Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
4
1
horas
0
7
minutos
1
0
Segundos
0
7
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

62. DILEXSIA

Mi médico me diagnosticó una dislexia por estrés pasajera después de acudir a su consulta, preocupado porque no lograba hacerme entender. Así descubrí que frases equivocando todo estaba tiempo el, cunfondía latres anu y atro vez, trostabaca le odren ed las pabarlas, y por qué a veces, is neiugla aíreuq emreel, abatisecen nu ojepse.

Durante la epata más aduga algunos incidentes también afectaron a mi vida privada, como cuando acabé trabajando en un edifico de oficinas distinto al de mi empresa; o las ocasiones que recogí a la salida del colegio a niños que no eran mis hijos; o todas esas noches que terminé acostándome con mi cuñada. En fin, nada que no pudiera solucionar la devolución de una nómina que no me correspondía, unas disculpas a padres más enfadados que intranquilos y una docena de rosas acompañada de un perdón y una cena romántica.

Poco a poco, como me dijo el doctor, los síntomas empezaron a remitir hasta casi desaparecer. Tan solo me han quedado unas secuelas que, más allá de algún equívoco odalsia y la recaída persistente en los hábitos adquiridos con mi cuñada, incluso sin mediar ataques de dislexia, son prácticametne inaperciables.

 

61. Engaño

Sube el volumen, muy despacio, y gira el dial buscando hallar otra emisora que no sea la que emite en el pueblo. Un día más debe conformarse con escuchar las mismas canciones y la voz engolada del locutor que lo acompaña desde hace décadas. El mismo que hoy vuelve a insinuar que el dictador está a punto de caer, que la oposición cada vez es mayor y solo queda esperar un poco más.

A él ya le da igual. Sus ideales se han ido apagando según lo hacían sus ojos. Lleva demasiado tiempo escondido en el desván y solo quiere disfrutar sin miedo del resto de su vida. Anhela pasear con su mujer, que el sol golpee en su rostro, recordar a qué huele el campo… Nadie sabe cuánto se añoran las cosas más simples cuando tu única compañía son un camastro y una bombilla minúscula.

Quizás sea mejor que nunca sepa que la guerra terminó hace años y que ganaron los suyos. Cómo explicarle con quién pasa las tardes su esposa. Cómo decirle que la voz que mitiga por las mañanas su soledad es la misma que entre risas cómplices le susurra a ella obscenidades al oído.

59. MIRADAS

Romper los espejos no ha servido de nada. Es más, ha empeorado las cosas. La mirada de la persona que nunca quise ser se ha reproducido en cada pedazo de cristal. Uno me trae los ojos del abuelo cargados de tristeza el día que me estrellé con la moto y di positivo en el test de drogas y alcoholemia. También están los ojos de la yaya —mirándome incrédulos— cuando me sorprendió hurtando unos billetes en la cartera de madre. Y la mirada de ella encubriéndome, intentado ahorrarle ese dolor: “coge el dinero que te prometí”, mintió acariciando mi rostro con una manos temblorosas como pájaros desnudos y tan frías que casi me hacen llagas. Y qué decir de la mirada que me espolea y me penetra como ninguna… La de los ojos de padre, cargada de una culpa que no le corresponde, porque él no me enseñó a odiar. Pero la que más me duele es la del animal acorralado por la vergüenza  que, rendido, me empuja hacia al camino sin retorno que se abisma desde la azotea.

58- Dile a Laura que la quiero (Manuel Menéndez)

Por los altavoces Dire Straits nos invitaban a bailar en la piscina. El olor a cloro diluía el recuerdo del curso. El verano se antojaba eterno.

Chapoteábamos y nos empujábamos como niños que éramos. Entonces llegaron ellas. Nos veíamos en clase; a veces, quedábamos los sábados. Pero cuando Julia, Mónica, Pilar y Laura nos saludaron y empezaron a desprenderse de la ropa, el mundo cambió. No recuerdo nada de las otras tres, pero los pechos de Laura…Han pasado más de treinta años y aún los veo: el bikini ajustado, quizás del verano anterior, el lunar justo encima de su pecho izquierdo, las marcas blancas… Y mi Meyba. Mi Meyba en expansión brusca, víctima de un súbito bombeo de sangre adolescente rica en hormonas. Mis amigos salieron del agua. Yo no pude. Para disimular hice un par de largos. Laura me hizo señas. Ocho largos más. Me gritaron, se enfadaron, merendaron y se fueron, llamándome imbécil, mientras yo seguía a remojo, hasta que la noche, el frío y el cansancio obraron el milagro.

Años después me entrevistaron, tras ganar el campeonato nacional de natación de fondo. Por fortuna, tenía una mesa delante cuando me preguntaron en qué pensaba durante la prueba.

