Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

29. Un día cualquiera ( Rosa Gómez)

Apaga la luz y la radio al amanecer. Duerme más tranquila si escucha voces y puede ver si se despierta. Lista para salir, baja a pie desde el séptimo: prefiere no exponerse a las estrecheces del ascensor ni a una posible avería. Su bicicleta está en el trastero de la entrada. Abre la puerta, da un respingo y la cierra: una telaraña en la rueda. Le pedirá a su vecino que la quite. Tendrá que ir andando. Va mal de tiempo y piensa en el camino más corto. Descarta la plaza: demasiada gente, demasiada luz. Será mejor ir por las calles que la bordean, aunque la distancia sea mayor. Mira el móvil: sus amigos proponen ir a la piscina el sábado. ¿Qué excusa se inventa esta vez? Con el agua no puede. Todo menos la verdad. Por fin llega a la facultad, un cuarto de hora más tarde. Imagina la cara inquisidora del profesor y las risitas contenidas de los compañeros. Y no entra.

28. Claustrofobia eterna

El aire es un puñal invisible que se me clava en los pulmones, aunque ya no respiro.

Cada golpe contra la tapa me devuelve el eco de una desesperación inútil: estoy muerto, y aun así siento.

Escucho las paladas de tierra cayendo, una lluvia espesa que clausura para siempre la última rendija de luz.

Siempre tuve miedo a los espacios cerrados, a los ascensores, a las habitaciones sin ventanas.

Reía nervioso, fingiendo que era una manía menor.

Nadie supo nunca cuánto temblaba en silencio.

Ahora permanezco inmóvil.

Enterrado.

Preso de lo que nunca dije.

Ellos creen que descanso.

Se equivocan.

El ataúd se ha vuelto un confesionario mudo, y mi cuerpo un secreto que nunca conté.

Ojalá hubiese gritado en vida lo que me ahogaba por dentro.

Me habrían escuchado.

Me habrían reducido a cenizas.
Y al fin, habría sido libre.

27. Aparcado

Entro en el parking del centro comercial. Me detengo enfrente del control de accesos para coger el ticket, bajo la ventanilla y saco el brazo izquierdo. Hasta el codo. No llego. Lo estiro. Nada. Lo alargo más. Tampoco. Asomo la cabeza. La pierna derecha me tiembla. Pongo el freno de mano. Medio torso fuera del vehículo. Imposible. Las manos me sudan. Respiro hondo.

Bajo del coche y cojo el ticket.

Miro por si alguien estaba esperando. O, peor, por si alguien me ha visto.

Vuelvo a montarme e intento aparcar cerca de alguna entrada. Tras varias maniobras, con el coche enderezado, observo una puerta de almacén justo al lado.

—Mal sitio —pienso—. Aquí me lo rayan.

Me cambio de plaza.

Ya estacionado, veo que estoy ocupando la parcela contigua. Tengo palpitaciones. Apago la radio. Enciendo el aire acondicionado. Así, recorro el garaje hasta encontrar una plaza grande, junto a una columna. Suspiro.

Tiro marcha atrás muy despacio y raspo todo el lateral con la columna que me servía de referencia.

El coche era de mi padre. Reprimo el llanto. De nuevo, siento opresión en el pecho. Inspiro. Exhalo.

Y, por primera vez, lloro desconsoladamente su ausencia mientras salgo del parking.

 

26. COMPRAS PELIGROSAS

–Y bien, ¿qué le ponemos al señorito? –pregunta el hercúleo buey de detrás del mostrador, blandiendo una macheta afiladísima.

El joven mira perplejo al nuevo carnicero del barrio. Y al resto de clientes, que aguardan su turno sin quitarle el ojo de encima y le señalan disimuladamente con las pezuñas. Se estira la barba, se limpia la frente sudorosa con la camisa y da unos pasos hacia atrás, buscando la salida con el rabillo del ojo.

–Hoy sin duda probaremos algo nuevo –improvisa–. Póngame un par de esas manitas. Pero retíreme antes los anillos matrimoniales, si no es mucha molestia. Me produce… ¡fobia el compromiso!

