Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

37. Agencia de Viajes Patrióticos

Después de organizar safaris de ensueño, visitas a las profundidades de los fiordos, viajes por la enigmática Ruta de la Seda o circuitos para descubrir la auténtica Polinesia, mi agencia se encontraba en quiebra. Y yo, su director, con un pie en la calle. Entonces se me ocurrió la idea de los Viajes Patrióticos. Encargué un estudio de mercado para localizar el lugar de mayor impacto. Y después rehipotequé mi casa. Con el dinero del préstamo, mandé construir el mirador. Majestuoso. En la mejor meseta fronteriza. Sabedor de la importancia de las escaleras, no escatimé en gastos. Cien peldaños equilibrados hasta llegar a la cima. Los necesarios para escuchar por completo los mensajes entusiásticos de la audioguía. Así, con el corazón insuflado de orgullo, las vistas resultarían aún más espectaculares. Y el éxito ha sido apoteósico. Tanto que la lista de espera alcanza los seis meses. (Lástima del aforo limitado). Porque todos los clientes bajan enaltecidos los cien escalones. Arriba baten palmas y entonan canciones mientras observan el espectáculo: siseos de arcángeles en el cielo transformados en estruendo, en fuego purificador. Y al final lo sublime: el derrumbe de los edificios enemigos alcanzados por las bombas.

36. El blues de tu ausencia

Al subir las escaleras, era muy consciente de que lo hacía por última vez. Y aunque llevaba meses tratando de asimilarlo, comprendió, con un nudo en la garganta, que uno nunca está preparado para despedirse para siempre. Cada escalón que pisaba le traía a la memoria un sinfín de recuerdos, como si estuviera haciendo, en pocos segundos, el inventario de toda una vida. Y las emociones, el vinagre y las rosas de tantos años se le mezclaban por dentro a medida que ascendía. Se acordó de las veces en que lo había negado todo. De sus amigos y también de sus enemigos íntimos. De las buenas y las malas compañías. De sus grandes amores y de las aves de paso. De sus caídas y recaídas… Y así… llegó arriba, donde retumbaba el clamor de quienes le esperaban también llorosos. Sonaron los primeros acordes, y al pisar el escenario, sintió que le temblaban las piernas: «¡Buenas noches Madrid!», saludó entonces mientras, como siempre, levantaba con gracia su bombín de payaso.

35. SATURNINO

Saturnino soñaba que bajaba una escalera interminable. A veces, en alguno de los descansillos se encontraba con alguien. Sobre los siete años se topó con un niño de su edad en el tercero. Sería el amigo fiel que hallaría al día siguiente en el colegio. Años después, encontró a una chica en el entresuelo.  Aunque imperaba la penumbra, sintió su belleza como un bálsamo premonitorio, y el domingo siguiente conoció a Vanesa. Todos sus hijos se le aparecieron antes de su concepción en algún tramo de aquella escalera misteriosa. Ramiro, con el rostro de angelote de los tres años, y Angélica con los ojos vivaces que tendría siempre. Durante años siguió soñando con esa escalera sin llegar nunca a ningún sitio, pues cuando presentía ya el portal surgían más y más escalones que se internaban en lo oscuro. Dejó, en la madurez, de encontrarse con gente en los rellanos, solo quedó la sensación de una búsqueda incierta y la angustia de no encontrar una salida. Hasta que un día apareció una señora de luto riguroso en el piso más profundo y le pidió que la siguiera con un ademán imperativo.

34. MARIETA

Todos los amaneceres encuentran a Marieta limpiando escaleras. Para ayudar a unos parientes necesitados o para colaborar con la parroquia. Nunca para ella.

Peldaño a peldaño va entregando sus vísceras a las hambrientas hienas, el corazón a algún ingrato que lo ha perdido por no tener cabeza… La piel a quien muere de frío por falta de ella.

Tanto se da, tanto se vacía que se ha hecho incorpórea y el dios Eolo la ha confundido con los demás vientos y la ha enviado a remover las olas, a jugar con la arena, a bailar con las coladas en los tendales.

A ella le complace su nuevo estado, pero cuando el dios la convierte en tornado o la envía a mitad del océano a volcar su furia contra alguna embarcación, desearía volver a sus escaleras y, escalón a escalón, soñar de nuevo con ser etérea.

