Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

47. NUNCA MUEREN (Belén Sáenz)

Desde el día que murió el rock, millones de guitarras se están cortando las cuerdas en todos los rincones del mundo. Los acordes desangrados se diluyen por los sumideros, descienden por las tuberías y salpican sobre los lomos de las ratas. A veces —dicen que en el aniversario de Elvis o cuando se invoca al espíritu de Freddy Mercury— boquea en los colectores una nota agónica, o retumban entre condones anudados y latas oxidadas algunos punteos moribundos. Y poco más. Algunas noches salen los viejos de las cazadoras de cuero. Arrastran sus botas de puntera desgastada y, siguiendo el triquitraque de sus huesos cansados, se juntan con porte de velatorio en los bancos de los parques, cerca de las tapas de las alcantarillas. Su único anhelo es esperar que pase flotando algún fragmento de sus temas favoritos, como pieles de nube desinflada, mientras escuchan cómo va muriendo todo. Todo, menos ellos.

46. UN TRABAJO DIVERTIDO

Podría enseñarte los callos de mis pies. Pero, claro, no lo haré.

¿Me escuchas? Decía que vaya trabajo divertido el tuyo. Siempre entre música.

Le dediqué una sonrisa mientras asentía levemente con la cabeza. Sonaba un bolero tranquilo, uno de los que más me gustaban. Sí, la música era lo mejor de aquel trabajo, me acompañaba, a veces calmaba mi ánimo y otras me empujaba, en esos momentos de desmayo que volvían cada vez más a menudo.

No te imaginas lo terrible que es trabajar en una oficina. Todos los días iguales y, encima, aguantar a un jefe plasta. La verdad es que vengo aquí a relajarme. Me encanta la música, sobre todo la de baile.

De plastas y de días iguales sé un rato largo, pero tampoco te lo contaré.

Y no creas que el sueldo compensa. Para nada. Pero, en fin, es lo que hay.

Sonreí de nuevo y me encogí de hombros. La canción acababa. Me enseñó otra moneda, quería repetir baile.

¡Ánimo! Tocaba un vals. Esa noche mis pies se agotarían y, quizás, mañana mi hija y yo podríamos hacer tres comidas.

45.- Renacimiento.

El invierno largo y criminal hizo prisionero al valle y no muestra intención de liberarlo.  La nieve sepulta la aldea mínima. El ganado no sobrevivió y la tierra permanece dormida, petrificada. Apenas brota humo de las chimeneas, demasiado arriesgado aventurarse a buscar leña. En la última choza, un vientre se desgaja hasta alumbrar una niña escuálida que cae al suelo tras un último conjuro que crispa la noche. Yacen unidas por un cordón sanguinolento que palidece por minutos. La criatura gana la batalla y se queda con el aliento terminal de su madre, pero el frío vence al calor mortecino de las brasas y la va amoratando, adormeciendo. La está matando.

Suena lejano un violín zíngaro desafinado y algunas notas traspasan el ventanuco desquiciado,  sorteando los copos de la nevada infinita. Invaden la cabaña y acarician a la niña, que despierta temblorosa, sin un ápice de calor para mantener esa vida que arranca ya miserable. La única compasión a su llanto desgarrado es una gata negra recién parida que hace por darle de mamar. Una hilera de antorchas amenazantes llega vociferando plegarias. Dictan sentencia.

Culpables. Las llamas danzan sin tan siquiera rozarla, aunque solo por esta vez.

Cosas del diablo.

44. Melómano (Miguel Ibáñez)

Después de hacer el amor surge un momento extraño. La orina acaba con la intimidad. Hubo mujeres a las que amó que se encerraron y otras que no. Algunas se quedaron a medias, hablando desde dentro con un trozo de papel higiénico en la mano y la puerta entornada. Follando no se dice nada. O casi nada. Recuerda chorros generosos y cómplices, otros sutiles, intermitentes, poderosos, descarados. Sones de aspersión y algún pedo hueco. Tiene solo frases y caras borrosas flotando en su cabeza, danzando al ritmo de aquellas melodías que vienen de vuelta cada vez que entra en un baño público y otras notas dictadas al descuido sobre la porcelana le devuelven amores que están lejos. Se siente viejo, lo único que hace ya con más frecuencia de lo que le gustaría es mear y olvidarse cosas. Aunque hay estribillos que tararea de memoria.

43. Si no te lo crees es cosa tuya (Fuera de concurso)

No recordaba bien si fue ella la que primero se metió en sus pantalones o él en los de ella, o quizás se deslizó bajo sus faldas. No recordaba su rostro y mucho menos su nombre. Evidentemente no recordaba si había sido en los aseos de unas o de otros, ni tan siquiera como se despidieron.