57. DESGARRO

Mi cabeza da vueltas a mil revoluciones por minuto y no entiendo por qué.
Hace un instante me encontraba cuerdo, tranquilo, contemplando feliz el hermoso paisaje que se observa desde mi ventana: la orilla del mar, las olas rompiendo sobre las rocas, la gente bañándose despreocupada, el apacible paseo marítimo, los coches aparcando frente a los chiringuitos…
Y es en ese momento cuanto todo se mezcla, cuando se embarulla de tal manera que no sé que decir.
Desconozco a que se debe este estado de confusión que tanto me perturba.
Pero una sirena de ambulancia hace que regrese en mí, que durante una décima de segundo vuelva mi lucidez.
Entonces recuerdo el frenazo, los gritos desesperados de los testigos y ese aullido desgarrador de una madre, un lamento aterrador como jamás había oído.
Regresan a mi mente las terribles imágenes de la sangre que empapa un pequeño vestido rosa, la desesperación de una madre aferrándose a su pequeña desmadejada mientras los enfermeros tratan de hacerle comprender que ya es muy tarde.
Y entonces quisiera olvidarlas para siempre, para poder sumirme otra vez en esa confusión salvadora.

56. TODOS A UNA (Belén Sáenz)

No soy de meterme en peleas. Me incitó un alfilerazo de incomodidad cuando aquella mujer —que tanto se parecía a mi novia— se detuvo a mirar y luego siguió su camino sin variar el gesto. Me adentré sin pensar en la maraña de brazos y piernas, esquivando golpes e insultos mientras buscaba razones en los rostros y en las manos. Gritaba Mariano, que no levanta cabeza desde el ERE y nunca permite que le invite a un café. Vi también, o creí ver, a mi cuñado, que no es racista porque fue de vacaciones a Cuba. O si no, que se lo pregunten a las morenitas del malecón. Reconocí la gorra del Richard, el porrero que nunca hizo buenas migas con los libros. Mi madre, como si hubiéramos retrocedido mágicamente en el tiempo, se retaba a voces con la vecina. Los bultos de carne, que no parecían regirse por aliento humano, ascendían o descendían en la Noria de la Fortuna. Yo comencé a rodar manoteando, arañando, mordiendo. Reconociéndome, para mi horror, en el ímpetu acre del violento, en la saliva ácida del intolerante. Y aún sin saber cuál debía ser mi bando, como si eso fuera a cambiar algo.

55. Madrid – Benidorm

Mario y yo nos queríamos pero nuestras familias no aprobaban la relación. Cuando nos besábamos sentía ratoncitos traviesos correteando por mi estómago. Nos conocimos en un taller de repostería y, entre bizcochos y tartas de manzana, encajamos como piezas de Lego. Cansados de prejuicios decidimos huir a un lugar cerca del mar. Durante el viaje en autobús Mario se dio un atracón de de galletas Príncipe y Coca-Cola. El señor del asiento de delante podía hacerse una brocha con todo el pelo que tenía en las orejas. En el hotel nos dieron una habitación con vistas a una pared y Mario, a pesar de su miedo a contrariar a la gente, decidió bajar a reclamar. Impávido, armado sólo con la riñonera de España 82, avanzó hasta la recepción. La discapacidad que compartíamos y que hacía que la gente nos mirase con cara de pena de pronto pareció una anécdota. Con la resolución invencible de sus veinte años, decidido a no pasarle ni una más a la vida, dijo con voz clara.

– Hemos reservado una habitación con vistas al mar, y queremos una habitación con vistas al mar.

Aquel día supe que los héroes también llevan riñonera.

 

54 Entretelas (Rafael Loscertales)

Hoy, de nuevo, he salido del mercado con otra mamá. Todos los días alguna señora me dice cosas —que si estoy más alto, más guapo, más mayor— y entonces busco una falda, hundo mi cara en ella y no miro nada más. Y es que todas llevan ropa parecida y huelen igual de bien: a pan recién hecho, a mermelada de besos, a caricias de canela. Como no me atrevo a mirar por si la señora sigue ahí, hasta que no salimos a la plaza no me doy cuenta de que mi mamá ha cambiado. No digo nada, por vergüenza, porque se está muy bien, y sigo agarrado. No soy el único. Después de charlar entre ellas, nos deslían y cada cual vuelve a la suya. Es entonces cuando aprovecho para mirar a Paula, que me sonríe junto a su mamá. Yo vuelvo a esconder mi cara, pero hay algo que me hace devolverle la sonrisa por la rendija que se forma entre la falda y mis manos.