33. STAIRWAY TO HEAVEN (IsidrøMorenø)

No recordaba haberla visto antes. Era una robusta escalera de caracol, pero, ¿qué hacía ahí, en mitad de la nada?

Algo me arrastró a ascender. La escasa visión ante las curvas helicoidales me acentuaba la curiosidad. Quizá llegase al cielo y allí me estaría esperando Led Zeppelin. Qué bueno sería poder saludar a Jimmy Page. Este era un estímulo tentador para seguir ascendiendo porque, yo desde hacía un tiempo, ya no creía en el cielo de los ángeles ni los dioses, pero la «Escalera al Cielo» de Led Zeppelin sería otra dimensión.

Por fin llegué y llamé a las puertas del cielo, se iluminó un cartel: «Knocking On Heaven’s Door».  Allí me abrieron Bob Dylan y  Buero Vallejo, que me llevaron ante un tal Pedro, pero ni rastro de Jimmy ni Zeppelin. Eso sí, Pedro me mostró un hermoso mirador desde donde estoy observando a toda mi familia que lloran ante un féretro. Falto yo.

32. Una extraña noche

Una noche, recorriendo las callejuelas de la ciudad, encontré a un gato negro en una esquina. Me pareció tan tierno y gracioso que fui tras él. De vez en cuando sus ojos me miraban como asegurándose de que le seguía, hasta llegar a un antro, un tugurio desvalijado, desde cuya entrada se divisaba al fondo una sinuosa escalera.

Su diseño dibujaba una espiral, que vista desde arriba, insinuaba un perfecto caracol. El gatito escaló rápidamente los escalones y al llegar arriba me miró nuevamente, invitándome a subir. Le seguí. La madera crujía bajo mis pies y el pasamano parecía poco firme, aun así, continué escalando uno a uno cada peldaño, girando hasta tres veces, antes de llegar al final.

Luego, crucé el umbral de la puerta, y para mí sorpresa, comprobé que la escalera continuaba ascendiendo hacia una oscuridad cada vez más ciega conforme se adentraba en un estrellado firmamento…

A continuación me perdí en aquella negrura hasta tropear con los ojos amarillentos de una pantera… La silueta del gatito fue lo último que vi y su rugido lo último que escuché…

Cuando desperté, Zeus, mi gato negro persa de cinco kilos, yacía sobre mí, mirándome fijamente a los ojos…

31. Blanca y radiante

Con su porción de tarta a medio terminar, Francisco mira el reloj: queda poco para que le lleven de vuelta a la residencia. Se levanta y anuncia que necesita subir al altillo. Sus hijos y nietos, reunidos por su cumpleaños en la casa familiar, se miran extrañados.  ¿Qué mosca le ha picado? Arriba solo quedan trastos viejos y algunas cajas con la ropa de la abuela, fallecida hace varios meses. Solo la hija mayor se atreve a decir que, a su edad, la escalera plegable es peligrosa y podría caerse. Él la mira con la determinación suficiente para que no insista más.

Deja atrás a su perpleja familia y se sitúa frente a los peldaños de metal. A medida que los sube, su corazón late más fuerte. Sospecha que es su última oportunidad de saciar el doloroso y secreto anhelo que le acompaña desde siempre. Cuando llega arriba, grita que está bien y que no le molesten. Cierra la trampilla y, sin perder tiempo, empieza a abrir cajas.

Minutos más tarde, está llorando frente al agrietado espejo. Por fin, a sus ochenta años, a salvo de miradas indiscretas, Francisco es la novia más radiante del mundo.

30. ESCALERA ROBADA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Corre el año 1952. Rosalind Franklin trabaja en su laboratorio en King’s College. Química y cristalógrafa, sonríe complacida, recopilando datos y sacando fotos, segura de que ésa, la número 51, tiene la clave del éxito. No sabe que el enemigo está cerca, que sus colegas – a los que tanto quiere, en los que tanto confía – le muestran todo al equipo rival. Seis años más tarde, la científica muere de cáncer.

En 1962, James Watson y Francis Crick reciben el Premio Nobel por haber formulado la estructura helicoidal del ADN gracias a precisos datos y a una nítida foto. Ninguno menciona a Rosalind en su discurso de agradecimiento.