Curiosamente, si recordaba que en algún momento escuchó un tema de Bob Marley.

Seguía yendo al mismo lugar a tomarse sus copas, casi siempre solo rumiando sus pensamientos, que de tan repetidos tornaban en obsesiones. Le calentaban el cerebro con la frialdad del granizo hiriente y no de copos de nieve que deseaba le cayeran sobre el cuerpo desnudo como caricias frescas pretéritas del orgasmo de la existencia.

Pero érase (ya, como en los cuentos. Perdónese mi licencia) que aquel día sonó la misma canción y no pudo evitar ponerse a escrutar y dieron sus ojos en los de ella. Y ambos se supieron.

Bueno, ya estamos en la actualidad. Puedo deciros que cuando el niño se duerme, es muy habitual que ellos se dirijan al baño a jugar, con el jamaicano a bajo volumen por si el pequeñajo llora.

 

 

 

42. FUE EN ESE CINE ¿TE ACUERDAS? (Belén Mateos)

Eran las cuatro y diez. La lluvia interrumpía el tráfico, él llegaba tarde a la cita. Las dos entradas para el cine las sacó tres semanas antes de que ella aceptara la invitación y ahora el camión de la basura taponaba toda la vía y el aguacero reventaba las alcantarillas.

 

Las gotas se tornaron piedras, el capó del coche parecía de papel, igual que sus recuerdos húmedos de promesas. Odiaba demorarse, los helados de fresa, esas fotografías en las que se mostraban felices y se empeñó en conservar, arrugándolas hasta herirlas.

 

Luis Eduardo Aute sonaba en la radio cuando la vio aparecer con un vestido blanco y un paraguas color café.

En su cabeza comenzaron a amontonarse más preguntas que respuestas esperaba, siempre cabeceaba como réplica, siempre las eludía como a sus labios, como a sus caricias, como a su mirada.

Ella levantó la mano al ver el coche, él pisó el acelerador.

 

La acera se llenó de lluvia, de basura, de cristales, de rabia, de impotencia, de desesperanza.

Dos entradas color fresa estaban aferradas en su puño inerte y sus partículas se hicieron condena a las cuatro y diez.

 

 

41. Apocalipsis

Aún había vida, según constataron iracundos en el rompimiento celestial. Fue entonces cuando empezaron a sonar cornetas, trombones, trompetas y cornos, junto a un sinfín de tambores y timbales. El sonido fue cada vez más intenso, hasta violento, y no hubo lugar en el mundo en que no se oyeran las desgarradas notas que, sin melodía ni concierto alguno, comenzaban a hacer estragos en los seres más indefensos que habían subsistido.

Las aves comenzaron a desorientarse y chocar contra los árboles, los peces envararon en las playas y los animales terrestres enloquecieron. Los cristales estallaban, los edificios caían como cartas de una baraja, y finalmente, se produjo una extraordinaria cadena de alborotos, motines y suicidios que llevaron a un absoluto caos, que anunciaba el fin de los tiempos.

Alarmados por la situación, los mandatarios de los países más poderosos de la tierra, se reunieron para buscar, de la forma más rápida y contundente, la solución más adecuada.

Con los escasos recursos que quedaban armaron un potente ejército bajo el amparo de la Comunidad de Naciones, con el que persiguieron, apresaron y liquidaron a todos los sordos que, aprovechando los acontecimientos, se estaban convirtiendo en los nuevos amos del mundo.

40. El aire y la montaña (Antonio Bolant)

A pesar del esfuerzo por resaltar la fertilidad de sus laderas agitándole la exuberante vida que habían acogido durante milenios, el aire no podía consolarla. La montaña se empeñaba en calificarse como hija de la destrucción, se percibía como un simple cono hueco de entrañas arruinadas por el caos de un magma devastador.

—Pues escupe tu desolación —le espetó finalmente el aire—. Arroja ese vacío al exterior para que todos sepan de una vez de qué estás hecha realmente.

Su interior se desbocó como un resorte roto y la montaña comenzó a vomitar bilis de roca fundida. Y arrasó. Y abrasó lo que encontró a su paso dejando al enfriarse un reguero de rocas informes repletas de aristas y cicatrices. Su profunda tristeza le dio la razón al contemplar con febril autocomplacencia la negrura de su llanto y su zozobra le azuzó las entrañas dispuestas a una nueva erupción.

Pero el astuto aire aprovechó para colarse entre los angostos recovecos de aquellas rocas silbando melodías de tal belleza que hasta el tiempo contuvo el aliento. La montaña escuchó por primera vez el sonido de su alma, y entonces dejó de llorar.