25. Una fobia larvada (Juan Manuel Pérez Torres)

(A un tal David)
Desde pequeño sufre un trastorno de ansiedad que le provoca un miedo irracional y una aversión profunda a los libros y hacia el acto de leer. Lleva un tratamiento de choque que le sienta muy bien y le alivia la dolencia hasta casi desaparecer, pero según su terapeuta, no conseguirá vencerla del todo hasta que se atreva con el libro de los hermanos.

 

24. El libro de las almas

Dejar desatendidos los sombríos pliegues de su timidez le convirtió en el perfecto carcelero de sí mismo. Allí dentro, en las confortables profundidades del autoengaño, los ordenadores eran su refugio, y la vida cotidiana, una ventana traslucida desde donde juzgar lo ajeno con arbitrarias especulaciones. Irremediablemente, desarrolló una considerable fobia a vivir.

Desde fuera no se notaba, pero la capa interior de su piel se extendía hacia adentro, lentamente, formándose una cámara acorazada, ancha y hueca entre dermis y epidermis. Su corazón desconocía el entusiasmo; su hígado, la armonía; su estómago, las mariposas. Las emociones languidecían despedazadas en un armazón de mínima humanidad. Todos los órganos menguaron ante el insoportable empuje del creciente vacío y buscaron asilo en la nueva cámara de su gruesa piel. Todos excepto el cerebro.

Está en la naturaleza del vacío succionar con fuerza cuanto le rodea. Sin empatía que lo pudiera contrarrestar, su cerebro programó una red social capaz de ocupar su interior, a costa de vaciar el de millones, explotando la fobia universal al anonimato de sus congéneres. Una vez tejida la red, solo restaba ponerle nombre. Soulbook le pareció apropiado.

23. CAMPUS

Federico, el gato de Schrödinger, padecía catoptrofobia. Nunca lo pudo superar hasta que le encerraron en una caja de zapatos en cuyo interior había un espejo. Tembló al apreciar lo que reflejaba el cristal, la imagen de su óbito.

 

La superposición cuántica le jugó una mala pasada. Tuvo que ver con lo que oyó a través de las paredes de la caja de cartón. Que su posición en el espacio podría depender de lo quisquilloso que fuera el observador atrevido que tratara de investigar.

 

Si abrían la caja de zapatos, su momento angular se distorsionaba y desaparecía a medida que su posición en el espacio quedaba más definida, aunque siempre a nivel probabilístico. Total, un lío.

 

Había oído que muchos científicos discutían sobre la locura irracional del principio de incertidumbre. Al racionalizar los argumentos paradójicos escuchados empezó a pensar que algún día podría superar su propia fobia frente a los espejos y tomó dos decisiones importantes:

 

La primera, dejar de tomar chupitos de aguardiente escondidos entre los matraces y la segunda, poderse declarar a una gata del laboratorio de anatomía patológica que era conocida en todo el campus como la gata de Doña Flora.

 

Viva el amor.

22. Metamorfosis

Hasta ahora, de nada me han servido los besos y abrazos, ni las palabras amables, ni hacerla partícipe de juegos y risas, ni siquiera invitarla a merendar. Se ha pasado la tarde jugando conmigo como si nada hasta que ha visto a mis muñecas sentadas a la mesa y la ha emprendido a golpes y mordiscos con ellas. Todas han sido aniquiladas.

Tan pronto parece estar tan tranquila como que, de repente, enloquece. En su mirada se refleja un profundo rechazo irracional, la ira la posee y se transforma en la niña de «El exorcista». Las cosas con las que antes disfrutaba ahora le provocan una aversión incontrolable. Después, cuando por fin se calma, llora porque no lo entiende. Por eso se niega a salir de su habitación. Nunca responde al teléfono. Odia al resto del mundo. Ella tampoco se reconoce.

Verla así me da tanto miedo que se lo he comentado a mamá, pero dice que no me preocupe. Que todo acabará cuando ella abandone su crisálida porque su adulta haya devorado su niñez.