 

29. Música celestial (Francisco Javier Igarreta)

La escalera que arrancando desde el pasillo contiguo al refectorio subía al piso donde se encontraban las celdas, parecía diseñada según las directrices de alguna tortuosa mente. Tan anárquica sucesión de tramos, giros y descansillos, sin duda respondía a algún secreto motivo. En un lugar indeterminado del laberíntico desvarío un pequeño recoveco daba lugar a una exigua capillita, suficiente para encajar una extraña pintura. Bajo la alquímica cobertura del óleo ocultaba su identidad un personaje representado de espaldas.

Aquella noche, poco antes de la hora de Maitines, la abadesa Hermenegilda Dunord tuvo uno de sus cíclicos arrebatos. Contraviniendo la lógica propagación del eco, su grito recorrió las más enigmáticas anfractuosidades de la escalera. Transformado en obsesivo lamento fue modulando sus notas hasta trocarse en subyugante armonía. Severo Manontroppo, inquisidor de infausta memoria, no pudo permanecer por más tiempo impasible y desprendiéndose de su anclaje en el pasado dio la cara. Tras contemplar en la trama del lienzo su terrible impronta esbozó una mueca ambigua, recompuso su figura y se dejó seducir por los liberadores matices de la melodía. Sus acariciantes inflexiones le hacían presagiar un acorde perfecto. La abadesa siempre estaba dispuesta a dar el do de pecho.

 

28. No todos los ángeles vuelan

Una vez que me he rendido ya todo da igual. La desesperación da paso a la resignación, el cerebro comienza a pensar en las ventajas de dejarse llevar. Al fin y al cabo luchar contra lo que inevitablemente está por llegar no conduce a nada. Lo acepto. Cierro los ojos mientras escucho el crepitar de los materiales fundiéndose que, junto con el sonido de los objetos al caer, forman un macabro concierto, tan real como siniestro. Huelo a plástico, a goma quemada donde antes, en aquella cocina, olía a tarta de manzana.

Me ahogo, toso, gateo en el suelo.

Cuando el cristal estalla creo escuchar una voz en el exterior que me indica que me levante, que me acerque a la ventana, que le de la mano. No se asusta del pelo chamuscado, de la cara negra y ensangrentada. Sus fuertes brazos me sujetan, me elevan, me rescatan del infierno.

Es entonces cuando descubro que no todos los ángeles vuelan. Algunos, como el mío, necesitan una escalera, llevan casco y se llaman Antonio.

27. Multiverso

No supimos caber en casa. Horacio el primogénito, se instaló en el reloj de pared fascinado por el sonido armonioso del carillón. Las peques se extraviaron en un día complicado de lluvia y nadie las devolvió al hogar. Mamá, como compraba cada día naranjas, se fue a vivir con el frutero para ahorrarse las idas y venidas. Papá, con sus tentáculos y ventosas, fue haciendo suyos los cuartos que quedaban libres. Yo pronto me acomodé en el hueco de la escalera del bloque. Me apropiaba de los cachivaches que caían de las ventanas de los vecinos y mami me traía manzanas los domingos. Con el tiempo, me acostumbré a leer con poca luz, jugaba solo al ajedrez, escribía poesía, espiaba a los vecinos y poco a poco hice nuevas amistades. Sobre todo, después de atravesar el espejo de la entrada para encontrarme con Alicia.

26. El último paseo

No recuerdo a mi padre más allá de las fotos cuarteadas que mi hermana Sara conserva. Sólo sé de él que fue una sombra obligada a esconderse. Sin embargo, aunque también la perdí pronto, no olvido el rostro sereno de mi madre que, como una luna vigilante, se asomaba a nuestro cuarto antes de irse y tras un cuento corto y un beso largo, nos rogaba que, pasara lo que pasara, no despegásemos los labios. Que iba a dar un paseo, que enseguida volvía… Poco después, se escuchaba la cruel armonía de unos pasos marciales asaltando los peldaños, y dos soldados impasibles y un policía despiadado golpeaban la puerta y se la llevaban a rastras: así todas las noches de todos los días. El miedo me robaba el aire y Sara detenía mi temblor con un abrazo firme. Luego, un silencio amenazante ocupaba la casa hasta el amanecer. Entonces, su canto agridulce apartaba la niebla y volvíamos a verla con el pelo rapado, la mirada agachada y la piel dolorida. Aquellos hombres de intenciones renegridas decían que buscaban a mi padre, pero sabíamos que venían por ella. Por eso, desesperada, se arrojó por el hueco de la escalera.

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