39. Cuando la música cesó

– Permanezca en la sala. En cuanto los trámites estén listos lo llamaremos– anunció una voz sin rostro.

La orquesta de Ray Conniff ejecutaba entrañables melodías pop. Le incomodaba que canciones genuinas que formaban parte de su vida sucumbieran ahogadas en un mar de instrumentos rítmicos y coros inclementes. Él no era un entendido, tenía gustos musicales variopintos, pero antes muerto que soportar ciertas sinfónicas atrocidades. Esta mañana, sin ir más lejos, mientras hurgaba entre sus cosas había rescatado complacido el vinilo de Serrat dedicado a Miguel Hernández. Por la tarde recorría el medio centenar de kilómetros hasta la residencia de su madre acompañado por el exquisito fraseo de guitarra de Wes Montgomery.

Oyó pronunciar su nombre. Mientras se alejaba advirtió que la música que había logrado al fin adormecerlo ya no sonaba. Sin ella no pudo recordar qué hacía allí. Como si hubiera dejado la memoria en donde ardía el vehículo.

38. CANTATA PARA PALOMO Y ORQUESTA (Toribios)

Siempre he odiado cantar. Será porque mi oído es de adobe, o porque mi voz es irritante incluso cuando hablo, o por don Pablo. Se creía muy simpático Palomo, así se apellidaba, con P de puñetero, de pedazo de mierda, de podrido hijo de p… Siempre bien erguido entre las mesas, la cabeza alta, como buen retaco, el bigotito enhiesto; y aquella varita siempre amenazadora tras las nucas. “A ver, Fernández…”, allí ante todos, y en cuanto dudabas ya estaba su mano en tus patillas. “No se queje tanto, no sea nenaza”, nos decía ante las risotadas de la clase. Y cuando quería ponerse festivo era aún peor. Fue un día antes de las vacaciones cuando aquello. “Cante usted Fernández, bien fuerte, para todos”. Y sabía de mi timidez y, sobre todo, de mi incapacidad para la música. Y yo que no, y él no me haga enfadar, y el palito amenazador ante mi cara. Después de treinta años aún se siguen riendo. Las carcajadas se oyeron hasta en el colegio de las chicas. ¿Se acuerda Palomo? Pero no tiemble. Nada ha cambiado, solo que ahora yo tengo la batuta y le toca cantar a usted.

37. MÚSICA Y VIDA (Rafa Olivares)

Aunque es joven, Sharon Roth lleva muchos años estudiando y practicando para lograr lo que hoy se hace realidad: debutar como violinista en la Orquesta Sinfónica de Viena, la mejor del mundo según  opiniones autorizadas. Ahora, Sharon sabe que la música ya forma parte indisoluble de su vida. Sus amistades, sus experiencias, sus viajes, su desarrollo personal e intelectual, irán felizmente ligados al ejercicio de su vocación artística.

Es al acometer los primeros compases de la Tannhäuser, cuando Sharon no puede evitar dedicar un recuerdo a su abuela paterna, Rebecca Roth, para quien también la música le supuso la vida. Imagina que ella, a su misma edad, también debió tocar la pieza de Wagner muchas veces. Gracias a su talento con la viola y al esnobismo melómano del comandante del campo de Gusen, pudo librarse de los penosos trabajos que la habrían llevado a una muerte prematura y segura. No obstante, a Sharon nunca le saldría llamar abuelo al oficial de las SS. Aunque lleve sus genes.

36. CUSTODIA COMPARTIDA

Miro a tu padre, nervioso e inquieto, y no puedo evitar escuchar en mi cabeza “El vuelo del moscardón”. Me pide que no te devuelva tarde, que luego no duermes. Yo le digo a todo que sí mientras te cojo de la mano y te la aprieto. Dos apretones cortos y fuertes significan te quiero; muchos apretones cortos seguidos significan vámonos ya, mamá. Cuando por fin salimos me sonríes con tus ojos grandes y brillantes y mi corazón late a ritmo de jazz. Será porque mis carnes, cada vez más generosas, son felices contigo: juntos, camino de la playa y sintiendo nuestros pasos como un alegre pizzicato de contrabajo. Entre chapuzones y risas que me suenan a saxo de Coltrane se nos pasa volando esta tarde extra que nos ha regalado el trabajo de tu padre. La vuelta a casa es diferente, nuestros pies van más lentos y las canciones que me susurra la brisa son otras. Si tú me dices ven… Cuando te dejo en casa nos abrazamos, dos apretones de manos cortos y fuertes y un hasta el domingo, que los próximos quince días te toca conmigo. Y lo dejo todo. Por ti.

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