corolas violetas o camomilas, que son marco del color acanelado y el dorado de los juntos acerados, coronados por simientes, ya resecas, sujetados a fangueras y arenales.
Te mostrará cada planta y cada seta, cada tronco escalonado por los hongos, transitado en nuestros sueños, por los duendes diminutos…
Ha escuchado el estrellarse de los higos madurados, las castañas erizadas, avellanas y las nueces. Y fue tentado a caminar sobre frutos otoñales.
Oye el río y la cascada, custodiados por los robles y cajigas centenarias, enraizados y arteriales, aquietados como sendas naturales, aferrándose a riveras cenagosas que limitan las corrientes. Frescas aguas que han saciado caminantes, con la paz o con amores, en turbados plenilunios o en crepúsculos radiantes.
Vio flotar las margaritas aprehendidas a largos tallos, enraizadas en los fondos remansados, irisados por la blenda, las arcillas, pedregales…
¡Es mi árbol!

78. HORROR, de Láudano

No teníamos que haber venido, yo no quería, tenía trabajo atrasado, pero tú te has empeñado y mira ahora, te estás muriendo.
Te estás desangrando entre mis dedos y no puedo hacer nada, los teléfonos están abajo y nos tiene encerrados. No me gustó, como se te quedó mirando el conserje y nos trajo a esta habitación llamada la Ojáncana del bosque. Te tocó los pechos y me tiré sobre él, me empujó y caí sobre la cama, forcejeamos, pero su estatura y musculatura eran muy superiores a mí y me inmovilizó en un momento. Te subiste a su espalda y le dabas golpes con los puños y parecía que ni lo notara.
Me golpeó en la mandíbula y se revolvió contra ti, te cogió en volandas y mientras se reía te llevaba de un lado al otro de la habitación, dándote en todas las esquinas de los muebles y de la pared. Sacó un cuchillo y te abrazó. Salió dando un portazo.
Conseguí levantarme y te llamé horrorizado.
Cuando te volviste, la sangre salía a borbotones de tu pecho y aquí estoy yo, llorando sobre tu cara.
No teníamos que haber venido, yo no quería, tenía trabajo atrasado.

77. FRÍO EN EL BOSQUE, de Tomillo

Pasado el merendero miró hacia los árboles. Horas y horas de lluvia inmisericorde, oscuridad fúnebre, vientos que azotaban la ciudad con furia. La oscuridad impedía vislumbrar más que una cueva negra y penachos que se recortaban sobre ella. Las copas se movían organizadamente por el vendaval. El policía sintió un escalofrío. Al girar la vista al frente, dió un brusco frenazo para no chocar contra un Volvo familiar que le precedía. Agarrando con fuerza el volante sintió como sus latidos le taladraban las sienes. No podía dejar de acordarse del cuerpo de la chica española tapada sobre la manta de aluminio.
Cuando levantaron el cadáver en el bosque una mañana de Abril se encontraron con una joven estudiante bajo una oquedad de las ramas. El amanecer había cubierto de humedad su ropa ensangrentada. Recordó haberse fijado especialmente en sus zapatillas, estaban empapadas. Estúpidamente sintió que aquel cadáver tendría frío en los pies. Ahora, asiendo un volante que se le clavaba en la alianza, notó sus pies, helados. La calefacción del Ford no le reconfortaba lo más mínimo.
Tardó veinte minutos en recorrer unas anegadas calles. Avenidas de la periferia de la ciudad, una calzada colapsada y, a sus pies, frío.