21. ENTOMOFOBIA ( Gema Herráez)

Jacinto se vio obligado a mudarse por su fobia a los bichos. Y es que de un tiempo a esta parte, no sabía bien por qué, habían aumentado.Todo apuntaba al tan famoso cambio climático. Las lluvias torrenciales o la contaminación parecían ser el caldo de cultivo perfecto para todo tipo de artrópodos. También influía la calidad de los materiales que se usaban. En esa zona siempre hubo un nivel más elevado, con más caché, todo era mármol y maderas nobles. Esos insectos procedían de parcelas colindantes que empezaron a ocuparse sin respetar las calidades. Y cuando algún habitante dejaba la comunidad porque su arrendamiento había caducado no se saneaba adecuadamente el espacio antes de volver a ocuparlo.

Dada su aversión a los bichos pensó que a esa nueva zona a la que se mudaba no llegarían. Con pena abandonó su magnífico mausoleo en el que llevaba ya más de un siglo y ocupó uno de esos horribles y claustrofóbicos nichos que se empezaron a construir no hacía mucho. Desde luego los cementerios ya no son lo que eran, pensó apesadumbrado Jacinto

20. Antropofobia (Luisa Hurtado)

Hace muchos años mi asistente digital utilizó esa palabra a la vista de mi reacción al comportamiento de algunos humanos; opté entonces por aislarme y perder todo contacto. Aunque, tras pensarlo a solas, creo que lo que realmente me dolió e hizo daño fue que Isabel, asesorada por su propia IA (quien por lógica le daría información sobre la tasa de fallas o la densidad de defectos, por mencionar alguna de las métricas de calidad más utilizadas de la confiabilidad de un producto), no me diese la respuesta rápida y clara que yo estaba buscando. Y ahora que sufro esa fobia, que no podría acercarme a Isabel y a nadie del género humano, empiezo a sentir miedo de mi asistente virtual porque estoy solo y en sus manos.

19. EL HOMBRE Y EL ASCENSOR

Es pensarlo y se me pone la piel de gallina. Sí, me da miedo. “Por qué tentar a la suerte”.

Llego al rellano desierto cargado con la compra. Hoy hace mucho calor. Paro un momento a recuperar fuerzas. Ahí está, mostrándome por la estrecha ventana de la puerta su interior vacío. No me fío. A veces me lo pienso porque vivo en el décimo, pero reconozco que con el tema me he puesto en forma.

Comienzo a subir las escaleras con determinación, pero… “Qué cojones”. Desciendo a toda velocidad y me cuelo con torpeza lo más rápido que puedo. Enseguida pulso el diez. Varias veces. A tope. El corazón va a todo lo que da mientras no quito ojo al cristal translucido de la puerta. Las puertecitas interiores ya empiezan a cerrarse. Mi culo lo ha hecho mucho más deprisa. “Vamos”. Se cierran. “Venga”. Movimiento. “Bien”. A mi espalda, una voz viscosa pero amable: “Hace buen día hoy ¿verdad?” Puto viejo. No puedo evitar mirar de reojo con todos los músculos en tensión. Me sonríe plácido y sigue con lo de siempre: “Un día como hoy me maté en este ascensor”. Hala… ya no está. Piel de gallina.

18. CACOFOBIA (Mariángeles Abelli Bonardi)

– Eso es lo que usted tiene – le dice el Dr. Zorrosagaz. La Mantis Orquídea se queda muda. Un diagnóstico así, que suena tan escatológico, es toda una paradoja, pero ella, la flor del reino animal, lo sabe acertado. La fealdad le da pavor, pero el psicólogo la tranquiliza: el tratamiento de Exposición con Prevención de Respuesta está científicamente comprobado y hará que lo supere…

Debe mirarse en una gota de rocío y evitar compulsionar: ni enderezarse las antenas, ni comprobar lo morado de sus ojos, lo rosado de sus alas, o lo bello de sus patas andadoras…

Está en pleno ejercicio y algo aparece en el reflejo: lo más feo que ha visto en su vida. El pequeño macho parece una flor marchita. Siente un espanto indescriptible… apenas puede respirar. Él se le acerca por la espalda. Ella ni se mueve. Se obliga a estar quieta y lo deja hacer. Comienza a contar lentamente: uno… dos… tres… y se da por bien servida. De pronto, de un mordisco, le arranca la cabeza. Mientras se relame, hace una nota mental: «En la próxima sesión, le diré al doctor que empecé a superar la fobia…»

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