53. TRIPOLARIDAD (Rafa Olivares)

Cuando empecé a escribir este relato, en la soledad de mi estudio, tuve la firme certeza de que alguien invisible escrutaba cada letra, cada palabra, cada párrafo que emergía en la pantalla al ritmo de mi tecleo. De que se regodeaba con gestos de desaprobación cuando no de burla. Algo agobiado al sentirme vigilado, me obligué a repensar cada idea antes de transformarla en texto. Ni siquiera la seguridad de que podría retroceder y corregir me procuraba sosiego, porque ello pondría en evidencia mis titubeos y daría al observador una información sobre mí mismo que no me apetecía exhibir. Me ruborizaba, sobre todo, que ese desconocido pudiera acceder a mis pensamientos inconfesables, esos que con frecuencia disfruto escribiendo para luego borrar y nunca publicar.

Después de mucho elucubrar sobre la posible identidad del espía, llegué a la inequívoca conclusión de que se trataba del narrador omnisciente, no podía ser otro.

–No le hagas caso, querido lector, yo te puedo asegurar que ni siquiera me encontraba presente en el momento de los hechos.

52. YA NO ME LO DIGAS MÁS VECES… (Belén Mateos)

Era la segunda vez que me lo decía, la tercera contando con la interrupción de aquella llamada a destiempo. Creía haberlo entendido a la primera, pero los cardenales en mi cuerpo se aseguraban de que no fuera así, de que no prestaba atención, de que mi mente se confundía en sus palabras, de que sus actos eran sentencia para que yo jamás repitiera aquello que debía haber hecho.

 

Me avergonzaba mi desnudez ante su mirada, de la lluvia en su ropa, el exceso de sal en las comidas, de mi nombre a su sombra, del invierno en primavera. Me avergonzaba del silencio entrecortado por sus gritos, del vuelo de los pájaros en mi cabeza, del infierno en los cristales empañados de lágrimas, de la calma tras cada tormenta, de esas flores en el jarrón de una caja de bombones con sabor a golpe.

 

Era la segunda vez que me lo decía, la tercera en una llamada al 112, mi cuerpo aún caliente, sus manos aferradas a la llaga de mi último suspiro, el pulso en la lejanía de la vida, la mitad de mi existencia, el estigma sellado en la memoria del destino.

 

Era esa mi jaula, una jaula bajo tierra.

51. Mordiscos (Paloma Hidalgo)

Cuando descubre que a María Auxiliadora, allí fue en su último cumpleaños, le han puesto lamparitas eléctricas da media vuelta, sin velas no es lo mismo. Contrariado se encamina hacia otro templo que hay cerca, uno dedicado a San Andrés, más pequeño. Mejor así. Los lampadarios de las iglesias grandes cada vez son más tecnológicos. Al llegar, se sienta frente al altar con más bujías encendidas. Se acuerda de la primera vez que celebró un aniversario solo. De cómo le temblaba todo el cuerpo después de soplar las candelas que los devotos habían encendido. Recuerda el olor de la cera, el tacto de la tenaza, el tintineo del dinero.
Una feligresa se santigua y se va, él verifica que está solo y se levanta. Por un segundo, tras el soplido, vuelve a aquellas celebraciones frente a una tarta enorme, rodeado de una mujer feliz y unos hijos pequeños. Disfruta de ellos hasta que la vergüenza de haberlos perdido le muerde en la boca del estómago, entonces saca el alicate, rompe el cierre de la caja de las limosnas, coge las monedas y se dirige al bar, la tragaperras estaba a punto de caramelo, tragando saliva para espantar a la fiera.

50. Y qué sabrá Platón del amor (montesinadas)

Frota con fuerza todo su cuerpo y deja que el agua caliente le abrase la piel. Es la quinta ducha, una por cada cliente, y no lo hace solo por higiene, que también; el agua hirviendo redime su conciencia como un ceremonial para recuperar la pureza y además le crea una doble capa de escamas que la hacen insensible al tacto áspero de las siguientes manos que la sobarán.
Dos pisos más abajo, en el local, su verdadero y único amor, un chico de su edad, unos veinte años, restriega con fuerza una bayeta empapada en ginebra sobre la barra de zinc, y en su imaginario caudal, arrastra la mugre de pensamientos de los hombres pegajosos, la grasa de sus palabras soeces y el veneno de las perversiones que en su mente no deben superar los cincuenta euros.
En su relación sólo cabe la ternura, los paseos por el río y el cine en los días libres. Para el resto, cuando llega el momento, ella misma paga a una de las chicas nuevas que llegan cada día. Él siempre se pone colorado, se avergüenza, pero al final cede por el bien de su relación y porque está muy enamorado.

 

Nuestras publicaciones