76. EL SECRETO DEL BOSQUE, de Buho

La niebla dibuja formas extrañas con la luz de la luna y las sombras del bosque. Da miedo. Me calma la extraña posibilidad de que algo suceda. Me pasaba desde niño y aún me ocurre. Recuerdo cuentos y leyendas envuelto en el entorno que me rodea. La niebla sigue jugando con la luz y las sombras. Decía mi abuelo que “en cada árbol existe el alma de un asesino, alguien que sesgó el orden natural de las cosas. Un asesino que busca librarse de su atormentada alma. En cada raíz se encuentran sus extremidades, luchando por desarraigarse. En cada corteza, el recuerdo de una gota de savia derramada, un sueño sin realizar como el tatuaje de un viejo amor. Los árboles nos vigilan, saben que somos su salvación, que debemos protegerlos. Pero ten cuidado si no lo haces y ves a uno de ellos moverse hacía ti. Eso significa que serás su libertad y que no conseguirás escapar de aquí, jamás, ya que te habrás convertido en árbol. Ese es el secreto del bosque y el final de toda vida perdida”. Intento moverme, pero sólo consigo que el viento meza mis ramas.

75. REGRESO, de Woods

La noche se me ha echado encima, las nubes cubren la luna llena, camino solo por el bosque, solo escucho el ruido de las hojas  agitadas por el viento que me acompañan durante mi regreso a casa.
Sigo caminando, aligero el paso, escucho pasos, miro para un lado, miro para otro, miro hacía detrás, no veo nada. Continúo, vuelven los pasos, vuelvo a mirar hacía detrás, veo a alguien en la oscuridad, me apunta con una pistola, aprieta el gatillo:
– ¡Pum!
Se enciende la luz de mi habitación, era mi madre, me vuelve a salvar la vida, como hace cada noche, desde que vi aquella dichosa película.

74. EL LOBIZÓN, de Irati

Destruido el bosque que fue nuestro hogar por  máquinas que talaron la flora natural, mi pronóstico de supervivencia es ínfimo. Nos llamaban “los  lobizones del bosque «,  un estatus importante para nosotros. La  especie se sentía orgullosa de ser protagonista de una  leyenda. Sin embargo, ahora mi existencia, nuestra existencia, es la que pasará  a ser leyenda.
Hablaré  en nombre de los sobrevivientes de mi especie, poniendo  en mi hocico lo que deben conocer. Éramos   solitarios, tímidos, cautelosos, de hábitos nocturnos o crepusculares. Nos  caracterizábamos  por nuestras largas patas. De altura y cabeza pequeña en proporción al resto de nuestro cuerpo, el pelaje largo y áspero nos permitía desplazarnos por el área boscosa donde jugábamos y nos apareábamos.
De extinguirnos, no sólo desaparecería una valiosa especie, sino también, la magia del paisaje boscoso  que habitamos. En las noches de luna llena ahora a nadie sobresaltamos con el brillo de nuestros ojos al recorrer los senderos.
No desoigan mi voz. Ayúdenme. Es la voz de las víctimas de este bosque que también se extingue. Una voz cargada de esperanza. Una voz que desea perpetuarse para que todos, alrededor del mundo sepan que el bosque y nosotros existimos.  

73. PASEANDO POR EL BOSQUE, de Hadita

Nos estábamos instalando en nuestro pequeño y acogedor hotel. Teníamos tiempo libre antes de cenar y decidimos pasear por el bosque cercano. La luna  llena y nuestros deseos de explorar, ofrecían claridad suficiente para iniciar nuestra andadura. El olor a tierra húmeda, el canto de los grillos, el lejano  gorgoteo  de un riachuelo nos llenaban de paz y tranquilidad. Cuando la oscuridad nos impidió avanzar, decidimos volver y degustar una cena tranquila en el coqueto restaurante del hotel. Escogimos una mesa con vistas al bosque. Me quité la chaqueta, la chimenea encendida proporcionaba un ambiente agradablemente acogedor, al colgarla tras la silla, quise coger el móvil pero algo me lo impedía, estiraba hacia abajo con fuerza y me impedía sacarlo. Al mirar dentro, me quedé paralizada, un pequeño ser transparente y con figura humana lo sujetaba y me susurraba: «Olvida ataduras y convencionalismos y aprovecha lo que te ofrece la naturaleza de este maravilloso lugar. Relájate pidiendo una copa de vino rojo y duerme plácidamente hasta el día siguiente en que me devolverás al bosque.» Disimulé frente a Juan, hicimos según deseos de mi pequeño ser y ahora, mientras escribo, acaricio mi barriga llena de vida.

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